Una vez un pastor,
mientras hacía pastar a su rebaño en el bosque, oyó una extraña crepitación y
un silbido. Se volvió y vio una fogata, en la cual se retorcía una serpiente. Le
extendió su cayado y la serpiente se puso a salvo.
-Llévame a casa de mi
padre -le dijo la serpiente. Él es el rey de las serpientes y verás cómo te da
una buena recompensa. Te ofrecerá oro y piedras preciosas, pero tú pídele, en
cambio, la hierba que hace comprender el lenguaje de los animales.
El pastor llevó a la
serpiente a la casa de su padre y, cuando el rey de las serpientes le ofreció
un cofre lleno de oro y de piedras preciosas no aceptó nada, pero le pidió
como regalo la hierba que hace comprender el lenguaje de todos los animales.
-Piénsalo bien -le dijo
el rey de las serpientes, esa hierba es peligrosa. Si le revelases a alguien
que puedes comprender lo que dicen los animales, morirías en el acto.
Pero el pastor no cambió
de idea, y el rey de las serpientes le dio la hierba mágica. En cuanto la
probó, para él ya no tuvo secretos el lenguaje de los animales.
Mientras atravesaba el
bosque, oyó que una corneja le decía a otra:
-Si este pastor supiese
que bajo aquella piedra hay enterrado un tesoro, se pondría a excavar enseguida
y se haría tan rico que podría incluso casarse con la hija del alcalde.
Naturalmente, el pastor
entendió estas palabras, desenterró el tesoro, se convirtió de golpe en el
hombre más rico del país y, además, el alcalde le dio a su hija como esposa.
Un día, mientras estaba
con su mujer en la caballeriza, oyó que los caballos decían:
-Qué lástima que nuestro
amo no sepa que perderá la vida por culpa de su mujer.
El pobre infeliz se quedó
pasmado y su mujer le preguntó:
-¿Qué te ocurre que te
has puesto tan pálido?
-Nada, nada -le respondió
su marido.
Pero su mujer siguió
insistiendo para descubrir el secreto que le ocultaba, hasta que el hombre se
dijo: «Le diré que comprendo el lenguaje de los animales; por lo demás, el destino
ya ha decidido que perderé la vida por su culpa».
Llegados a casa, el
hombre se tumbó en la cama y se preparó para morir. Pero mientras estaba
acostado, oyó que la gallina la decía al gallo:
-¿Tú cantas alegremente y
no sabes que nuestro amo se está preparando para morir?
-Pero la culpa es suya.
Si ahora se levantase y, con un buen garrote, le enseñase a su mujer a no
obligarlo a revelar lo que debe callar, viviría cien años más después de
nosotros.
Al oír estas palabras, el
hombre se levantó e hizo precisamente lo que el gallo había aconsejado.
Después vivió muy feliz cien años, sin jamás decirle a nadie que comprendía el
lenguaje de los animales.
125. anonimo (polonia)
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