Un gitano viejo
fue a contratarse como criado a las órdenes de un diablo. Y éste, después de
haber convenido con él las condiciones del contrato, le dijo:
-Tus
obligaciones serán proporcionarme leña y agua en cantidad suficiente y con la
mayor regularidad. Después, te ocuparás en encender el fuego debajo del
caldero. Y, a cambio de esto, estoy dispuesto a pagarte el salario que me
pidas.
El gitano creyó
que este quehacer no era muy pesado y que le dejaría bastante tiempo libre y se
conformó inmediatamente. Entonces el diablo le dió un cubo y le dijo:
-Bueno, ahora
vete al pozo y tráeme agua.
El gitano se
dirigió al pozo, tomó una cadena con un gancho y dejó descender el cubo hasta
el nivel del agua. Una vez estuvo lleno, no consiguió, a pesar de sus
esfuerzos, sacar el cubo, de modo que, entonces, se vio obligado a procurar que
se vaciase, con objeto de no perder el recipiente. Pero, con el mayor dolor,
observó que no había logrado ningún resultado. ¿Cómo volver al lado del diablo
sin el agua que le habla pedido?
Entonces el
gitano tuvo una idea feliz. De una empalizada sacó unas cuantas estacas y
empezó a trabajar en torno del pozo, como si estuviese excavando.
Mientras tanto,
el diablo, con una paciencia que no era frecuente en él, esperaba el regreso de
su criado y, en vista de que no compa-recía, se impacientó al fin y se dirigió
al pozo, para averiguar qué estaba haciendo.
En cuanto vio al
gitano le preguntó:
-¿Qué estás
haciendo? ¿Cómo se explica que aun no me hayas llevado el agua?
-¡Caramba!
Precisamente estaba haciendo los preparativos para sacar todo el pozo de aquí y
llevárselo de una vez.
-Pero ¿no
comprendes que, así, pierdes el tiempo? No necesito tanta agua de una vez. Con
un cubo me basta. Mira, vete a buscar leña, porque, de lo contrario, no habrá
tiempo.
Así lo hizo y él
mismo se ocupó en llevar el cubo hasta donde lo necesitaba.
-¡Caramba!
-exclamó el gitano. Si me lo hubiese explicado claramente, ya haría rato que
estaría de regreso con el agua.
Y en
cumplimiento de las órdenes recibidas, se dirigió al bosque, para cortar leña.
El gitano empezó a blandir el hacha, pero, en aquel momento, se inició un
diluvio, de modo que, pocos instantes después, el desdichado estaba calado
hasta los huesos. Todo su cuerpo le dolía y ni siquiera le era posible
inclinarse para recoger la leña que había cortado. Hallábase, pues, en un buen
apuro y no sabía que hacer. De pronto, se le ocurrió una buena idea. Desenrolló
un largo cordel que llevaba en torno de la cintura y lo ató, sucesiva-mente, a
todos los troncos de los árboles que había en el lindero del bosque. Mientras
tanto el diablo esperaba el regreso de su criado y, por fin, se enfureció ante
aquella inexplicable demora. Decidido a castigar la incuria de su servidor, se
dirigió al bosque y, al verlo ocupado de tan extraño modo, le preguntó qué
hacía.
-Pues
sencillamente, hago los preparativos para llevarle a usted una buena cantidad
de leña. Estoy atando el bosque entero para formar un solo fardo y, de este modo,
me evito tener que volver por aquí.
Indignado el
diablo, recogió la leña menuda que estaba en el suelo y se volvió a su casa.
Y, por el
camino, maldecía la hora, en que se le ocurrió tomar a su servicio al gitano.
En cuanto hubo
terminado sus quehaceres en casa, se dirigió a la de otro diablo más anciano y
experimentado, con objeto de pedir le consejo.
-He tomado un
criado gitano -dijo, pero no me sirve más que de molestia. Nos otros, como ya
sabes, somos bastante astutos, pero ese hombre da muestras de ser más astuto y
más fuerte que cualquiera de nos otros. Y si no lo mato...
-¡Caramba!
-exclamó el diablo más anciano-. Esta noche, cuando se haya tendido a dormir,
mátalo y así no te molestará mas.
El diablo aceptó
el consejo y se volvió a su casa. Llegó la hora de acostarse, pero, sin duda,
el gitano recelaba algo o bien observó alguna cosa, porque dejó la ropa sobre
el banco que le destinaron por cama y él se ocultó en un rincón, en el suelo.
Cosa de una hora mas tarde, el diablo se figuró que el gitano estaría
profundamente dormido y tomó una porra de hierro. Una vez estuvo al lado del
banco en que supuso que el gitano dormía, empezó a aporrear la ropa con toda su
fuerza. Y satisfecho del buen trabajo que había llevado a cabo, se acostó a su
vez exclamando:
-Creo que ya no
se hablará nunca más del gitano.
A la mañana
siguiente, éste se despertó malhumorado y el diablo, al verle, se quedó.
-iHombre,
espera! Mira, vamos a hacer una prueba. El que dé una patada más fuerte a una
piedra, será el dueño del dinero que llevas.
-Bueno, empieza
tú -dijo el gitano.
El diablo eligió
una piedra casi hundida en él suelo y empezó a darle patadas, hasta que sintió
que le silbaban los oídos. Luego, y aprovechando los momentos en que el diablo
estaba casi mareado por el esfuerzo hecho, el gitano arrojó un chorro de agua
sobre aquella misma piedra e inmediata-mente, le dio una patada.
Mira -exclamó
volviéndose al diablo. -Fíjate. En cuanto he dado una patadaa a la piedra, ha
salido agua. ¿Qué te parece?
El diablo se dio
por vencido y echó a correr en busca de nuevo consejo. Su amigo oyó el relato y
le dijo:
Haz una nueva
prueba. Dile que quien arroje un palo a mayor altura, será dueño del dinero.
El gitano había
avanzado ya bastante en su camino, pero, en un momento determinado, oyó que
alguien lo llamaba. Volvióse y pudo ver que era el diablo.
-¿Qué quieres
ahora? -le preguntó.
-Espera, gitano
-dijo el diablo. El que arroje un palo mayor altura, será el dueño del dinero.
-Bueno, vamos a
probarlo. En el cielo tengo dos hermanos herreros, -dijo el gitano- y no les
vendrá mal que les proporcione un palo como mango de sus martillos.
El diablo empuñó
un garrote, lo arrojó a una altura enorme de modo que apenas fue visible. Pero,
en cuanto hubo caído, el gitano fue en su busca, lo blandió y gritó:
-Cuidado
muchachos. ¡Sacad las manos! ¡Allá va!
Pero el diablo
se apresuró a cogerle la mano, exclamando:
-No, no lo
tires. No quiero nada que pueda relacionarse con el. cielo. No me conviene.
El diablo
experimentado le dio otro consejo.
-Alcanza al
gitano una vez más y dile que quien corra con mayor velocidad, hasta llegar a
un punto determinado, será el dueño del dinero.
El diablo echó a
correr y en cuanto hubo alcanzado al gitano, le dijo:
-Mira ¿sabes lo
que vamos a hacer ahora? Pues correremos hasta un punto determinado, para ver
quien lo hace con más rapidez. Y el que gane será dueño del dinero.
-No mereces que
yo siga luchando contigo -contestó el gitano-, pero tengo un hijo, llamado
Liebre, de tres días de edad. Si lo alcan-zas, podrás medirte conmigo.
El gitano había
descubierto una liebre entre la maleza y se dirigió a ella gritando y
llamándola por su nombre. La liebre, asustada, echó a correr dando unos saltos
enormes y dejando a su espalda algunas nubecillas de polvo.
-¡Bah! -exclamó
el diablo-. No corre en línea recta.
-Corre como le
da la gana -contestó el gitano-. Y eso basta. Por de pronto has perdido.
El diablo viejo
aconsejó a su compañero proponer una lucha, de modo que el vencedor sería el
dueño de los ducados.
-Mira -dijo el
gitano cuando el diablo lo hubo alcanzado-.No quiero luchar contigo. Tengo un
padre muy viejo, tanto que, desde hace siete años, cuido de llevarle la comida
al interior de la cueva que habita. Si consigues derribarlo, entonces serás
digno de luchar conmigo.
El diablo se
conformó y el gitano lo llevó a la cueva que habitaba un oso.
-Entra -le
dijo. Está aquí. Despiértalo y lucha con él.
El diablo,
confiado e inocentón, penetró en la cueva, diciendo:
-¡Eh, tú, tío
barbudo! Despierta, que vamos a luchar.
El oso se puso
en pié, abrazó al diablo, lo aplastó casi sobre su poderoso pecho, le dio
algunos arañazos, lo empujó luego y, como si fuese un montón de trapos viejos,
lo arrojó a gran distancia.
El diablo podía
ser tonto, pero no hay duda de que también era testarudo, porque, sin darse por
vencido, volvió a pedir nuevo consejo y su compañero le propuso entonces luchar
con el gitano, para ver cual de los dos silbaría con mayor fuerza. Bien le
pareció el consejo al codicioso diablo y, de nuevo, fue al encuentro del
gitano.
-Ten cuidado con
lo que haces -le dijo éste, porque en cuanto yo empiece a silbar, te vas a
quedar sordo y ciego. Por consiguiente, te aconsejo que, antes, te vendas los
ojos y te tapes muy bien los oídos.
El diablo, que
era un inocente, siguió aquel consejo, muy agradecido y, entonces, el gitano
empuñó una maza y empezó a dar mazazos a la cabeza del diablo.
-¡Basta, basta!
-gritó éste-. ¡No silbes! Capaz serías de matarme. ¡Así te sirva mi dinero de
veneno! Vete adonde quieras.
¡Y ojalá no te
presentes nunca más ante mi!
Y, resignado,
por creer invencible a aquel gitano, el diablo regresó a su casa, dolorido y
sin saber dónde ponía los pies.
116. anonimo (ucrania)
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