Había una vez un aprendiz de molinero, ni
viejo ni joven, que iba de molino en molino. En todas partes lo recibían de
buen grado, pero en ningún sitio se quedaba mucho tiempo.
Un día, llegó a un molino y el molinero lo
saludó desde la escalera:
-Me alegra que hayas venido. Justamente
necesito un aprendiz. No doy abasto.
-¿No tienes a nadie que te ayude?
-A nadie, amigo. Debo hacerlo todo solo con mi
mujer y mi hija. Nadie se queda conmigo porque todos los días, a medianoche,
viene el hombre de agua a escupir en mi molino.
-Yo no le tengo miedo al hombre de agua -dijo
el aprendiz, y se declaró dispuesto a quedarse allí y ayudar al molinero.
Por la noche, se tumbó en un banco cerca de la
rueda del molino. Al llegar la medianoche, oyó que llamaban a la puerta. El
aprendiz se despertó g preguntó:
-¿Quién es?
Nadie respondió y, a pesar de ello, volvieron
a golpear la puerta.
-He preguntado quién es -gritó el aprendiz.
No hubo respuesta tampoco esta vez, pero
alguien insistía en llamar a la puerta. Entonces el aprendiz, irritado, dijo:
-Quienquiera que seas, acaba de golpear y
entra.
La puerta se abrió y apareció un hombrecillo
con ojos de rana vestido con un frac rojo, de cugos faldones se escurría agua
en abundancia.
-Es el hombre de agua, debería habérmelo
imaginado -refunfuñó el aprendiz y, volviéndose hacia el otro lado, simuló que
dormía.
-¿No me tienes miedo? -preguntó el hombre de
agua sorprendido.
-¿Y por qué debería tenerte miedo? Estog en un
sitio seco y tú no puedes hacerme nada. Así que déjame en paz, porque quiero
dormir.
-Vale -dijo el hombre croando y rascándose la
oreja. No te puedo hacer nada porque estás en lugar seco. Pero no te dejaré
dormir.
En efecto, se sentó en el banco junto al aprendiz
y comenzó a cantar. Tenía la voz propia de las ranas y el canto resultaba
insoportable. El aprendiz de molinero soltó un bufido, sacó el violín y se puso
a tocar.
El hombre de agua dijo:
-¿Sabes que tocas francamente bien? Déjame
probar a mí.
El aprendiz le entregó el violín, pero el
hombre de agua sólo consiguió sacar del instrumento unos rasgueos espantosos.
Era peor que oírlo cantar.
-Dámelo -gritó el aprendiz de molinero. Serías
capaz de romper-me los tímpanos. Tienes los dedos como los de las ranas, nunca
aprenderás a tocar el violín.
Pero el hombre de agua le rogó al muchacho que
le enseñase a tocar e intentara alargar un poco sus dedos de rana, demasiado
cortos. El aprendiz miró a su alrededor, vio en un rincón una prensa y se le
ocurrió una idea.
-De acuerdo, hagamos la prueba. Mete los dedos
en esa prensa y cierra los ojos.
El hombre de agua metió los dedos en la
prensa, cerró los ojos y el aprendiz giró la manivela para ajustar la máquina.
-¡Ay, ay! -chilló el hombre de agua, ya que la
prensa le comprimía los dedos hasta hacerle crujir los huesos. Por favor,
basta, me duele mucho. Ya no tengo ganas de aprender a tocar el violín.
-De acuerdo -dijo entonces el aprendiz. Te
dejo ir, pero ten mucho cuidado de volver al molino porque, de otro modo, trituraré
tus patas de rana y las haré papilla.
Aflojó la presión de la prensa y dejó libre al
hombre de agua, que enseguida fue a zambullirse al arroyo y no se dejó ver
nunca más por el molino.
El molinero no cabía en sí de contento, ni
sabía cómo demostrar su reconocimiento al aprendiz, hasta que decidió darle a
su única hija como esposa. Poco tiempo después, el aprendiz fue al arroyo y, de
repente, vio al hombre de agua sentado en el puente.
-Espera, espera, muchacho -gritó el hombre de
agua. Esta vez no te me escaparás. Te tiraré al agua y todo habrá acabado para
ti.
Pero el aprendiz de molinero se echó a reír:
-¿Y a mí qué me importa? Cuando esté bajo el
agua, te enseñaré a tocar el violín.
Al oírlo hablar del violín, el hombre de agua
se quedó muerto del susto, se zambulló en el arroyo y nadie ha vuelto a oír
hablar de él. Tal vez se ha ido a vivir a otro país.
125. anonimo (polonia)
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