Lin Yen era un joven chino que, al
cumplir los dieciocho años, acompañó a su padre a la ciudad para que un sabio
astrólogo le leyese el porvenir.
El anciano sabio consultó en las
amarillentas hojas de su grueso libro y, a medida que leía, su rostro iba
ensombreciéndose. Al rato lo cerró y tras un suspiro de tristeza habló así:
-Es penoso lo que tengo que deciros
pero los signos astrológicos tienen fijado el próximo fin de Lin Yen, que
morirá a los diecinueve años.
-¿Yo? -se burló el joven-. Soy
sano, joven y fuerte.
-Los signos del Destino son
inexorables -remachó el sabio.
El padre y el hijo regresaron a su
casa, en la cual, llena de impaciencia y angustia esperaba la madre de Lin Yen
y escuchado el presagio, empezó a llorar.
-¡A nuestro pobre hijo sólo le
faltan seis meses para cumplir los diecinueve años! ¡Ay!, no puede morir; le
alimentaremos bien y tendrá fortaleza para burlar su destino.
-Puede que el sabio leyera mal los
signos -trató de engañarla su marido, apiadado de ella y de Lin Yen.
Pasaron cinco meses y ni se
acordaban de la profecía. El muchacho salía diariamente de caza para
proporcionar el sustento a sus padres.
Fue a los cinco meses cuando empezó
a adelgazar...
999. anonimo
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