Un día, el sol le pidió
al halcón, en préstamo, cien mil ducados de oro. Y como, pasado mucho tiempo,
aún no se los había devuelto, el halcón fue a la casa del sol a recordarle su
deuda. Pero, cuando llegó a encontrarlo, el sol ya estaba muy alto en el cielo.
-Ven mañana, cuando esté
en casa -le gritó el sol. Como ves, en este momento estoy en el cielo y no
puedo regresar.
-De acuerdo -respondió el
halcón.
Al día siguiente, el
halcón rehizo el camino. Pero de nuevo era demasiado tarde y el sol qa estaba
alto en el cielo. La historia continuó así durante todo un año. Cualquiera que
fuese la hora a la que llegase el halcón, el sol ya no estaba en casa.
Un día, mientras se
dirigía a la casa del sol, el halcón se encontró con un gallo, que lo saludó
amablemente y le dijo:
-Dime una cosa, halcón:
¿por qué vas a la casa del sol todos los días?
-Porque, fíjate, le
presté una vez cien mil ducados y no quiere devolvérmelos -respondió el halcón.
Todos los días se excusa diciendo que está en el cielo y que no puede volver a
casa.
-Espera, yo te ayudaré
-le dijo el gallo. Quédate una noche conmigo y te despertaré muy temprano,
antes de que el sol salga de su casa. Yo me levanto todos los días antes de que
salga el sol.
El halcón se quedó con el
gallo. A la mañana siguiente, muy temprano, el gallo lo despertó:
-¡Quiquiriquí!
Despiértate, halcón, que el sol aún duerme.
El halcón se levantó, dio
las gracias al gallo y corrió hacia la casa del sol. Y, en efecto, el sol aún
dormía. El halcón entró en su casa, lo despertó y le dijo:
-Buenos días, sol, he
venido por el dinero que me debes.
-Buenos días -respondió
el sol. Finalmente me has encontrado en casa. Pero alguien debe de haberte
sugerido que vinieses tan temprano. Si no me dices quién ha sido, no te
devolveré tu dinero.
-De acuerdo. Si no hay
otro medio para que me lo devuelvas, te lo diré -le respondió el halcón. Fue
el gallo, quien además se encargó de despertarme temprano.
-Muy bien, entonces te
pagaré tu deuda con sus polluelos -dijo el sol. A partir de este momento, todas
sus crías son tuyas.
¿Qué podía hacer el
halcón? Aceptó la propuesta y, desde aquel día, comenzó a robar los polluelos
del gallo. Son sus ducados de oro.
Fuente: Gianni Rodari
009. anonimo (africa-oriental)
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