Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 29 de julio de 2012

Por qué el halcón roba polluelos

Un día, el sol le pidió al halcón, en préstamo, cien mil ducados de oro. Y como, pasado mucho tiempo, aún no se los había de­vuelto, el halcón fue a la casa del sol a recordarle su deuda. Pero, cuando llegó a encontrarlo, el sol ya estaba muy alto en el cielo.
-Ven mañana, cuando esté en casa -le gritó el sol. Como ves, en este momento estoy en el cielo y no puedo regresar.
-De acuerdo -respondió el halcón.
Al día siguiente, el halcón rehizo el camino. Pero de nuevo era demasiado tarde y el sol qa estaba alto en el cielo. La histo­ria continuó así durante todo un año. Cualquiera que fuese la hora a la que llegase el halcón, el sol ya no estaba en casa.
Un día, mientras se dirigía a la casa del sol, el halcón se en­contró con un gallo, que lo saludó amablemente y le dijo:
-Dime una cosa, halcón: ¿por qué vas a la casa del sol todos los días?
-Porque, fíjate, le presté una vez cien mil ducados y no quie­re devolvérmelos -respondió el halcón. Todos los días se excu­sa diciendo que está en el cielo y que no puede volver a casa.
-Espera, yo te ayudaré -le dijo el gallo. Quédate una no­che conmigo y te despertaré muy temprano, antes de que el sol salga de su casa. Yo me levanto todos los días antes de que sal­ga el sol.
El halcón se quedó con el gallo. A la mañana siguiente, muy temprano, el gallo lo despertó:
-¡Quiquiriquí! Despiértate, halcón, que el sol aún duerme.
El halcón se levantó, dio las gracias al gallo y corrió hacia la casa del sol. Y, en efecto, el sol aún dormía. El halcón entró en su casa, lo despertó y le dijo:
-Buenos días, sol, he venido por el dinero que me debes.
-Buenos días -respondió el sol. Finalmente me has encon­trado en casa. Pero alguien debe de haberte sugerido que vinie­ses tan temprano. Si no me dices quién ha sido, no te devolveré tu dinero.
-De acuerdo. Si no hay otro medio para que me lo devuel­vas, te lo diré -le respondió el halcón. Fue el gallo, quien ade­más se encargó de despertarme temprano.
-Muy bien, entonces te pagaré tu deuda con sus polluelos -dijo el sol. A partir de este momento, todas sus crías son tuyas.
¿Qué podía hacer el halcón? Aceptó la propuesta y, desde aquel día, comenzó a robar los polluelos del gallo. Son sus du­cados de oro.

Fuente: Gianni Rodari

009. anonimo (africa-oriental)

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