Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 29 de julio de 2012

Blancanieves y los siete enanitos

Una vez, una reina estaba sentada junto a la ventana cosiendo mientras fuera caía lentamente la nieve. De repente, la reina se pinchó con una aguja y tres gotas de sangre tiñeron la nieve que cubría el alféizar de madera de ébano. La reina suspiró:
-¡Ah, si pudiese tener una hija blanca como la nieve recién caída, roja como la sangre y con los cabellos negros como la ma­dera de ébano!
Antes de que pasase un año, la reina dio a luz una niña que era precisamente blanca como la nieve recién caída, roja como la sangre y con los cabellos negros como el ébano. La niña recibió el nombre de Blancanieves. El mismo día en que nació la niña, murió su madre.
Un tiempo después, el rey se casó de nuevo. Esta reina era muy hermosa, pero altanera y dura de corazón. Ella se creía la mujer más bella del mundo. Tenía un espejo mágico al que le preguntaba:

Espejo, espejo profundo,
¿quién es la más bella del mundo?

Y el espejo le respondía:
-Eres tú, reina mía.
Así, la reina estaba contenta.
Pero Blancanieves creció y se convirtió en una muchacha tan bella como la luz del día, más bella incluso que la reina. Una vez, la reina le preguntó a su espejo mágico:

Espejo, espejo profundo,
¿quién es ahora la más bella del mundo?

Pero esta vez el espejo le mostró la imagen de Blancanieves y respondió:
-¡Es Blancanieves, reina mía!
La reina se enfureció, hizo llamar a su guardia personal y le ordenó:
-Coge inmediatamente a Blancanieves, llévala al bosque y abandónala donde esté muy oscuro. Así podrán comérsela las fieras.
El servidor llevó a Blancanieves al bosque y la abandonó. La pobre muchacha vagaba de un lado para el otro llorando y la­mentándose, pero los animales feroces no le tocaron un pelo.
Al caer la noche, Blancanieves vio una lucecita, caminó en esa dirección y fue a parar a una pequeña cabaña. Dentro no ha­bía nadie. Blancanieves entró y vio una sala pequeñísima y, en la sala, una mesita puesta con un mantelito blanco, y alrededor de la mesa, siete sillas muy pequeñas. Encima del mantel había sie­te platos diminutos llenos de sopa y, junto a cada plato, una cu­chara, una barrita de pan y un vasito lleno de vino. Junto a la pared, había alineadas siete camas también muy pequeñas. Blan­canieves estaba cansada y tenía hambre. Se sentó a la mesa, se tomó un plato de sopa, comió una barrita de pan y bebió un vaso de vino. Finalmente, como le dio sueño, se tumbó en una de las camas y se durmió.
Poco después se abrió la puerta y entraron en la sala siete enanos. Cada uno se sentó en su puesto alrededor de la mesa y, de repente, el primero dijo:
-Alguien ha estado aquí y ha ensuciado el mantel. El segundo dijo:
-Alguien se ha sentado en mi sillita.
El tercero dijo:
-Alguien ha usado mi cuchara.
El cuarto se enfadó:
-Y se ha tomado mi sopa.
El quinto refunfuñó:
-Y se ha comido mi barrita de pan.
El sexto se lamentó:
-Y se ha bebido mi vino.
El séptimo enanito se volvió hacia la pared, miró su cama y exclamó:
-Se ha acostado en mi cama.
Los enanos corrieron a ver quién era y comprobaron con gran alegría que era una joven hermosa.
Por no entrar en más detalles, digamos que Blancanieves se quedó con los siete enanos. Por el día, ellos extraían oro y plata de las rocas y, mientras tanto, Blancanieves se ocupaba de la casa, lavaba la ropa y preparaba la cena. Cuando los enanos vol vían de su trabajo, todo estaba listo y no debían preocuparse por nada. La vida en la casita de los siete enanos era serena y alegre.
Pero un día, la malvada reina volvió a reflejarse en el espejo mágico y le preguntó:

Espejo, espejo profundo,
¿quién es la más bella del mundo?

Y el espejo respondió:
-¡Es Blancanieves, reina mía!
Cuando la reina comprendió que ninguna fiera del bosque había devorado a Blancanieves, tuvo un acceso de rabia. Se dis­frazó de viejecita, cogió una cesta en la que puso cintas, cordon­cillos y todas esas cosas que les gustan mucho a las jóvenes, y se fue al bosque.
Blancanieves estaba asomada a la ventana cuando llegó la viejecita y la saludó:
-Buenos días, hermosa joven.
-Buenos días, señora -respondió.
-¿Quieres comprar una bonita cinta? Seguro que te quedará muy bien.
-La compraría con mucho gusto, señora, pero ahora no ten­go dinero.
-Entonces go te regalaré una.
Y, dicho esto, la reina le colocó en el cuello una cinta y la anudó con tanta fuerza que a Blancanieves le faltó la respiración y cayó desmayada al suelo. La reina lanzó una carcajada pareci­da al croar de una rana y se alejó. Cuando los enanos volvieron esa noche, encontraron a Blancanieves muerta y se pusieron a llorar. Pero el enanito más pequeño se dio cuenta de que Blan­canieves tenía una cinta nueva en el cuello, demasiado ajustada. Desató la cinta y Blancanieves volvió a la vida en el acto.
Al día siguiente, la malvada reina se reflejó en su espejo má­gico y le preguntó:

Espejo, espejo profundo,
¿quién es la más bella del mundo?

El espejo respondió:
-¡Aún es Blancanieves, reina mía!
La reina, fuera de sí de la rabia porque Blancanieves no ha­bía muerto, se disfrazó nuevamente de viejecita, puso en una caja peines, alfileres y pendientes, y se fue al bosque. Blancanie­ves estaba en el umbral de la casita cuando la reina disfrazada fue a su encuentro diciendo:

-Buenos días, hermosa joven.
-Buenos días, señora.
-¿Quieres comprarte un bonito peine o un bonito alfiler? Seguro que te quedarán bien.
-Me compraría algo con mucho gusto, señora, pero no ten­go dinero.
-Entonces te regalaré este alfiler para sujetarte el cabello -dijo la reina.
Pero, mientras le colocaba el alfiler, la pinchó con tanta fuerza que Blancanieves caljó al suelo sin vida. La reina lanzó una carcajada que parecía la voz de una lechuza y se fue. Cuan­do por la noche los enanos volvieron a casa, encontraron a Blan­canieves muerta y lloraron y lloraron sin parar. Pero el más pe­queño de ellos se dio cuenta de que Blancanieves tenía entre los cabellos un alfiler nuevo, se lo quitó y Blancanieves volvió a es­tar viva y despierta como antes.
Al día siguiente, la reina volvió a mirarse en su espejo mági­co y le preguntó:

Espejo, espejo profundo,
¿quién es la más bella del mundo?

El espejo respondió:
-¡Es Blancanieves, reina mía!
La reina montó en cólera, se disfrazó por tercera vez de vie­jecita, puso en una cesta tres manzanas rojas envenenadas y se fue al bosque. Blancanieves salía de la casa cuando la reina dis­frazada fue a su encuentro y la saludó:
-Buenos días, hermosa joven.
-Buenos días, señora.
-¿Quieres comprarme una manzana? Mira qué buenas están.
-Con mucho gusto, señora, pero no tengo dinero.
-Entonces te la regalaré yo -dijo la reina, y le entregó a Blancanieves una manzana envenenada.
Blancanieves le dio las gracias, mordió la manzana y en el acto capó al suelo sin vida. La reina se rió como una corneja y se fue. Cuando los enanos volvieron a casa aquella noche, encon­traron a Blancanieves muerta y comenzaron a llorar desconsola­damente, pero todo fue inútil, porque no sabían cómo hacerla volver a la vida.
La reina, en su palacio, le preguntó al espejo mágico:

Espejo, espejo profundo,
¿quién es la más bella del mundo?

Y el espejo esta vez respondió:
-¡Eres tú, reina mía!
La reina no cabía en sí de contento. Mientras tanto, los ena­nitos habían preparado un ataúd de cristal. Colocaron en él a Blancanieves y la llevaron a la parte más alta de las rocas para enterrarla.
Precisamente aquel día, sin embargo, el príncipe del reino vecino se había perdido en el bosque. Cabalgaba de un lado para el otro, buscando en vano el camino para volver a casa. De re­pente, se cruzó con el extraño cortejo funeral. Siete enanos lle­vaban un ataúd de cristal q, en el ataúd, yacía una muchacha blanca como la nieve recién caída, roja como la sangre y con los cabellos negros como el ébano.
-¿Quién es esta joven tan hermosa? -preguntó el príncipe.
-Es Blancanieves. Era toda nuestra alegría, pero ahora está muerta y la llevamos a enterrar.
El príncipe no podía apartar los ojos de tanta belleza y les suplicó a los enanos:
-Dejad un momento el ataúd en el suelo y dejadme ver una vez más a la hermosa Blancanieves.
Los enanos, no obstante, no quisieron saber nada y retoma­ron el camino. Pero el primer enano tropezó, dejó caer el ataúd, el cristal se rompió y Blancanieves cayó a tierra.
Los enanos se enfadaron:
-¡Ha sido por tu culpa, príncipe!
Pero pronto su ira se mudó en alegría. En efecto, cuando Blancanieves cayó del ataúd, el trocito de manzana envenenada salió expulsado de su garganta, abrió los ojos y volvió a estar sana y viva como antes.
Los enanos estaban felices y le permitieron al príncipe, sin vacilar, casarse con Blancanieves. También ellos fueron a la fies­ta de bodas llevándole a Blancanieves sus gorros llenos de oro, plata y piedras preciosas que habían extraído de la roca.
Y fue así como la malvada reina volvió a mirarse en su espe­jo mágico:

Espejo, espejo profundo,
¿quién es la más bella del mundo?

Y el espejo respondió:
-¡La más bella es Blancanieves!
Esta vez la reina no esperó siquiera que el espejo acabase de hablar: lo tiró al suelo y lo rompió en mil pedazos.

012. anonimo (alemania)

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