Una vez, una reina estaba
sentada junto a la ventana cosiendo mientras fuera caía lentamente la nieve. De
repente, la reina se pinchó con una aguja y tres gotas de sangre tiñeron la
nieve que cubría el alféizar de madera de ébano. La reina suspiró:
-¡Ah, si pudiese tener
una hija blanca como la nieve recién caída, roja como la sangre y con los
cabellos negros como la madera de ébano!
Antes de que pasase un
año, la reina dio a luz una niña que era precisamente blanca como la nieve
recién caída, roja como la sangre y con los cabellos negros como el ébano. La
niña recibió el nombre de Blancanieves. El mismo día en que nació la niña,
murió su madre.
Un tiempo después, el rey
se casó de nuevo. Esta reina era muy hermosa, pero altanera y dura de corazón.
Ella se creía la mujer más bella del mundo. Tenía un espejo mágico al que le
preguntaba:
Espejo, espejo profundo,
¿quién es la más bella
del mundo?
Y el espejo le respondía:
-Eres tú, reina mía.
Así, la reina estaba
contenta.
Pero Blancanieves creció y
se convirtió en una muchacha tan bella como la luz del día, más bella incluso
que la reina. Una vez, la reina le preguntó a su espejo mágico:
Espejo, espejo profundo,
¿quién es ahora la más
bella del mundo?
Pero esta vez el espejo
le mostró la imagen de Blancanieves y respondió:
-¡Es Blancanieves, reina
mía!
La reina se enfureció,
hizo llamar a su guardia personal y le ordenó:
-Coge inmediatamente a
Blancanieves, llévala al bosque y abandónala donde esté muy oscuro. Así podrán
comérsela las fieras.
El servidor llevó a
Blancanieves al bosque y la abandonó. La pobre muchacha vagaba de un lado para
el otro llorando y lamentándose, pero los animales feroces no le tocaron un
pelo.
Al caer la noche, Blancanieves
vio una lucecita, caminó en esa dirección y fue a parar a una pequeña cabaña.
Dentro no había nadie. Blancanieves entró y vio una sala pequeñísima y, en la
sala, una mesita puesta con un mantelito blanco, y alrededor de la mesa, siete
sillas muy pequeñas. Encima del mantel había siete platos diminutos llenos de
sopa y, junto a cada plato, una cuchara, una barrita de pan y un vasito lleno
de vino. Junto a la pared, había alineadas siete camas también muy pequeñas.
Blancanieves estaba cansada y tenía hambre. Se sentó a la mesa, se tomó un
plato de sopa, comió una barrita de pan y bebió un vaso de vino. Finalmente,
como le dio sueño, se tumbó en una de las camas y se durmió.
Poco después se abrió la
puerta y entraron en la sala siete enanos. Cada uno se sentó en su puesto
alrededor de la mesa y, de repente, el primero dijo:
-Alguien ha estado aquí y
ha ensuciado el mantel. El segundo dijo:
-Alguien se ha sentado en
mi sillita.
El tercero dijo:
-Alguien ha usado mi
cuchara.
El cuarto se enfadó:
-Y se ha tomado mi sopa.
El quinto refunfuñó:
-Y se ha comido mi
barrita de pan.
El sexto se lamentó:
-Y se ha bebido mi vino.
El séptimo enanito se
volvió hacia la pared, miró su cama y exclamó:
-Se ha acostado en mi
cama.
Los enanos corrieron a
ver quién era y comprobaron con gran alegría que era una joven hermosa.
Por no entrar en más
detalles, digamos que Blancanieves se quedó con los siete enanos. Por el día,
ellos extraían oro y plata de las rocas y, mientras tanto, Blancanieves se
ocupaba de la casa, lavaba la ropa y preparaba la cena. Cuando los enanos vol
vían de su trabajo, todo estaba listo y no debían preocuparse por nada. La vida
en la casita de los siete enanos era serena y alegre.
Pero un día, la malvada
reina volvió a reflejarse en el espejo mágico y le preguntó:
Espejo, espejo profundo,
¿quién es la más bella
del mundo?
Y el espejo respondió:
-¡Es Blancanieves, reina
mía!
Cuando la reina
comprendió que ninguna fiera del bosque había devorado a Blancanieves, tuvo un
acceso de rabia. Se disfrazó de viejecita, cogió una cesta en la que puso
cintas, cordoncillos y todas esas cosas que les gustan mucho a las jóvenes, y
se fue al bosque.
Blancanieves estaba
asomada a la ventana cuando llegó la viejecita y la saludó:
-Buenos días, hermosa
joven.
-Buenos días, señora
-respondió.
-¿Quieres comprar una
bonita cinta? Seguro que te quedará muy bien.
-La compraría con mucho
gusto, señora, pero ahora no tengo dinero.
-Entonces go te regalaré
una.
Y, dicho esto, la reina
le colocó en el cuello una cinta y la anudó con tanta fuerza que a Blancanieves
le faltó la respiración y cayó desmayada al suelo. La reina lanzó una carcajada
parecida al croar de una rana y se alejó. Cuando los enanos volvieron esa
noche, encontraron a Blancanieves muerta y se pusieron a llorar. Pero el
enanito más pequeño se dio cuenta de que Blancanieves tenía una cinta nueva en
el cuello, demasiado ajustada. Desató la cinta y Blancanieves volvió a la vida
en el acto.
Al día siguiente, la
malvada reina se reflejó en su espejo mágico y le preguntó:
Espejo, espejo profundo,
¿quién es la más bella
del mundo?
El espejo respondió:
-¡Aún es Blancanieves,
reina mía!
La reina, fuera de sí de
la rabia porque Blancanieves no había muerto, se disfrazó nuevamente de
viejecita, puso en una caja peines, alfileres y pendientes, y se fue al bosque.
Blancanieves estaba en el umbral de la casita cuando la reina disfrazada fue a
su encuentro diciendo:
-Buenos días, hermosa
joven.
-Buenos días, señora.
-¿Quieres comprarte un
bonito peine o un bonito alfiler? Seguro que te quedarán bien.
-Me compraría algo con
mucho gusto, señora, pero no tengo dinero.
-Entonces te regalaré
este alfiler para sujetarte el cabello -dijo la reina.
Pero, mientras le
colocaba el alfiler, la pinchó con tanta fuerza que Blancanieves caljó al suelo
sin vida. La reina lanzó una carcajada que parecía la voz de una lechuza y se
fue. Cuando por la noche los enanos volvieron a casa, encontraron a Blancanieves
muerta y lloraron y lloraron sin parar. Pero el más pequeño de ellos se dio cuenta
de que Blancanieves tenía entre los cabellos un alfiler nuevo, se lo quitó y
Blancanieves volvió a estar viva y despierta como antes.
Al día siguiente, la
reina volvió a mirarse en su espejo mágico y le preguntó:
Espejo, espejo profundo,
¿quién es la más bella
del mundo?
El espejo respondió:
-¡Es Blancanieves, reina
mía!
La reina montó en cólera,
se disfrazó por tercera vez de viejecita, puso en una cesta tres manzanas
rojas envenenadas y se fue al bosque. Blancanieves salía de la casa cuando la reina
disfrazada fue a su encuentro y la saludó:
-Buenos días, hermosa
joven.
-Buenos días, señora.
-¿Quieres comprarme una
manzana? Mira qué buenas están.
-Con mucho gusto, señora,
pero no tengo dinero.
-Entonces te la regalaré
yo -dijo la reina, y le entregó a Blancanieves una manzana envenenada.
Blancanieves le dio las
gracias, mordió la manzana y en el acto capó al suelo sin vida. La reina se rió
como una corneja y se fue. Cuando los enanos volvieron a casa aquella noche,
encontraron a Blancanieves muerta y comenzaron a llorar desconsoladamente,
pero todo fue inútil, porque no sabían cómo hacerla volver a la vida.
La reina, en su palacio,
le preguntó al espejo mágico:
Espejo, espejo profundo,
¿quién es la más bella
del mundo?
Y el espejo esta vez respondió:
-¡Eres tú, reina mía!
La reina no cabía en sí
de contento. Mientras tanto, los enanitos habían preparado un ataúd de
cristal. Colocaron en él a Blancanieves y la llevaron a la parte más alta de
las rocas para enterrarla.
Precisamente aquel día,
sin embargo, el príncipe del reino vecino se había perdido en el bosque.
Cabalgaba de un lado para el otro, buscando en vano el camino para volver a
casa. De repente, se cruzó con el extraño cortejo funeral. Siete enanos llevaban
un ataúd de cristal q, en el ataúd, yacía una muchacha blanca como la nieve
recién caída, roja como la sangre y con los cabellos negros como el ébano.
-¿Quién es esta joven tan
hermosa? -preguntó el príncipe.
-Es Blancanieves. Era
toda nuestra alegría, pero ahora está muerta y la llevamos a enterrar.
El príncipe no podía
apartar los ojos de tanta belleza y les suplicó a los enanos:
-Dejad un momento el
ataúd en el suelo y dejadme ver una vez más a la hermosa Blancanieves.
Los enanos, no obstante,
no quisieron saber nada y retomaron el camino. Pero el primer enano tropezó,
dejó caer el ataúd, el cristal se rompió y Blancanieves cayó a tierra.
Los enanos se enfadaron:
-¡Ha sido por tu culpa,
príncipe!
Pero pronto su ira se
mudó en alegría. En efecto, cuando Blancanieves cayó del ataúd, el trocito de
manzana envenenada salió expulsado de su garganta, abrió los ojos y volvió a
estar sana y viva como antes.
Los enanos estaban
felices y le permitieron al príncipe, sin vacilar, casarse con Blancanieves.
También ellos fueron a la fiesta de bodas llevándole a Blancanieves sus gorros
llenos de oro, plata y piedras preciosas que habían extraído de la roca.
Y fue así como la malvada
reina volvió a mirarse en su espejo mágico:
Espejo, espejo profundo,
¿quién es la más bella
del mundo?
Y el espejo respondió:
-¡La más bella es
Blancanieves!
Esta vez la reina no
esperó siquiera que el espejo acabase de hablar: lo tiró al suelo y lo rompió
en mil pedazos.
012. anonimo (alemania)
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