Hace mucho, mucho tiempo,
un campesino unció sus bueyes al carro y se fue a la ciudad, por la mañana
temprano, a vender leña. Se la vendió a un abogado por dos táleros. En ese
momento el abogado estaba almorzando y el campesino no podía dejar de mirar
los manjares que había en aquella mesa. Por eso decidió en el acto que él
también sería abogado.
-Es muy fácil -le dijo el
abogado. Vendes el carro y los bueyes, y te compras un silabario y ropa como
la mía. Después pones en la puerta de tu casa una placa que diga: «Abogado
Sabelotodo».
El campesino hizo lo que
le había dicho el abogado.
Justamente por aquellos
días, en el castillo de un conde, habían robado mil ducados y no lograban
descubrir a los ladrones. Alguien le informó al conde que en el pueblo había un
tal Abogado Sabelotodo, que tal vez también sabía quién había robado el
dinero. El conde lo mandó llamar enseguida.
-Iré, sin duda -respondió
el campesino, pero necesito que venga conmigo Greta, mi mujer.
Llevaron al campesino y a
su mujer al castillo y, como la mesa estaba preparada para el almuerzo, lo
invitaron a almorzar.
-Con mucho gusto
-respondió, pero debe venir también mi mujer Greta.
Los dos se sentaron a la
mesa y el campesino se puso a contar los platos. Entró un criado y sirvió la
sopa.
-Éste es el primero
-exclamó el campesino dirigiéndose a su mujer. Y quería decir: «Éste es el
primer plato».
Pero el criado palideció
y desapareció deprisa. Era precisamente uno de los que habían robado el dinero
y, creyendo que el Abogado Sabelotodo lo sabía todo de verdad, pensó que el
huésped había querido decirle a su mujer: « Éste es el primer ladrón».
Entró después un segundo
criado con un plato de carne asada y el campesino exclamó de nuevo, dirigiéndose
a su mujer:
-¡Y éste es el segundo!
«Esto se está poniendo
feo», pensó el criado, creyendo que el Abogado Sabelotodo había hablado del
segundo ladrón.
Lo mismo ocurrió con los
cinco platos siguientes.
Acabado el almuerzo, los
cinco sirvientes fueron a hablar con el campesino y le prometieron que, si no
los denunciaba, lo compensarían con creces y le revelarían el lugar donde
estaba escondido el dinero. El campesino aceptó los cincuenta táleros que le
ofrecían y, además, le confesaron que el dinero robado estaba en un saco detrás
de la estufa.
Finalmente llegó el
conde, quien le pidió al abogado que le demostrase lo que era capaz de hacer.
El campesino cogió el
silabario y simuló leer. Pero, como no sabía leer, comenzó a pasar las páginas
al revés.
-Pero usted, señor
abogado -observó el conde, lee el libro comenzando por el final.
-Si quiere que le
devuelvan su dinero -replicó el campesino, yo debo leer este libro al revés.
El conde meneó dubitativo
la cabeza pero, cuando el campesino dijo que el dinero estaba escondido en un
saco detrás de la estufa y el dinero apareció allí de verdad, se puso tan
contento que le dio al campesino una recompensa de cien táleros.
El Abogado Sabelotodo se
hizo muy famoso en toda la región. Es verdad que ya no volvió a descubrir
ninguna otra cosa importante, pero siguió disfrutando del respeto de todos y
vivió bien hasta el fin de sus días.
012. anonimo (alemania)
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