El doctor Fausto tuvo en una ocasión necesidad
urgente de dinero y acudió a un prestamista. Éste contó los mil ducados de oro
que el doctor solicitaba y dijo:
-¿Y qué me dejarás como fianza de la deuda?
-¿Fianza?
-Es la costumbre: tienes que dejarme como
fianza algún objeto de valor. Cuando me devuelvas el dinero, yo te devolveré el
objeto que empeñas.
El doctor Fausto se rascó la cabeza, puso la
mano sobre su pierna, la desprendió del cuerpo y se la entregó.
-Empeño mi pierna -dijo.
Y se fue saltando con una pata.
El prestamista no daba crédito a sus ojos; sin
embargo, cogió la pierna y la guardó en la caja fuerte.
Pasó una semana, pasaron dos. La pierna
comenzaba a descomponerse, la carne se separaba de los huesos.
-¿Qué debo hacer? -se decía el prestamista.
Esto huele que apesta. Y al doctor Fausto esta pierna ya no le servirá, no
podrá volver a colocarla en su sitio.
Y así fue como cogió la pierna y la tiró al
río. Cuando volvió a casa, encontró al doctor Fausto esperándolo. Le traía los
mil ducados de oro p quería recuperar su pierna.
-Pero ¿para qué quieres la pierna? Ya estaba
descompuesta y he tenido que tirarla al río.
-Ah, qué bien, ¿y qué haré yo sin pierna? De
acuerdo. Como tú no me devuelves la pierna, yo no te devolveré los mil ducados
de oro.
Fue así como el prestamista perdió mil
ducados, pero el doctor Fausto no perdió nada, porque con un simple acto de
magia se hizo crecer una pierna nueva.
012. anonimo (alemania)
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