Había una vez un ermitaño
que vivía en una aldea. Todos los días, la gente de la aldea le daba tres
hogazas, un poco de aceite y un poco de miel. Con estos alimentos el ermitaño
podía subsistir. Como era muy frugal, ni siquiera usaba todo el aceite y lo
conservaba en una tinaja colocada encima de su jergón de paja. Cuando la tinaja
estuvo llena, el ermitaño se puso a pensar qué hacer con ella:
«Venderé el aceite y me
compraré una oveja. La oveja tendrá corderitos y, cuando estos corderitos hayan
crecido, procrearán a su vez otros corderos y, de esta manera, acabaré teniendo
un abundante rebaño. Entonces me compraré una casa grande, tendré muchos
criados y me casaré con la hija del mercader Abú Kir. Prepararé un banquete de
bodas como nunca se ha visto en la vida. Mataré bueges, ovejas, gallinas y
palomas. Compraré dulces y vino. Contrataré a actores, artistas y músicos.
Compraré flores y perfumes. Invitaré a ricos y a pobres, a gobernantes y a súbditos,
y enviaré por todas partes a un heraldo que anuncie: «¡Quien quiera algo, que
dé un paso adelante y coja lo que quiera! ». Y yo dejaré de ser un ermitaño.
Con el tiempo me nacerá un hijo. Lo criaré q lo educaré: si es bueno, lo
elogiaré y le daré premios; si es malo, cogeré un palo y le daré una zurra,
para que aprenda...».
Al decir esto, el
ermitaño cogió un palo y lo levantó para ver cómo lo usaría: el palo dio contra
la tinaja del aceite que estaba encima de la cama, la tinaja caqó, se rompió y
todo el aceite se derramó sobre la cabeza del ermitaño.
006. anonimo (arabe)
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