Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 29 de julio de 2012

La madre y su hijo muerto

Hace muchos años vivía una vieja muy pobre que no tenía otro bien en el mundo más que su único hijo. Pero incluso esta satis­facción fue breve. El joven cayó enfermo y murió poco tiempo después, a pesar de las curas y las medicinas. La vieja quedó des­consolada; sus llantos y lamentos no cesaron siquiera cuando su hijo ya llevaba largo tiempo enterrado. Noche y día se arrodilla­ba ante su tumba y exclamaba:
-Tenía un hijo, un solo hijo, y se ha muerto. Tenía un único hijo, que podría haberse ocupado de mí en los años de la vejez, y me ha abandonado. ¿Qué sentido tiene ahora mi vida? Si no puede volver, haré lo que sea para reunirme con él.
Y, desde aquel momento, la vieja no tomó alimentos ni bebida.
Al quinto día, Buda se enteró de lo que ocurría y, seguido de cincuenta discípulos, decidió hablar con la mujer. Cuando ella lo reconoció, fue a su encuentro y se inclinó respetuosamente ante él.
Buda la miró con dulzura y le preguntó:
-¿Por qué estás en el cementerio?
La mujer volvió a inclinarse y respondió:
-Tenía un solo hijo y se ha muerto. Tenía un único hijo, que podría haberse ocupado de mí en los años de la vejez, y me ha abandonado. ¿Qué sentido tiene ahora mi vida? Si no puede vol­ver, haré lo que sea para reunirme con él.
Buda cerró los ojos un instante y, cuando volvió a abrirlos, preguntó:
-¿Te gustaría que le devolviese la vida?
La vieja se inclinó una vez más y respondió:
-Si lo hicieses, me la devolverías a mí también.
El Iluminado la miró pensativo yg luego dijo:
-Lleva un incensario y fuego. El perfume del incienso lo des­pertará.
La vieja hizo una nueva reverencia y estaba a punto de irse, pero Buda le ordenó con un gesto que se quedase y le dijo:
-Pero ten en cuenta lo siguiente: para que el incienso le de­vuelva la vida a tu hijo debe encenderse con el fuego de una fa­milia en la que aún no se haya muerto nadie.
La vieja se despidió y se fue con la esperanza en su corazón. En su camino, se encontró con un joven campesino y le pre­guntó:
-Dime, ¿se ha muerto alguien en tu casa?
El campesino respondió:
-Mi padre ha muerto, mi abuelo ha muerto, y también se han muerto el padre de mi abuelo y todos sus antepasados desde el principio del mundo.
La vieja siguió su camino hasta que se encontró con una mu­jer que llevaba un cántaro de agua y le preguntó:
-Dime, ¿se ha muerto alguien en vuestra familia?
La mujer respondió:
-Mi madre ha muerto, la madre de mi madre ha muerto, también las abuelas y las bisabuelas desde el principio del mundo.
La vieja continuó su trayecto y vio a un joven que guardaba un toro y a una chica que jugaba con tierra.
-Joven, ¿ha muerto alguien en tu casa? Niña, ¿ha muerto al­guien en tu familia?
Pero preguntaba en vano. En la casa del joven y en la de la muchacha ya había familiares muertos. Al final, la vieja volvió con las manos vacías al cementerio donde Buda la esperaba. Se inclinó ante él y le dijo:
-Les he preguntado a todos, he estado en todas las casas, y en todas partes ya se ha muerto alguien.
Buda la miró con dulzura, se mantuvo un instante en silencio y dijo:
-Ya lo ves, desde el principio del mundo así van las cosas. Todo lo que nace debe morir.
La vieja reconoció que el Iluminado tenía razón. Se despidió de la tumba de su querido hijo y volvió al reino de los vivos.

005. anonimo (china)

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