Hace muchos años vivía
una vieja muy pobre que no tenía otro bien en el mundo más que su único hijo.
Pero incluso esta satisfacción fue breve. El joven cayó enfermo y murió poco
tiempo después, a pesar de las curas y las medicinas. La vieja quedó desconsolada;
sus llantos y lamentos no cesaron siquiera cuando su hijo ya llevaba largo
tiempo enterrado. Noche y día se arrodillaba ante su tumba y exclamaba:
-Tenía un hijo, un solo
hijo, y se ha muerto. Tenía un único hijo, que podría haberse ocupado de mí en
los años de la vejez, y me ha abandonado. ¿Qué sentido tiene ahora mi vida? Si
no puede volver, haré lo que sea para reunirme con él.
Y, desde aquel momento,
la vieja no tomó alimentos ni bebida.
Al quinto día, Buda se
enteró de lo que ocurría y, seguido de cincuenta discípulos, decidió hablar con
la mujer. Cuando ella lo reconoció, fue a su encuentro y se inclinó
respetuosamente ante él.
Buda la miró con dulzura
y le preguntó:
-¿Por qué estás en el
cementerio?
La mujer volvió a
inclinarse y respondió:
-Tenía un solo hijo y se
ha muerto. Tenía un único hijo, que podría haberse ocupado de mí en los años de
la vejez, y me ha abandonado. ¿Qué sentido tiene ahora mi vida? Si no puede volver,
haré lo que sea para reunirme con él.
Buda cerró los ojos un
instante y, cuando volvió a abrirlos, preguntó:
-¿Te gustaría que le
devolviese la vida?
La vieja se inclinó una
vez más y respondió:
-Si lo hicieses, me la
devolverías a mí también.
El Iluminado la miró
pensativo yg luego dijo:
-Lleva un incensario y
fuego. El perfume del incienso lo despertará.
La vieja hizo una nueva
reverencia y estaba a punto de irse, pero Buda le ordenó con un gesto que se
quedase y le dijo:
-Pero ten en cuenta lo
siguiente: para que el incienso le devuelva la vida a tu hijo debe encenderse
con el fuego de una familia en la que aún no se haya muerto nadie.
La vieja se despidió y se
fue con la esperanza en su corazón. En su camino, se encontró con un joven
campesino y le preguntó:
-Dime, ¿se ha muerto
alguien en tu casa?
El campesino respondió:
-Mi padre ha muerto, mi
abuelo ha muerto, y también se han muerto el padre de mi abuelo y todos sus
antepasados desde el principio del mundo.
La vieja siguió su camino
hasta que se encontró con una mujer que llevaba un cántaro de agua y le
preguntó:
-Dime, ¿se ha muerto
alguien en vuestra familia?
La mujer respondió:
-Mi madre ha muerto, la
madre de mi madre ha muerto, también las abuelas y las bisabuelas desde el
principio del mundo.
La vieja continuó su
trayecto y vio a un joven que guardaba un toro y a una chica que jugaba con
tierra.
-Joven, ¿ha muerto
alguien en tu casa? Niña, ¿ha muerto alguien en tu familia?
Pero preguntaba en vano.
En la casa del joven y en la de la muchacha ya había familiares muertos. Al
final, la vieja volvió con las manos vacías al cementerio donde Buda la
esperaba. Se inclinó ante él y le dijo:
-Les he preguntado a
todos, he estado en todas las casas, y en todas partes ya se ha muerto alguien.
Buda la miró con dulzura,
se mantuvo un instante en silencio y dijo:
-Ya lo ves, desde el
principio del mundo así van las cosas. Todo lo que nace debe morir.
La vieja reconoció que el
Iluminado tenía razón. Se despidió de la tumba de su querido hijo y volvió al
reino de los vivos.
005. anonimo (china)
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