Una vez, cuando aún los gatos bebían vino y
los monos fumaban puros, un campesino tenía una cabra magnífica. Y don Conejo
tenía unas ganas locas de comérsela. Un día, ya estaba anocheciendo, la robó,
se la llevó al campo, la hizo asar y tuvo comida para tres días. El vecino
estaba decidido a no perdonar al ladrón y se fue derecho a ver al juez para
denunciar el robo. El juez firmó una orden de captura del ladrón. Cuando llegó
la noticia a oídos del conejo, éste se rascó una oreja y fue a hablar con el
lobo.
-Amigo lobo, ¿te gustaría ganar treinta
monedas?
-Claro que me gustaría. ¿Qué tengo que hacer?
-Una cosa muy sencilla: sólo cantar un poco.
Comenzaré a cantar yo: «Don Lobo se ha comido la cabra», y tú deberás
continuar: «Sin duda, sin duda, ésa es la verdad». Ya verás como te dan treinta
monedas.
El lobo estuvo de acuerdo:
-Realmente es algo muy sencillo y a mí me
gusta cantar.
Al día siguiente, don Conejo y don Lobo fueron
a la ciudad. Al pasar frente a la casa del juez, el conejo dijo:
-Atento, pues, que comenzamos.
Y comenzó a cantar en voz tan alta que lo oían
en toda la plaza del mercado:
-Don Lobo se ha comido la cabra, don Conejo ha
desvelado el misterio.
Y el lobo, sin perder el compás, continuó, con
una voz tan alta que se oyó por toda la ciudad:
-Sin duda, sin duda, ésa es la verdad.
Pero no pudo cantar mucho tiempo. El juez
salió con los guardias exclamando:
-¡Así que eres tú el ladrón de la cabra!
E hizo que le pagasen a don Lobo treinta
monedas: pero en el lomo, a latigazos.
007. anonimo (norteamerica)
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