Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 29 de julio de 2012

Cómo la tortuga engañó a la zorra

Como es natural, desde aquella vez en que perdió la cola, el co­nejo juró odio eterno a la tortuga y declaró que no la perdona­ría. Además, sentía una vergüenza tremenda. Compadre Conejo era muy atildado y, a causa de las orejas muy largas y la cola muy corta, no se dejó ver ante los demás animales por mucho tiempo. Por su parte comadre Zorra, que había sido siempre una buena amiga del conejo, pensaba todo el tiempo en cómo pagar a la tortuga con la misma moneda.
Una vez, la comadre fue al río y vio que la tortuga, recién sa­lida del agua para tomar el sol, se había dormido. Se acercó a ella de un salto, golpeó su coraza hasta que la despertó y le dijo:
-Madame, a todo el mundo le llega su hora. Esta vez, el co­nejo será vengado.
La tortuga comprendió que estaba en un aprieto. Ni pensar en escapar de la zorra de patas veloces. Pero la tortuga era una vieja astuta y no se dejó hundir en el desaliento. Dijo:
-Comadre, veo que me tocará un final desdichado. Paciencia, haz de mí lo que quieras, estoy dispuesta a todo. Sólo te pido una cosa: no me tires al río, no me gusta nada la idea de morir ahogada.
-Me parece un final adecuado -rió la zorra. Querías que se ahogase el compadre Conejo; serás tú, pues, la que acabe aho­gada.
Dicho esto, la arrojó al río y corrió derecha a contarle al compadre Conejo, muy contenta, de qué manera había ejecuta­do la venganza.
-Ah, comadre, querida comadre -suspiró el conejo, no me imaginaba que fueses tan tonta. ¿Cómo se te ocurre que una tor­tuga pueda ahogarse en el río? Nada como un pez. Eres una ca­beza hueca.
La zorra se sintió muy ofendida:
-¡Pero bueno! Te he salvado la vida. Si no hubiese sido por mí, la tortuga te habría ahogado. Como si eso fuese poco, tam­bién he intentado vengarte por su afrenta. ¡Y por toda recom­pensa no haces otra cosa que insultarme!
-Yo no te he pedido nada, comadre -repuso el conejo. En primer lugar, tiraste de mis orejas hasta que se volvieron tan lar­gas como las de un asno o las de una liebre. Después de haberme hecho perder la cola, dejaste que la tortuga te tomase el pelo como a una tonta. ¿Todavía tienes el valor de abrir la boca en mi presencia?
Discutieron un buen rato, montaron en cólera y, desde aquel día, no han llegado aún a hacer las paces.

007. anonimo (norteamerica)

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