Como es natural, desde
aquella vez en que perdió la cola, el conejo juró odio eterno a la tortuga y
declaró que no la perdonaría. Además, sentía una vergüenza tremenda. Compadre
Conejo era muy atildado y, a causa de las orejas muy largas y la cola muy
corta, no se dejó ver ante los demás animales por mucho tiempo. Por su parte
comadre Zorra, que había sido siempre una buena amiga del conejo, pensaba todo
el tiempo en cómo pagar a la tortuga con la misma moneda.
Una vez, la comadre fue
al río y vio que la tortuga, recién salida del agua para tomar el sol, se
había dormido. Se acercó a ella de un salto, golpeó su coraza hasta que la
despertó y le dijo:
-Madame, a todo el mundo
le llega su hora. Esta vez, el conejo será vengado.
La tortuga comprendió que
estaba en un aprieto. Ni pensar en escapar de la zorra de patas veloces. Pero
la tortuga era una vieja astuta y no se dejó hundir en el desaliento. Dijo:
-Comadre, veo que me
tocará un final desdichado. Paciencia, haz de mí lo que quieras, estoy
dispuesta a todo. Sólo te pido una cosa: no me tires al río, no me gusta nada
la idea de morir ahogada.
-Me parece un final
adecuado -rió la zorra. Querías que se ahogase el compadre Conejo; serás tú, pues,
la que acabe ahogada.
Dicho esto, la arrojó al
río y corrió derecha a contarle al compadre Conejo, muy contenta, de qué manera
había ejecutado la venganza.
-Ah, comadre, querida
comadre -suspiró el conejo, no me imaginaba que fueses tan tonta. ¿Cómo se te
ocurre que una tortuga pueda ahogarse en el río? Nada como un pez. Eres una cabeza
hueca.
La zorra se sintió muy
ofendida:
-¡Pero bueno! Te he
salvado la vida. Si no hubiese sido por mí, la tortuga te habría ahogado. Como
si eso fuese poco, también he intentado vengarte por su afrenta. ¡Y por toda
recompensa no haces otra cosa que insultarme!
-Yo no te he pedido nada,
comadre -repuso el conejo. En primer lugar, tiraste de mis orejas hasta que se
volvieron tan largas como las de un asno o las de una liebre. Después de
haberme hecho perder la cola, dejaste que la tortuga te tomase el pelo como a
una tonta. ¿Todavía tienes el valor de abrir la boca en mi presencia?
Discutieron un buen rato,
montaron en cólera y, desde aquel día, no han llegado aún a hacer las paces.
007. anonimo (norteamerica)
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