Había una vez un chico de
vida humilde que, yendo al bosque a cortar leña, llegó a la orilla de un lago
maravilloso. Sus aguas eran verdes como la esmeralda y profundas como el cielo.
El chico se sentó a descansar en la orilla bajo un pino. De repente vio salir
del lago una gran tortuga que nadó durante unos minutos a flor de agua y
después se sumergió de nuevo en la profundidad del lago. Poco después las aguas
volvieron a agitarse y esta vez salió de ellas un dragón verde. Éste miró a su
alrededor y luego, zambulléndose, desapareció. Por tercera vez las aguas se
agitaron y asomó en la superficie la princesa del palacio del dragón. Era muy
hermosa, se había sentado en la parte menos profunda del lago y, con un espejo
en la mano, se peinaba sus cabellos.
Al verla, el joven no
pudo contener un hondo suspiro.
No había acabado de
suspirar cuando una luz cegadora resplandeció a través del lago y la joven
princesa desapareció. El joven se acercó deprisa al agua y, sin vacilar un
instante, se zambulló en busca de la hermosa princesa. Descendió más, cada vez
más, hasta que llegó al fondo del lago. Para su gran sorpresa, el joven vio que
en el fondo del lago ya no había agua. Había, en cambio, una gran extensión de
tierra seca, clara y luminosa y, a cierta distancia, se veían las torres de un
edificio muy alto.
Avanzó en esa dirección,
pero muy pronto se quedó paralizado por el terror: era el palacio del rey de
los dragones y, en la entrada, junto a un enorme portal, hacían guardia dos
dragones negros. Uno de ellos entró en el palacio para anunciar su llegada.
La princesa ordenó que
llevasen al joven a su presencia. Cuando estuvo frente a ella, le hizo una
profunda reverencia y ella le preguntó cómo había hecho para llegar allí. El
joven le contó toda la historia.
Después de escucharlo, la
princesa decidió que aquel muchacho se convertiría en su esposo. Mucho tiempo
atrás había prometido casarse con el primer hombre que la mirase. Pero no era
conveniente que ella misma se lo propusiese. Haría la proposición un tío de la
princesa, un viejo dragón, que tenía más de cien años y que podía transformarse
en hombre y hablar la lengua de los seres humanos.
Cuando el joven supo que
estaba a punto de realizarse su mayor deseo, se sintió muy feliz. Y así llegó a
ser el marido de la princesa.
La pareja vivió feliz
durante mucho tiempo, hasta que un día el joven se acordó de su madre. Era
justamente el día en que ésta cumplía sus ochenta años, y el joven le dijo a la
princesa lo mucho que deseaba estar en aquella ocasión junto a su madre. La
princesa dio su aprobación y, en el momento de partir, entregó a su marido un
vasito diciéndole:
-Cuando desees algo, sólo
tienes que pedírselo a este vaso, y lo conseguirás de inmediato.
La anciana madre pensaba,
después de tantos años, que algún tigre había devorado a su hijo en la
montaña. Cuando lo vio aparecer, su alegría no tuvo límites. Después de
saludarla con mucho cariño, el joven sacó el vaso que le diera la princesa y
dijo:
-¡Quiero vino, un
espléndido banquete de cuarenta platos diferen-tes y una compañía de actores
que representen treinta y seis comedias!
Los deseos del joven
fueron satisfechos inmediatamente. Invitaron al banquete a todos los vecinos y
festejaron juntos los ochenta años de la madre. Cuando acabó la fiesta, el
joven se fue con su madre a la orilla del lago y ambos se zambulleron en las
aguas. Y los tres, la princesa, el joven y su madre, siguieron viviendo felices en el fondo del lago.
005. anonimo (china)
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