Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 29 de julio de 2012

Caperucita roja .012

Había una vez una niña tan encantadora que todos la querían. Pero quien la quería más que nadie era su abuela, que un día le regaló una hermosa caperucita de terciopelo rojo. A la niña le gustaba tanto esa caperucita que siempre quería llevarla pues­ta, por lo que todo el mundo comenzó a llamarla Caperucita Roja.
-Caperucita Roja -le dijo un día su madre, aquí tienes una hogaza y una botella de vino para que se las lleves a tu abuela. Está débil y enferma y estos presentes la ayudarán a sentirse me­jor. Presta atención y no corras; y cuando llegues a casa de la abuela, no te olvides de saludarla de mi parte.
Caperucita cogió el cestito con la botella de vino y la hoga­za y se puso en marcha. La abuela vivía al otro lado del bosque y en el camino la niña se encontró con un lobo.
-Buenos días, Caperucita Roja -dijo el lobo.
-Buenos días, lobo -respondió Caperucita Roja.
-¿Adónde vas, Caperucita Roja?
-A casa de mi abuela.
-¿Y qué llevas en el cestito?
-Vino y una hogaza que hicimos ayer. Ayudarán a la abue­la, que está débil y enferma, a sentirse mejor.
-¿Y dónde está tu abuela, Caperucita Roja?
-Justo en la linde del bosque; hay tres tilos cerca de su casi­ta y, alrededor, varios avellanos.
El lobo, rascándose la cabeza, observó:
-¿Ves, Caperucita Roja, cuántas flores bonitas hay por aquí? ¿Por qué no recoges algunas para tu abuela?
Caperucita Roja pensó que a su abuela la haría muy feliz un ramito de aquellas flores y comenzó a cogerlas.
Mientras tanto, el lobo corrió hacia la casita de la abuela y llamó a la puerta:
-¿Quién es?
-Soy yo, Caperucita Roja -respondió el lobo. Te he traído vino y una hogaza. Ábreme la puerta, abuela.
-No tienes más que descorrer el cerrojo -respondió la vie­ja. Me siento demasiado débil para levantarme de la cama.
El lobo descorrió el cerrojo, abrió la puerta, se introdujo en la casa y devoró a la abuela. Luego se puso sus ropas y se caló su gorro de dormir.
Cuando Caperucita Roja llegó, se sorprendió mucho al ver la puerta de la casa abierta. Entró y dijo:
-Buenos días, abuela.
Nadie respondió. Pero, al acercarse a la cama, ¿qué fue lo que vio la niña? Vio a la abuela con su gorro de dormir calado sobre los ojos que la miraba de una manera extraña.
-¡Qué ojos tan grandes tienes, abuela! -exclamó Caperuci­ta Roja.
-¡Para verte mejor, querida!
-¡Qué orejas tan largas tienes, abuela!
-¡Para oírte mejor, querida!
-¡Qué manos tan peludas, abuela!
-¡Para abrazarte mejor, querida!
-¡Qué boca tan grande tienes, abuela!
-¡Para comerte mejor!
Y el lobo salió de la cama y devoró a Caperucita Roja, la hogaza, las flores y se bebió el vino. Luego volvió a acostarse y comenzó a roncar tan fuerte que hizo vibrar las ventanas.
Justo en ese momento pasó un cazador que, extrañado por oír roncar a la abuela de ese modo, entró en la casa y vio al lobo en la cama. Adivinó inmediatamente lo que había sucedido: que el lobo había devorado a la pobre vieja. Cogió un cuchillo y abrió el cuerpo del lobo en canal. Primero salió Caperucita Roja con la hogaza, el vino y las flores, y por último la abuela.
-Oh, qué miedo -dijo Caperucita Roja, estaba tan oscuro en la panza del lobo...
La abuela le ofreció al cazador la hogaza de pan y vino y puso las flores en un florero. Caperucita Roja fue después a buscar una piedra grande, que la abuela cosió en la panza del lobo. Arrastraron al animal fuera de casa y, cuando se despertó, sintiendo mucha sed, se acercó al torrente a beber: pero la piedra era tan pesada que el lobo, al inclinarse, perdió el equilibrio, cayó en el agua y se ahogó.

Fuente: Gianni Rodari

012. anonimo (alemania)

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