En toda China, la gente cuenta las burlas de
Ma Tan Pi. Una vez, llegó a una posada con dos amigos; estaba medio muerto de
frío. Muy contento, pretendía dormir junto a la chimenea, pero la posada ya
estaba llena de clientes y, muy cerca del hogar encendido, se había instalado
un mercader con su cesta. Cuando los amigos de Ma Tan Pi le pidieron que
quitase la cesta para hacer un poco de sitio, el mercader se enfadó mucho:
-He pagado y la chimenea es mía. La cesta está
bien donde está.
Ma Tan Pi asistió en silencio a la discusión.
Después, fingiendo no conocer a sus amigos, se adelantó y dijo:
-Tienes razón, mercader. Pero dime, ¿qué
preciosas mercancías llevas en esa cesta?
-Huevos. Los venderé mañana en el mercado de
la ciudad.
-Qué afortunado soy, justamente necesito
huevos. ¿Puedes venderme esos que llevas ahí?
-Con mucho gusto.
-¿Cuántos hay?
-No lo sé, pero no tardo nada en contarlos.
-Muy bien -dijo Ma Tan Pi. Ven aquí, junto a
la mesa, y coloca encima los brazos. Así yo podré poner los huevos en medio de
ellos.
El mercader hizo lo que Ma Tan Pi le decía,
extendió los brazos sobre la mesa. Ma Tan Pi, cogiendo los huevos de la cesta
para contarlos, los iba disponiendo en medio de los brazos del mercader. Poco
después, todos los huevos de la cesta estaban en la mesa. Eran exactamente
noventa y nueve.
-Ah, qué pena -exclamó Ma Tan Pi. Me hacen
falta cien. No puedo comprártelos. Buenas noches.
Y, entre risas, se dirigió hacia la chimenea a
reunirse con sus amigos y dejó plantado al pobre mercader con los brazos sobre
la mesa y, en medio de ellos, un buen montón de huevos. El mercader comprendió
que Ma Tan Pi le había tomado el pelo. Protestó, chilló, pero no pudo alejarse
de la mesa. Si hubiese movido sólo un brazo, todos los huevos se hubiesen ido
al suelo. Y así no le quedó otro remedio que esperar hasta que Ma Tan Pi y sus
amigos hubiesen dormido lo suficiente.
005. anonimo (china)
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