Hace mucho, mucho tiempo,
ningún animal tenía cola. El caballo no tenía cola para espantar a las moscas;
la ardilla no tenía ninguna para ayudarse a saltar de rama en rama; y la zorra,
desprovista de cola, era mucho menos bonita que ahora. El león, que era el rey
de todos los animales, decidió que era importante tener cola, así que convocó a
todos sus súbditos para que se presentasen cierto día en un sitio determinado,
donde se distribuirían las colas.
La zorra, al escuchar la
proclama, se dio prisa en ser la primera. Inmediatamente después de ella se
pusieron en marcha el caballo, la ardilla, el perro y el gato. Ellos son
siempre los primeros cuando hay algo para repartir. Después llegaron los demás
animales y, por fin, el elefante y el cerdo. El último de todos fue la liebre.
Una vez reunidos todos
los animales, el león comenzó a distribuir las colas.
Naturalmente, el primero
en elegir fue él y se quedó con una cola larga y dorada, con una gran borla en
el extremo. La zorra y la ardilla recibieron sendas colas tupidas y hermosas;
el caballo escogió una hecha con pelos muy largos; al perro y al gato les
tocaron unas colas bastante graciosas. Al elefante sólo le quedó un fino y
áspero cordón. Se puso tan triste que aún hoy, avergonzado, arrastra su trompa
por el suelo. El cerdo recibió una cola parecida a una lombriz y buscó
enseguida la manera de rizarla para que quedase más bonita.
A la liebre no le quedó
nada.
El perro y el gato
comenzaron al instante a pelearse:
-¡Mi cola es más hermosa!
-¡No, la más hermosa es
la mía!
Y tanto se pelearon que,
al final, el perro mordió la cola del gato y le quitó un pedacito. El gato se
refugió en un árbol y, desde aquel entonces, en cuanto ve a un perro sale
pitando.
La liebre, sin vacilar,
rescató el trocito de cola perdida del gato y se la colocó detrás: así, por lo
menos, a ella tampoco le falta una cola.
009. anonimo (africa)
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