Un hombre muy pobre tenía
ocho hijos, siete ya crecidos y uno pequeño que se llamaba Saro. Un día, el
pequeño Saro encontró en la tierra una aguja. Corrió hasta su casa y le dijo a
su madre:
-Mira, mamá, he
encontrado una aguja. Quiero cambiarla por una gallina.
Los siete mayores rieron
a sus espaldas y lo tacharon de tonto, pero Saro no les hizo caso. Salió a dar
vueltas por el pueblo gritando:
-¿Quién me da una gallina
a cambio de una aguja? ¿Quién me da una gallina a cambio de una aguja?
La mujer del alcalde del
pueblo, en ese momento, estaba sentada cosiendo y, en lo mejor del trabajo,
perdió su aguja. Buscó a su alrededor para recuperarla, pero fue en vano.
Entonces llamó a Saro y le dijo:
-Podría comprarte la
aguja, pero una gallina a cambio me parece demasiado.
-Por menos no la doy
-declaró Saro con firmeza.
La mujer se enfadó,
protestó, se indignó, pero al fin se echó a reír, le dio a Saro una gallina y
se quedó con la aguja.
Cuando Saro volvió a
casa, sus hermanos no daban crédito a sus ojos:
-¡Vaya! ¿Has logrado que
te dieran una gallina a cambio de una aguja?
Saro le dio la gallina a
su padre y dijo:
-Aquí está: ponedla al
horno y comedla, pero guardadme un muslo que me lo quiero comer mañana por la
mañana.
Por la mañana se
despertó, cogió el muslo de la gallina y dijo:
-Voy a salir a cambiar
este muslo de gallina por un caballo.
Los siete hermanos
mayores se burlaron de él y le dijeron que estaba loco, pero Saro no les hizo caso.
Salió a la calle, justo cuando pasaba el rey con su séquito, y gritó a voz en
cuello:
-¿Quién me da un caballo
a cambio de un muslo de gallina? ¿Quién me da un caballo a cambio de un muslo
de gallina?
El rey pasó con su
séquito cerca de Saro y no pudo contener la risa. Todos pensaban que el niño
estaba de broma. Un caballero, sin embargo, llamó al chico, cogió el muslo de
gallina, se lo comió, tiró el hueso y dijo:
-Ya está, me lo he
comido. Ahora no podrás cambiarlo por un caballo.
Espoleó su caballo y
galopó detrás de los demás. Pero Saro no se dio por vencido. Corrió tras el rey
y su séquito hasta que el soberano dio la orden de detenerse para descansar.
Cuando los soldados
terminaron de montar la tienda, Saro se presentó ante el rey y le dijo:
-Tú no actúas bien,
señor, si permites que uno de tus hombres coja mi muslo de gallina sin pagarme
lo que he pedido a cambio.
Los soldados querían
echarlo, pero el rey lo retuvo y dijo:
-¿Podrías reconocer al
soldado que se comió tu muslo de gallina?
-Claro, Majestad
-respondió Saro.
-Entonces ve a buscarlo y
tráelo a mi presencia -dijo el rey y envió a Saro, con tres soldados que le
servían de guía, a dar una vuelta por el campamento.
Poco después, el soldado
que se había comido el muslo de gallina estaba frente al rey. El rey le
preguntó:
-¿Eres tú quien cogió el
muslo de gallina de Saro?
-Sí, soy yo, Majestad.
-¿Y tú habías oído lo que
pedía a cambio?
-Pedía un caballo.
-Entonces desde ahora en
adelante tendrás que combatir a pie, porque tu caballo le pertenece al muchacho
-sentenció el soberano.
Cuando Saro volvió a casa
a caballo, sus hermanos mayores se quedaron boquiabiertos y, durante seis días,
se divirtieron cabalgan-do. Pero al séptimo día, Saro dijo:
-Dadme el caballo. Quiero
cambiarlo por un gato.
Los hermanos se enfadaron
y lo trataron de estúpido. Pero Saro no les hizo caso, montó en el caballo y
cabalgó hasta llegar a una casa humilde. Allí vivía una mujer pobre cuya gata
acababa de parir siete hermosos gatitos.
-Señora, ¿me daría sus
gatitos a cambio de mi caballo? Durante toda la semana, Saro jugó con los
gatitos. Finalmente, los cogió y dijo:
-He decidido cambiar
estos gatitos por siete esclavos.
Los hermanos mayores se
burlaron de él y lo trataron de idiota, pero el chico no les hizo caso y se
fue con los siete gatitos en una cesta.
Después de mucho caminar,
llegó a un país donde había una terrible escasez porque sus habitantes no
conocían a los gatos y los ratones se comían toda la cosecha. Saro sacó los
gatitos de la cesta, a los ratones se les acabó la buena vida, y ya no hubo escasez
en aquel país. Sus habitantes le regalaron a Saro un toro, a cambio de los
gatos, le dieron siete esclavos.
Cuando Saro volvió a su
casa, los hermanos mayores no sabían dónde meterse, muertos como estaban de
vergüenza. Durante tres meses, el pequeño Saro trabajó con los esclavos en el
campo de su padre, pero un día lió sus petates y dijo:
-Quiero cambiar estos
esclavos por un muerto.
Los hermanos mayores
protestaron, porque ahora les tocaba trabajar de nuevo a ellos. Saro no les
hizo caso y se fue con sus esclavos. Después de mucho caminar, al cabo de un
mes llegó a un reino lejano. El rey había muerto hacía una semana, sus siete
hijos se disputaban la sucesión en el trono y, mientras tanto, se habían
olvidado completamente del difunto y ni siquiera habían pensado en sepultarlo.
El pequeño Saro les ofreció sus esclavos a cambio del muerto y sus hijos,
enfermos de codicia, no vacilaron ni un instante:
-Total, un muerto no
sirve para nada.
Saro enterró al rey con
todos los honores, como si fuese su padre. Esa misma noche, el muerto se le
apareció en sueños y le dijo:
-Tú te has comportado
conmigo como un hijo afectuoso. Por ello quiero tratarte como a un hijo y sólo
a ti te diré dónde tengo ocultos mis tesoros. Desentiérralos, porque te
pertenecen, y también mi trono será tuyo.
Al día siguiente, Saro se
dirigió al lugar que el rey muerto le había indicado en sueños y allí encontró
todos sus tesoros. Después de desenterrarlos, preparó un gran banquete e invitó
a todos los habitantes del reino. La gente fue, comió, bebió y no se cansaba
de admirar la generosidad de Saro.
-Él merece ser nuestro
rey, no esos avarientos que han vendido los restos de su propio padre -decían
todos.
Y así fue. Expulsaron a
los hijos sin corazón y consagraron soberano a Saro.
Pero el pequeño Saro
envió a cincuenta caballeros para que fuesen a buscar a sus familiares y le
dijo a su padre:
-Soy tu hijo y sé que
eres tú quien debe reinar en este país. En cuanto a mis hermanos mayores, los
nombro tus dignatarios. Que aprendan que también se puede conquistar un reino
con una aguja.
009. anonimo (africa)
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