Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 29 de julio de 2012

El príncipe tonto

Había una vez un rey que tenía tres hijos. Los dos mayores eran inteligentes e instruidos, pero el menor no tenía caso, y todo el mundo le llamaba el príncipe tonto.
Un día los dos mayores le dijeron a su padre que querían salir a recorrer mundo y que para ello necesitaban la herencia que les correspondía.
El menor, o sea el tonto, dijo que él también se iba con los hermanos.
-Pero ¡qué va a hacer ese bobo! -exclamó la reina al enterarse.
Ni ella ni el rey querían que se fuera, y los hermanos se morían de la risa.
Salieron, pues, los hermanos mayores con su herencia en la bolsa, y el más pequeño, dale que dale, al final también se marchó, aunque no recibió nada de dinero. Y de veras se les pegó a los dos hermanos y no había manera de que fuera por otro sitio, y eso que los hermanos le dieron varias tundas e hicieron lo posible para que regresara.
Así que el tonto decidió seguirlos sin que se dieran cuenta. Por a noche, los hermanos se internaron en un bosque con la intención de dormir, y el tonto se acercó a ellos lo más que pudo y se acostó bajo un árbol que tenía tres ramas. Como estaba muy cansado, pronto se durmió, pero a medianoche le despertaron unas voces que procedían del árbol bajo el que se encontraba.
Eran tres aves, cada una en una rama. Una de ellas dijo:
-Voy a cantar y dejo caer mi mochilita.
-¿Y qué hace tu mochilita? -preguntó otra de las aves.
-Pues que si se vacía, se vuelve a llenar solita de dinero -dijo la primera.
Y, entonces, cantó y dejó caer la mochilita. El tonto se fijó bien dónde cayó.
Otra de las aves dijo:
-Yo voy a cantar y dejo caer mi violincito.
-¿Y qué hace tu violincito? -preguntó otra ave.
-Que cuando suena, todos bailan.
Y cantó el ave y dejó caer el violincito.
La última dijo:
-Pues niñas, voy a cantar y dejo caer mi capita.
-¿Y qué hace tu capita? -le preguntaron.
-Que cuando uno se la pone, no le ven.
Y cantó y dejó caer la capita.
En cuanto amaneció, el tonto se levantó antes que sus hermanos y recogió los objetos que habían dejado las aves. Cuando sus hermanos se dieron cuenta de que estaba ahí, se enfadaron y quisieron pegarle, pero él les suplicó que no lo hicieran, que a cambio les daría algo. Y diciendo esto, les mostró los objetos, contándoles cómo los había conseguido y las propiedades que tenían.
El hermano mayor cogió la mochila, el otro, el violín, y al tonto le quedó la capita. Siguieron juntos el camino y, cuando pasó el día y llegó la noche, volvieron a internarse en un bosque y se refugiaron bajo un árbol. Cuando los hermanos mayores se dieron cuenta de que el tonto dormía, aprovecharon para marcharse sin hacer ruido.
Al amanecer se despertó el tonto y, en lugar de tomar el camino real por donde había ido con sus hermanos hasta ese momento, tomó una veredita que le llevó hasta una montaña. Allí había muchas fieras, pero el tonto se puso la capita y nadie le vio. Todo el día caminó y caminó, y muy lejos encontró un árbol lleno de frutas olorosas tan grandes como una naranja. Como estaba hambriento, recogió varias y se sentó en un tronco a comer. Al ratito sintió que le pesaba la cabeza y, al pasarse la mano por la frente, se dio cuenta de que ¡le habían salido unos cuernos como de venado!
-¿Y ahora? -se dijo- ¿Qué hago? ¿Cómo voy a llegar donde el rey así, con estas pintas?
Al rato pensó que no sería tan malo tener cuernos, porque podría defenderse de las fieras. Tiró las frutas que le quedaban y continuó su camino. Al pasar junto a un arroyo tropezó y cayó en una poza que, por fortuna, no era muy profunda. Salió sin dificultad con un gran susto y se dio cuenta de que los cuernos le habían desapa-recido. Se puso a reír de contento y dijo:
-Ahora ya sé el remedio.
Y regresó para coger las frutas que había dejado. Comió unas cuantas, y otra vez le nacieron los cuernos. Fue a la poza y se mojó la cabeza, y enseguida desaparecieron.     
Siguió caminando y llegó a una ciudad y, aunque era tonto, se dio cuenta de que era la capital de un reino importante, así que decidió ir donde el rey a venderle las frutas y divertirse un rato.
Cuando llegó al palacio, la princesa estaba en el balcón.
-Niña, ¿me compras pelotas?
-¡Papá! -llamó la niña al rey-. Dice un muchacho que si compras frutas.
-Niña, que son pelotas -dijo el tonto.
Salió el rey y, al oler las frutas, no pudo resistirse y las compró todas.
Al día siguiente, corrió la noticia por toda la ciudad de que al rey y a todos los del palacio les habían crecido unos cuernos como de venado. Todos querían verlo, pero nadie del palacio se asomaba. El tonto, entonces, se puso su capita y entró en el palacio sin que nadie le viera. Fue por todas las habitaciones y llegó hasta las de la reina y la princesa, quienes estaban llorando en un rincón por los cuernos tan grandes que tenían.
Más tarde, en la ciudad, supo que sus hermanos estaban allí y fue a visitarlos. Ellos se portaron muy amablemente, y el tonto, apro-vechando esto, le pidió a uno de ellos que le prestara el violín. Se puso entonces la capita, tomó el violín y fue hasta el palacio donde, a las puertas, comenzó a tocar con tal entusiasmo que los reyes y toda la servidumbre, olvidándose de que tenían cuernos, se pusieron a bailar en los salones que daban a la calle. Poco a poco, se fue apiñando alrededor del palacio un gentío tremendo que también bailaba al ritmo de la música. Y como esta era cada vez más alegre, aumentaba el entusiasmo de los danzantes que, cuando veían aparecer por los balcones al rey o a sus criados con los cuernos, reían sin poder parar.
Como la música no cesaba, los más cansados se tiraban al suelo, pero ni así conseguían dejar de mover brazos y piernas.
El rey, más muerto que vivo, gritaba que acabara la música y prometió dar una gran bolsa de dinero a quien lo consiguiera. El tonto le contestó que solamente dejaría de tocar la música si le daba a la princesa como esposa. El rey, pues, como no tenía otra alter-nativa, le dijo que sí, que bueno.
Así está mejor -dijo el tonto, y guardó el violín.
Al día siguiente, fue el tonto al palacio y pidió que le anunciaran como futuro esposo de la princesa. El rey, recordando su promesa del día anterior, le hizo pasar, pues tenía curiosidad por saber quién era el personaje del violín. El tonto entró entonces acompañado de un criado, y enseguida reconocieron al muchacho de las frutas. El rey, lleno de rabia, lo arrojó a un patio, dando la orden de que lo encarcelaran para ahorcarlo al día siguiente.
-Ahora sí que hasta aquí he llegado -se dijo el tonto-.
Aunque, pensando y pensando, decidió que prefería tener a la princesa por esposa y comenzó a suplicarle al carcelero:
-Ay, buen hombre, déjame salir un poquito para que me dé el aire, que ya bastante tengo con mi castigo a pesar de ser inocente. No seas mala persona y déjame salir un segundo, que este aire me asfixia, que yo no hice sino vender unas frutas frescas, y mírame ahora como estoy. Ay, que voy a morir asfixiado si no me abres un poquito la puerta... Me muero antes de la hora...
El carcelero, por no escucharle más o porque le creyó, quién sabe, le abrió un poco la puerta, y el tonto se puso entonces su capita y salió sin que nadie se diera cuenta. Fue corriendo donde el hermano y le pidió prestada su mochilita. La vació unas cuantas veces y, con el dinero, compró en una tienda un buen traje de doctor. En otra compró un carruaje con caballo, se buscó un criado y en un local puso un letrero que decía: «Médico especialista en enfermedades de la cabeza, como cuernitis aguda».
Pronto le llegó al rey la noticia de este nuevo médico, y lo mandó llamar al palacio.
El rey le dijo que había prometido la mano de su hija a quien les curara de tan espantosa enfermedad. El médico le contestó que bueno, que aceptaba, pero le advirtió que la curación era muy penosa, y que no todo el mundo la resistía.
-No importa qué clase de medicina sea -respondió el rey, haré lo que se tercie con tal de librarme de estos cuernos.
-Entonces, empecemos cuanto antes -dijo el médico. Mande construir una pila que tenga cinco metros de largo y cuatro de profundidad y llénela de agua cristalina hasta los bordes. Yo regresaré dentro de tres días.
Al tercer día volvió el supuesto doctor, le mostraron la pila y comenzó su tarea. Echó en el agua varias clases de perfumes y aceites, diciendo que eran los medicamentos indispensables para la curación. En cada esquina puso unos cuernos con sahumerios y, cuando estuvo todo listo, pidió que llevaran hasta ahí al rey en traje de baño.
-Su majestad me perdone -le dijo muy solemne, pero para hacerle circular la sangre, tengo que darle con esta vara, así que arrodíllese, que cuanto antes comencemos, antes terminaremos. Créame que es el único remedio.
El rey se arrodilló, y le cayó una tanda de varazos. Luego, el supuesto médico lo aupó y lo echó a la pila como quien deja caer una piedra. Al rato, cuando el rey ya casi parecía que se ahogaba, lo sacó.
-¡Ay, hijitas! -decía el rey a la reina y a la princesa- ¡Quién sabe si ustedes soportarán la curación...! ¡Ay, miren qué cuerpo me ha dejado!
El doctor llamó entonces a la reina, y esta llegó llorando a lágrima viva.
-Mi señora -dijo el médico, arrodíllese aquí y no se aflija, que su dosis va a ser mucho menor.
Le dio media docena de veces con la vara y la echó a la pila, pero la sacó enseguida.
Luego llegó la princesa, llorando también, pero el doctor le dijo que su dosis sería insignificante. La mandó arrodillarse y sacó un pañuelo de seda con el que la pegó. Después, la tomó en brazos, la echó en la pila y la sacó de inmediato.
Por último, llegaron los criados, a quienes les daba un poco con la vara y los echaba a la pila. Cuando terminó la curación, el rey le obsequió con un baile y un gran banquete. Pocos días después, se casó con la princesa, y el rey, además, le entregó la corona del reino. Y así es como nuestro príncipe tonto llegó a convertirse en rey. Y, aunque era tonto, como tenía buen corazón, hizo venir al palacio a sus hermanos y les dio puestos de honor en el reino.
Y se acabó el cuento.

010. anonimo (centroamerica)

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