Una vez hubo una gran
sequía. Se secaban los arrogos, se secaban los lagos, y los animales del bosque
ya no tenían agua suficiente. Para decidir qué hacer, se reunieron en asamblea
el león, el tigre, el oso, el lobo, la zorra, la jirafa, el mono, el elefante y
el conejo. Después de una larga discusión, se pusieron de acuerdo en cavar
todos juntos un pozo profundo. Sin vacilar se pusieron manos a la obra, pero el
conejo se quedó allí sin hacer nada.
Los otros animales lo
reprendieron:
-Oye, conejo, si no nos ayudas,
no tendrás siquiera una gota de agua.
Pero el conejo respondió
riendo:
-No importa. Vosotros
pensad en cavar que yo pienso en beber.
Después de mucho excavar,
los animales acabaron encontrando agua. Locos de contento, bebieron hasta
saciarse y después cada uno volvió a su casa.
A la mañana siguiente,
cuando volvieron al pozo a beber, encontraron en el barro las huellas del
conejo. Durante la noche se había deslizado, sin ser visto, y había bebido
hasta hartarse. Los animales montaron en cólera y decidieron que se turnarían
haciendo guardia junto al pozo durante la noche. El primer guardián fue el
oso. Al anochecer se sentó junto al pozo y abrió bien los ojos. Poco después
llegó el conejo pero, al ver al oso, se asustó y ya no supo qué hacer. Decidió
entonces ocultarse detrás de un arbusto y comenzó a cantar:
Date la vuelta, Pepe,
date la vuelta,
que quiero ver el forro
de tu chaqueta.
El oso aguzó el oído
murmurando para sus adentros:
-Realmente es una canción
muy bonita.
El conejo siguió
cantando:
Date la vuelta, Pepe,
date la vuelta,
que quiero ver el forro
de tu chaqueta.
El viejo oso no pudo
contenerse y decidió ir a ver quién cantaba tan bien. En cuanto lo vio
acercarse al arbusto, el conejo corrió hacia el pozo, bebió hasta hartarse y se
escapó.
Al día siguiente, los
animales volvieron a encontrar alrededor del pozo huellas de conejo y
reprendieron al oso:
-Vaya manera de vigilar.
¿Qué has hecho?
-No he hecho nada en absoluto
-se defendió el oso. Estaba aquí, muy atento, y de repente oí una música muy
bonita y fui a ver quién cantaba.
-Sin duda ha sido el
conejo.
Los animales decidieron
que el oso no era un buen guardián y confiaron la misión al mono.
Al anochecer, éste se
sentó junto al pozo y abrió bien los ojos. Poco después llegó el conejo, se
ocultó detrás del arbusto y comenzó a cantar:
Date la vuelta, Pepe,
date la vuelta,
que quiero ver el forro
de tu chaqueta.
El mono aguzó las orejas
y ensayó un movimiento de danza.
-¿Quién será el que canta
tan bien? -se preguntó y, alzando los ojos al cielo, dijo: ¿No serán las
estrellas?
El conejo seguía
cantando:
Date la vuelta, Pepe,
date la vuelta,
que quiero ver el forro
de tu chaqueta.
El mono se incorporó y se
puso a bailar alegremente, mientras murmuraba para sus adentros: «Es una
música realmente bonita».
Después miró el pozo y
dijo:
-¿No será el agua?
El conejo seguía
cantando:
Date la vuelta, Pepe,
date la vuelta,
que quiero ver el forro
de tu chaqueta.
El mono no pudo
contenerse y corrió hacia los arbustos para salir al encuentro del cantante. El
conejo se escurrió de su escondite, corrió hacia el pozo, bebió muy tranquilo
y se esfumó.
A la mañana siguiente,
los animales encontraron por tercera vez, junto al pozo, huellas de conejo, y
reprendieron al mono:
-Vaya manera de prestar
atención. ¿Qué has hecho?
-No he hecho nada en
absoluto -se defendió el mono. Estaba aquí, con los ojos bien abiertos, cuando
oí una música maravillosa. No venía de las estrellas, no venía del agua, y fui
a ver de dónde venía.
-Sin duda ha sido el
conejo -concluyeron los animales, indignados. ¿Qué podemos hacer?
-Os lo diré yo -exclamó
la zorra. Fabricaremos una muñeca y ella se ocupará de vigilar nuestro pozo
mejor que nadie. Los animales siguieron el consejo. Hicieron una gran muñeca de
resina y la colocaron junto al pozo. Al caer la noche, apareció el conejo. Se
ocultó tras los arbustos y comenzó a cantar:
Date la vuelta, Pepe,
date la vuelta,
que quiero ver el forro
de tu chaqueta.
Pero la muñeca de resina
no hizo el menor movimiento. El conejo, sorprendido, se deslizó colocándose un
poco más cerca y volvió a cantar:
Date la vuelta, Pepe,
date la vuelta,
que quiero ver el forro
de tu chaqueta.
La muñeca de resina continuó
inmóvil, como si no oyese nada. El conejo se acercó aún más y cantó por tercera
vez:
Date la vuelta, Pepe,
date la vuelta,
que quiero ver el forro
de tu chaqueta.
Pero la muñeca de resina
no dio la menor señal de haber oído nada.
El conejo se armó de
valor, dio un salto hasta la muñeca y dijo:
-Eh, tú, sal de ahí, que
quiero beber.
La muñeca de resina se
quedó inmóvil como antes. El conejo gritó encolerizado:
-Ahora te haré ver quién
soy yo.
Y le dio un fuerte
puñetazo a la muñeca. La pata delantera le quedó hundida en la resina y no
podía sacarla. El conejo se enfadó aún más y gritó:
-Suéltame. Si no, te daré
otro puñetazo.
Y le propinó a la muñeca
un segundo golpe. También esta vez la otra pata quedó hundida en la resina y no
podía sacarla. El conejo gritó:
-Suéltame enseguida. Si
no, esta vez recibirás un puntapié.
Y arremetió con todas sus
fuerzas contra la muñeca. Así, sus cuatro patas quedaron prisioneras de la
resina. Cuando los animales lo encontraron por la mañana, el conejo estaba
completamente pegado a la muñeca. Después de haberse burlado de él como se
merecía, lo separaron de la muñeca de resina y dijeron:
-Ahora te daremos el
castigo que tú mismo te has buscado. Te arrancaremos la cabeza.
El conejo vio que las
cosas se ponían mal, pero no se dejó abatir y respondió:
-Cortádmela si queréis.
Me sentiré muy feliz, ya que es algo que quería hacer desde hace mucho tiempo.
-En este caso no sería un
castigo -dijeron los animales. Será mejor que te fusilemos.
El conejo se echó a reír:
-Sí, sí, fusiladme, y me
pondré muy contento, que es algo que deseo desde hace mucho tiempo.
-Entonces no te haremos
nada, porque para ti no sería un castigo -dijeron los animales.
-Yo sé lo que haremos
-dijo el oso. Lo metemos en la conejera y le daremos de comer hasta que esté
bien gordo. Después lo lanzaremos por el aire y, cuando caiga a la tierra,
estallará.
El conejo chilló:
-No, no, por favor, no me
hagáis eso.
Pero los animales no
hicieron caso a sus chillidos. Lo encerraron en una conejera y le llevaron
todo tipo de golosinas: rosquillas, tartas, buñuelos, dulces... El conejo
nunca había comido tan bien. Cuando se puso muy gordo, los animales lo llevaron
al prado y comenzaron a jugar con él como si fuese una pelota. El león se la
lanzaba al oso, el oso a la zorra, la zorra al mono, u así sucesivamente,
siempre en círculo. De repente, sin embargo, el conejo cayó al suelo. Cayó
apoyado en sus cuatro patas y dijo:
-Ahora, si queréis
cogerme, deberéis ponerme sal en la cola.
El león, el oso, el mono
y la zorra no tenían sal a mano y, antes de que pudiesen reaccionar y salir
tras él, el conejo ya estaba a salvo, lejos, muy lejos.
007. anonimo (norteamerica)
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