Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 29 de julio de 2012

El leñador y el cervatillo

Había una vez un joven pobre. Sus padres habían muerto cuan­do él era aún muy pequeño y sólo le habían dejado una mísera casucha, sin una mínima franja de tierra siquiera. El joven no quería trabajar sirviendo a los ricos y se le ocurrió buscarse la vida recogiendo leña. Iba al bosque a juntar ramas, las ataba en haces y las vendía en la ciudad.
Un día de verano, después de haber recogido un montón de leña, se sentó a la sombra de un árbol a retomar aliento. En ese momento salió del bosque un ciervo y corrió hacia él. Con voz humana, el ciervo le suplicó:
-Hermano, amigo, sálvame, un cazador me está persiguiendo y quiere matarme.
El joven no perdió tiempo. Se incorporó, hizo que el ciervo se tumbase en el suelo y lo ocultó con sus haces.
Salió de la espesura un cazador a caballo, arco en mano, se acercó al joven y le preguntó:
-¿Has visto a un ciervo corriendo por aquí?
-Lo he visto -respondió el joven y, señalando hacia el oeste, añadió: se ha escapado por allí.
El cazador espoleó al caballo y se alejó al galope hacia el oeste.
El joven esperó verlo desaparecer entre los árboles y quitó los haces que cubrían al ciervo, quien le dio las gracias:
-Eres sin duda un joven solidario. Me gustaría recompensar­te. Si necesitas algo, llámame y yo vendré en tu aguda.
-Pero ¿cómo haré para encontrarte?
-Ven al final del valle, al pie de la montaña. Frente a mi puer­ta crece un fresno rojo. Cuando vengas, llama tres veces dicien­do: «Abre, hermano ciervo», y yo te abriré.
El ciervo se fue muy contento y el joven recogió sus haces para volver a casa.
Pasaron los días y se olvidó del ciervo. Seguía yendo al bos­que a recoger leña, vendía sus haces en la ciudad y procuraba vi­vir modesta pero honradamente.
Transcurrió un año. Había vuelto el verano y un día, mien­tras recogía leña, el joven se alejó más de lo acostumbrado. Ines­peradamente se encontró en el extremo de un hermoso valle. En medio del valle murmuraba un riachuelo y, en su orilla, crecía un fresno rojo muy alto.
El joven entonces recordó:
-Aquí vive mi amigo el ciervo. Le haré una visita.
Llamó tres veces al fresno y gritó:
-Hermano ciervo, ábreme.
Se oyó un crujido, el árbol se abrió y el joven pudo ver una hermosa casa. En la puerta había un viejo de cabellos blancos, que invitó al joven a entrar.
-Ven, ponte cómodo, mi salvador.
El humilde joven lo siguió. Entraron en una sala espléndida. El joven no había visto una igual en su vida. El viejo ordenó a sus criados que trajesen alimentos y bebidas y, muy pronto, de­lante del joven, desfilaron platos y cántaros preciosos, llenos de los alimentos y los vinos más refinados.
Cuando el muchacho terminó de comer, el viejo le preguntó:
-Dime, mi salvador, ¿qué necesitas?
-Te lo agradezco, noble amigo, pero no me hace falta nada. Sólo he pasado a hacerte una visita.
El viejo sonrió:
-Si has hecho tanto camino para llegar hasta aquí, no querrás irte con las manos vacías. Pide, pues, lo que te gustaría tener.
El humilde joven pensó qué podía pedir, pero no se le ocurría nada. Tenía hábitos de pobre y creía tener en su casa todo lo que necesitaba. De repente, sin embargo, entró en la sala un avispa­do cervatillo y el muchacho se enamoró de él a primera vista.
-Si realmente quieres hacerme un regalo, noble amigo, dame este cervatillo. En casa tengo todo lo que necesito, pero me falta un amigo.
El viejo reflexionó un instante. Se leía en su rostro una mez­cla de inquietud y de emoción, pero finalmente dijo:
-De acuerdo. Cógelo, si eso es lo que quieres.
El joven volvió a casa con el cervatillo y, desde aquel día, vi­vió con él.
Cada mañana iba a recoger leña y por la noche, al regresar, le llevaba al cervatillo una buena brazada de hierba. El joven te­nía sólo una insatisfacción, pero no se lamentaba. Una noche, sin embargo, cansado por el trabajo, mientras preparaba la cena, le dijo suspirando a su amigo:
-Ah, cervatillo mío, si durante el día fueses capaz, al menos, de prepararme la cena.
Al día siguiente, volvió a casa más tarde de lo acostumbrado. Cuando abrió la puerta, se le escapó un grito de sorpresa. En el hogar ardía el fuego, salía vapor de la cacerola, hervía el arroz. El joven no sabía si estaba despierto o soñaba, pero comió con avidez y se acostó.
A la noche siguiente, encontró la cacerola llena por segun­da vez. Se sorprendió aún más y decidió ser testigo de lo que ocurría. Al tercer día, cogió el hacha y la hoz para ir al bosque como solía, pero, en lugar de ir a recoger leña, se escondió detrás de un arbusto y esperó. Antes de anochecer, se deslizó hasta lle­gar junto a la ventana de su casa y miró el interior. El cervatillo corría de aquí para allá por la sala, pero de repente saltó sobre la chimenea, se sacudió y se quitó su piel de encima. En el lugar del ciervo había ahora una hermosa muchacha. Bajó de la chi­menea y se puso a trabajar.
El joven no perdió tiempo. Entró en la sala, cogió la piel del ciervo y la echó al fuego. La muchacha lloró con amargura.
-¿Por qué has quemado mi piel? Ahora qa no podré volver a casa.
Pero el joven la consoló:
-Ahora tu casa es ésta. ¿Quieres acaso abandonarme?
La muchacha se calmó, esbozó una sonrisa y le dijo:
-No, no quiero dejarte solo. Eres bueno y, si lo deseas, me quedaré siempre contigo.
Y así el joven pobre y la hermosa muchacha fueron marido y mujer, y vivieron juntos y felices durante toda su vida.

005. anonimo (china)





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