Había una vez un joven
pobre. Sus padres habían muerto cuando él era aún muy pequeño y sólo le habían
dejado una mísera casucha, sin una mínima franja de tierra siquiera. El joven
no quería trabajar sirviendo a los ricos y se le ocurrió buscarse la vida
recogiendo leña. Iba al bosque a juntar ramas, las ataba en haces y las vendía
en la ciudad.
Un día de verano, después
de haber recogido un montón de leña, se sentó a la sombra de un árbol a retomar
aliento. En ese momento salió del bosque un ciervo y corrió hacia él. Con voz
humana, el ciervo le suplicó:
-Hermano, amigo, sálvame,
un cazador me está persiguiendo y quiere matarme.
El joven no perdió
tiempo. Se incorporó, hizo que el ciervo se tumbase en el suelo y lo ocultó con
sus haces.
Salió de la espesura un
cazador a caballo, arco en mano, se acercó al joven y le preguntó:
-¿Has visto a un ciervo
corriendo por aquí?
-Lo he visto -respondió
el joven y, señalando hacia el oeste, añadió: se ha escapado por allí.
El cazador espoleó al
caballo y se alejó al galope hacia el oeste.
El joven esperó verlo
desaparecer entre los árboles y quitó los haces que cubrían al ciervo, quien le
dio las gracias:
-Eres sin duda un joven
solidario. Me gustaría recompensarte. Si necesitas algo, llámame y yo vendré
en tu aguda.
-Pero ¿cómo haré para
encontrarte?
-Ven al final del valle,
al pie de la montaña. Frente a mi puerta crece un fresno rojo. Cuando vengas,
llama tres veces diciendo: «Abre, hermano ciervo», y yo te abriré.
El ciervo se fue muy
contento y el joven recogió sus haces para volver a casa.
Pasaron los días y se
olvidó del ciervo. Seguía yendo al bosque a recoger leña, vendía sus haces en
la ciudad y procuraba vivir modesta pero honradamente.
Transcurrió un año. Había
vuelto el verano y un día, mientras recogía leña, el joven se alejó más de lo
acostumbrado. Inesperadamente se encontró en el extremo de un hermoso valle.
En medio del valle murmuraba un riachuelo y, en su orilla, crecía un fresno
rojo muy alto.
El joven entonces
recordó:
-Aquí vive mi amigo el
ciervo. Le haré una visita.
Llamó tres veces al
fresno y gritó:
-Hermano ciervo, ábreme.
Se oyó un crujido, el
árbol se abrió y el joven pudo ver una hermosa casa. En la puerta había un
viejo de cabellos blancos, que invitó al joven a entrar.
-Ven, ponte cómodo, mi
salvador.
El humilde joven lo
siguió. Entraron en una sala espléndida. El joven no había visto una igual en
su vida. El viejo ordenó a sus criados que trajesen alimentos y bebidas y, muy
pronto, delante del joven, desfilaron platos y cántaros preciosos, llenos de
los alimentos y los vinos más refinados.
Cuando el muchacho
terminó de comer, el viejo le preguntó:
-Dime, mi salvador, ¿qué
necesitas?
-Te lo agradezco, noble
amigo, pero no me hace falta nada. Sólo he pasado a hacerte una visita.
El viejo sonrió:
-Si has hecho tanto
camino para llegar hasta aquí, no querrás irte con las manos vacías. Pide,
pues, lo que te gustaría tener.
El humilde joven pensó
qué podía pedir, pero no se le ocurría nada. Tenía hábitos de pobre y creía
tener en su casa todo lo que necesitaba. De repente, sin embargo, entró en la
sala un avispado cervatillo y el muchacho se enamoró de él a primera vista.
-Si realmente quieres
hacerme un regalo, noble amigo, dame este cervatillo. En casa tengo todo lo que
necesito, pero me falta un amigo.
El viejo reflexionó un
instante. Se leía en su rostro una mezcla de inquietud y de emoción, pero
finalmente dijo:
-De acuerdo. Cógelo, si
eso es lo que quieres.
El joven volvió a casa con
el cervatillo y, desde aquel día, vivió con él.
Cada mañana iba a recoger
leña y por la noche, al regresar, le llevaba al cervatillo una buena brazada de
hierba. El joven tenía sólo una insatisfacción, pero no se lamentaba. Una
noche, sin embargo, cansado por el trabajo, mientras preparaba la cena, le dijo
suspirando a su amigo:
-Ah, cervatillo mío, si
durante el día fueses capaz, al menos, de prepararme la cena.
Al día siguiente, volvió
a casa más tarde de lo acostumbrado. Cuando abrió la puerta, se le escapó un
grito de sorpresa. En el hogar ardía el fuego, salía vapor de la cacerola,
hervía el arroz. El joven no sabía si estaba despierto o soñaba, pero comió con
avidez y se acostó.
A la noche siguiente,
encontró la cacerola llena por segunda vez. Se sorprendió aún más y decidió
ser testigo de lo que ocurría. Al tercer día, cogió el hacha y la hoz para ir
al bosque como solía, pero, en lugar de ir a recoger leña, se escondió detrás
de un arbusto y esperó. Antes de anochecer, se deslizó hasta llegar junto a la
ventana de su casa y miró el interior. El cervatillo corría de aquí para allá
por la sala, pero de repente saltó sobre la chimenea, se sacudió y se quitó su
piel de encima. En el lugar del ciervo había ahora una hermosa muchacha. Bajó
de la chimenea y se puso a trabajar.
El joven no perdió
tiempo. Entró en la sala, cogió la piel del ciervo y la echó al fuego. La
muchacha lloró con amargura.
-¿Por qué has quemado mi
piel? Ahora qa no podré volver a casa.
Pero el joven la consoló:
-Ahora tu casa es ésta.
¿Quieres acaso abandonarme?
La muchacha se calmó,
esbozó una sonrisa y le dijo:
-No, no quiero dejarte
solo. Eres bueno y, si lo deseas, me quedaré siempre contigo.
Y así el joven pobre y la
hermosa muchacha fueron marido y mujer, y vivieron juntos y felices durante
toda su vida.
005. anonimo (china)
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