Había una
princesa muy hermosa a la que pretendió el diablo y la princesa lo desdeñó.
Desde entonces, el diablo buscaba la forma de vengarse por el desdén. Un día en
que merodeaba por los jardines de palacio, vio venir a la princesa y a sus
damas, que en seguida se pusieron a jugar al escondite. Una se quedó y las
demás se escondieron, entre ellas la princesa; y cuando estaban todas
escondidas cada una en un sitio, el diablo se deslizó hasta donde estaba la
princesa y le puso un anillo dormidero en el dedo, con lo que la princesa se
quedó dormida en el acto. Entonces la cogió en brazos, la sacó de palacio por
un hueco secreto que había en el muro que rodeaba los jardines, la metió en una
urna de cristal y se la llevó lejos, lejos, hasta el mar, donde tiró la urna
con la princesa dormida dentro.
La urna
se quedó flotando en las aguas, llevada por el oleaje, hasta que un príncipe,
que estaba pescando con dos marineros, la avistó y ordenó acercarse a ver lo
que era aquello. Al subir la urna a la barca, vieron que dentro de la caja
yacía una muchacha muy bella que a ratos parecía muerta y a ratos dormida, por
lo que abrieron la
urna. Mientras la observaba, el príncipe reparó en el anillo
que la muchacha llevaba en la mano, y al quitárselo por ver si contenía alguna
inscripción, se despertó la muchacha tan asustada que, de inmediato, el
príncipe le volvió a poner el anillo y de nuevo quedó sumida en aquel extraño
sueño.
Entonces
el príncipe decidió que la llevaría a palacio sin que nadie supiera nada y la
guardaría en sus habitaciones, pues estaba prendado de la belleza de la muchacha. Así que,
ayudado por los marineros, la llevaron a las habitaciones del príncipe y allí
quedó bajo llave.
Cada día,
el príncipe la despertaba, le llevaba ricos alimentos, se quedaban hablando y
luego la volvía a dormir. Un criado fiel se ocupaba de limpiar las habitaciones
sin que nadie más pudiera entrar en ellas. El príncipe se había ido enamorando
de la muchacha y la muchacha de él, y ella aceptaba esta situación porque el
príncipe debía encontrar el momento adecuado de decirles a sus padres que se
quería casar con ella.
Pero la
conducta del príncipe tenía intrigadas a sus dos hermanas. Por eso, un día
madrugaron mucho, se colaron en la alcoba de su hermano y le quitaron el
llavero donde tenía la llave de la habitación cerrada. Y allá se fueron a
curiosear lo que había dentro de ella. Su sorpresa fue mayúscula al encontrar a
la princesa dormida en la
urna. Una de las hermanas reparó en su anillo y se lo quitó
para verlo mejor, pero en ese momento la princesa despertó y las dos hermanas,
asustadas, salieron corriendo de la habitación y cerraron la puerta tras ellas.
El rey
hizo llamar al príncipe y cuando éste entró en la sala donde le esperaba su
padre y vio en una mesita el anillo dormidero y la llave, comprendió que su
secreto había sido descubierto. Ya no tuvo más remedio que contar todo lo
ocurrido y decir que deseaba casarse con la muchacha. Los padres
se opusieron de plano, mas al ver el amor de él y al conocerla a ella y
parecerles que era princesa, accedieron a la boda y ésta se celebró con gran
pompa y esplendor.
Un año
después murió el rey y su hijo le sucedió en el trono y la princesa se
convirtió en reina. Lo primero que tuvo que hacer el nuevo rey fue un viaje por
sus tierras y la reina quedó en palacio porque estaba embarazada y a poco dio a
luz un niño precioso. Y estaba ella en la alcoba cuidando a su niño cuando se
presentó el diablo y le reclamó el niño.
La princesa
se negó a dárselo y entonces el diablo se lo quitó, se lo comió y untó los
labios de ella con la sangre del niño.
Más tarde
entró la madre del rey en la alcoba para ver a su nieto y, como no estaba,
preguntó a la reina por él, pero ella no contestó nada y se echó a llorar. Y la
madre del rey la acusó de haberse comido a su propio hijo.
La madre
del rey esperó a que el rey volviese y nada más llegar le dijo:
‑Te
casaste contra la voluntad de tus padres y mira lo que te ha sucedido ‑y le
contó que la reina se había comido a su propio hijo.
El rey,
que la amaba, contestó:
‑De sus
entrañas salió y a sus entrañas volvió.
Luego fue
a ver a su mujer, que se abrazó a él y lloraba amargamente sin poder
contenerse, mas cuando fue a preguntarle lo que había sucedido, le suplicó
ella:
‑¡No me
preguntes nada, no me preguntes nada! ‑porque el diablo, al sellar sus labios
con la sangre del niño, le impedía contar por su boca lo que le había sucedido.
La madre
y las hermanas del rey no podían soportar la situación y todo el día estaban
detrás del rey pidiendo justicia, pero el rey aún tenía que concluir un último
viaje y les dijo que esperasen y que a la vuelta se haría justicia, por cruel
que ésta llegara a ser, si es que se encontraba a la reina culpable.
Y antes
de salir les preguntó a sus hermanas y a su mujer qué deseaban que les trajera
de este último viaje. Las hermanas le pidieron joyas y vestidos, como siempre,
y la esposa le dijo que le trajera una piedra de dolor y un cuchillo de amor.
A lo
largo del viaje encontró lugares donde había hermosas joyas y vestidos, pero en
ninguno encontró una piedra de dolor y un cuchillo de amor. E iba preocupado
porque no podría cumplir con el deseo de su esposa cuando, en uno de los
últimos lugares que visitó, ya de regreso al palacio, oyó a un buhonero
pregonar:
‑¡Piedras
de dolor y cuchillos de amor!
‑¿Cuánto
quiere usted ‑le dijo al buhonero‑ por esa piedra y ese cuchillo que pregona?
Dijo el
buhonero, con ojos avarientos:
‑A usted
se lo cambio por ese saquito de joyas que lleva con usted ‑y como el saquito lo
llevaba escondido bajo su camisa, comprendió que era el diablo o uno de sus
parientes y con el mismo cuchillo que había cogido para verlo hizo por tres
veces la señal de la cruz ante el buhonero y éste huyó a toda prisa.
Al llegar
a palacio entregó las joyas a sus hermanas, y también los vestidos, y a su
esposa le dio la piedra y el cuchillo, pero no pudo resistir la tentación de
preguntarle para qué los quería; y la reina volvió a llorar amargamente y a
decirle al rey:
‑¡No me
preguntes nada, no me preguntes nada!
Así que
se quedó con la piedra y el cuchillo en sus manos y le pidió que la dejara
sola. El rey accedió y simuló marcharse, pero regresó por otro camino y se
escondió tras las cortinas del ventanal que daba al jardín para ver qué iba a
hacer su mujer, porque desde el primer momento el regalo pedido había levantado
sus sospechas.
Y vio que
la reina se había sentado ante una mesita, había puesto la piedra en ella y
decía:
‑¡Piedra
de dolor! ¿Es verdad que el hijo del rey me salvó del mar, me llevó a su
palacio y se casó conmigo?
‑Es
verdad, es verdad ‑contestó la piedra, y se partió en cuarenta pedazos.
La reina
le preguntó después:
‑¡Piedra
de dolor! ¿Es verdad que tuve un niño del rey y que vino el diablo, me lo quitó,
se lo comió y me untó los labios con sangre para que todos creyeran que yo me
lo había comido?
‑Es
verdad, es verdad ‑volvió a decir la piedra y cada uno de los cuarenta pedazos
se partió en otros cuarenta.
La reina
preguntó después:
‑¡Piedra
de dolor! ¿Es verdad que mi suegra y mis cuñadas creen que yo me comí a mi hijo
y quieren que el rey me mande ahorcar?
‑Es
verdad, es verdad ‑contestó la piedra; y cada pedacito se rompió en otros
cuarenta.
Entonces
la reina sacó el cuchillo, lo puso en la mesa ante ella y exclamó:
‑¡Cuchillo
de amor! Como se ha partido la piedra de dolor, párteme tú el corazón.
Y ya se
lo iba a clavar en el pecho cuando apareció el rey, se lo quitó de las manos y
lo arrojó lejos, y luego le dijo que él la amaba y la creía en todo lo que
había escuchado.
Y ya no
se separaron nunca más.
003. anonimo (españa)
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