En una cabaña, a la
orilla del mar, vivía una mujer muy pobre. Era vieja, muy vieja, y resultaba un
verdadero milagro que su cabaña, aún más vieja que ella, se mantuviese en pie.
Pero la pobre mujer vivía allí a gusto porque no tenía hijos y no habría subido
adónde ir.
Para trabajar era
demasiado vieja. No se moría de hambre porque recogía en la plaga pececillos,
pequeños cangrejos, almejas, todo aquello que las olas llevaban a la orilla.
Cuando había tormenta, la vieja se quedaba encerrada todo el día en casa padeciendo
hambre. Pero al menos estaba segura de que, acabada la tormenta, encontraría en
la plaga muchos peces y hasta algunos leños para encender fuego.
Una noche estalló un
terrible temporal. Llovía, silbaba el viento, el mar aullaba.
En cuanto amaneció, la
vieja salió de su cabaña. Consiguió a duras penas llegar a la playa, pues el
viento soplaba cada vez más fuerte y enormes olas encrespaban el mar. Mientras
recogía los pececitos, una ola gigantesca la alcanzó y la cubrió completamente.
La pobre vieja sospechó que había llegado su última hora y con ambas manos se
aferró a algo duro. Cuando la marea descendió, vio que se había agarrado a la
concha de un gran molusco.
-Tendré algo para comer
-pensó aliviada, y colocó la concha en la cesta junto con las almejas, los
pequeños cangrejos, todo lo que había recogido.
En casa, al preparar la
comida, se dio cuenta de que la concha estaba semiabierta. Se ayudó con un
cuchillo para abrirla del todo y, con gran sorpresa, encontró dentro a una
niña: pequeña, muy hermosa y despierta. Tenía los ojos verdes, una larga cabellera,
un cuerpo centelleante de madreperla y, en lugar de los pies, una cola de pez.
No sabiendo qué hacer, la
vieja se fue con la concha a consultar a una adivina. Ésta observó a la niña y
dijo:
-No es una criatura
humana. Es la hija de la reina del mar. Debe de haberse escondido en la concha
por miedo a los tiburones. Debes llevarla de nuevo al mar, dejarla en una roca
y esperar a ver qué sucede.
La vieja obedeció. Llevó
a la sirenita, dentro de la concha, a la orilla del mar, la colocó en una roca y
se escondió. Poco después, oyó una voz. Salió de su escondite y vio en el
agua, junto a la orilla, a una maravillosa sirena. Largos cabellos le cubrían
todo el cuerpo y estaban adornados con perlas.
-La niña es mía -dijo la
sirena. La escondí en la concha para salvarla del tiburón que mató a mi marido
y que quiere obligarme a ser su mujer.
Luego la sirena amamantó
a la pequeña y le pidió a la vieja que la llevase todas las mañanas a la orilla
del mar. A cambio, le dijo, le conseguiría todos los peces que quisiera para
subsistir.
La vieja albergó a la
sirena en su cabaña y, cada mañana, la llevaba a la orilla del mar para que su
madre pudiese alimentarla. Y cuando volvía a la cabaña, su cesta siempre
estaba llena hasta el borde.
La sirena creció a ojos
vistas y, en cuanto se hizo mayor y fuerte, su madre quiso llevársela consigo.
Pero cada vez que la vieja se dirigía a la orilla, la joven sirenita salía del
mar, la besaba y le regalaba un puñado de hermosas perlas.
La vieja ya no volvió a
pasar hambre, pues lo tenía todo en abundancia. Y lo más importante era que pa
no estaba sola.
004. anonimo (india)
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