Hace muchísimo tiempo el
Fuego, que era un terrible gigante, se casó con la hermosa Blancanube y la
llevó a vivir a su caverna entre los montes. Pero Blancanube no era feliz. El
gigante era muy celoso y la mantenía encerrada en la caverna como en una
prisión. No podía salir al exterior. Su única alegría era su hija, una muchacha
tan hermosa y tan blanca que el gigante le había dado el nombre de Nieveblanca.
Un día, el gigante salió
de caza y se olvidó de cerrar la entrada de la caverna con la pesada roca que
hacía de puerta. Blancanube, muy contenta, cogió de la mano a su niña y se dio
prisa en salir.
Sin embargo, justamente
en los alrededores de la caverna estaba cazando el peor enemigo del gigante,
el Viento. En cuanto vio a Blancanube la alzó con sus brazos y se la llevó muy
lejos.
Cuando el Fuego regresó,
se encontró en la entrada de la caverna con la pequeña Nieveblanca. La hermosa
Blancanube había desaparecido con el Viento más allá de los montes.
El Fuego pataleó de
rabia, gritó airado y bramó presa de la cólera. Cada vez que pataleaba temblaba
toda la tierra; cada vez que gritaba se abría un cráter en la cima de la
montaña; cada vez que bramaba brotaban del corazón de la montaña llamas y
piedras candentes. Los habitantes de los alrededores hugeron despavoridos
hasta el mar. Pero la cólera no le sirvió de nada al gigante: Blancanube no
regresó jamás.
Al Fuego le quedaba
solamente su hermosa hija Nieveblanca. La amaba como a la niña de sus ojos y,
temiendo por ella, le prohibió que saliese de la caverna. Cuando iba a cazar,
la dejaba bajo la custodia de su criado, un enano pequeño, muu negro, y hacía
rodar una enorme piedra delante de la entrada a la caverna.
El enano era feo como la
noche, pero la muchacha se enamoró de él, porque era su único amigo, la única
criatura con la que podía intercambiar palabra.
Pasaron los años.
Blancanube había pasado varias veces cerca de la montaña donde se ocultaba la
caverna del Fuego, pero en vano había buscado algún rastro de su hija. Jamás
conseguía verla y, bañada en lágrimas, debía seguir al Viento que la impulsaba
hacia delante. Cuando sus lágrimas caían sobre la tierra, la gente decía:
-Está lloviendo.
Y cayeron tantas lágrimas
que los arroquelos se transformaron en torrentes, y los torrentes en ríos
amenazadores que inundaron todo el valle. Los habitantes tuvieron que huir
hasta el mar para ponerse a salvo.
Así siguieron las cosas
durante un buen tiempo. Cada vez que el Fuego divisaba en el cielo a
Blancanube, comenzaba a patalear, a gritar y a bramar, y cada vez que
Blancanube pasaba sobre las montañas y no veía a su hija, no paraba de llover.
Nieveblanca, mientras
tanto, había crecido y sentía una gran nostalgia por el cielo abierto. Cada día
le suplicaba al enano que la dejase salir sólo un momento, cada día le rogaba y
le imploraba, hasta que el enano le prometió que cumpliría con su deseo, pero
sólo de noche.
Y una noche, en efecto,
cuando el Fuego se acostó y se quedó dormido, el enano p la muchacha salieron
de la caverna y pasearon por la montaña. Nieveblanca creía soñar y, desde
entonces, quiso salir todas las noches. El buen enano la complacía, pero la
hacía volver a la caverna antes de que amaneciese. Una noche, el resplandor de
las estrellas era tan intenso que la muchacha expresó el deseo de tener una.
-Enano negro, tráeme una
estrellita. ¡Me gustaría tanto ponérmela en la frente...!
El enano negro respondió:
-Soy demasiado pequeño
para complacerte. A esa altura sólo es capaz de llegar mi amo, el Fuego.
-Entonces habla con él y
pídele que me la traiga -dijo la muchacha; si no, no me casaré nunca contigo,
aunque mi padre te lo haya prometido.
El enano prometió que
hablaría con el gigante y llevó a Nieveblanca de vuelta a la caverna. Al
cerrar la entrada, sin embargo, se distrajo y no arrimó del todo la piedra.
Después fue a hablar con su amo.
En cuanto se hizo de día,
un haz de luz entró en la caverna a través de la rendija. La muchacha se sintió
fascinada, porque no había visto nunca en su vida una luz tan hermosa. Ansiosa
por echar un vistazo, se deslizó por la estrecha abertura y salió al exterior.
Se presentó ante sus ojos el paisaje espléndidamente iluminado por los tonos
rojizos de la mañana. Verdeaba la hierba a su alrededor, en ella brillaban las
flores, en el aire cantaban los pájaros. En ese momento, el sol dejó asomar su
cabeza por encima de la cumbre de la montaña. Nieveblanca corrió a su encuentro.
Subía cada vez más y se sentía cada vez más feliz y al mismo tiempo cada vez
más débil.
Muy cerca de la cima,
sintió que qa no podía seguir p se sentó en una roca para recobrar el aliento.
Justo en ese instante pasó sobre la montaña su madre, Blancanube. Al ver a su
hija, se dio prisa en cubrirla para protegerla del sol ardiente, pero fue en
vano, ya que el Viento no le permitió detenerse y la alejó con su soplo.
Nieveblanca se quedó
sentada en la roca. Era tan blanca y tan hermosa que el propio Sol se enamoró
de ella. Entonces descendió un poco, se inclinó sobre ella y la besó. Pero al
rozarla con sus labios inflamados, la muchacha se derritió.
Cuando el Fuego y el
enano negro llegaron a la cima de la montaña, sólo vieron en la roca unas pocas
gotas de agua más pura que el cristal.
004. anonimo (india)
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