Un
campesino tenía un burro muy viejo, tan viejo que ya no servía para trabajar y,
en vista de eso, lo soltó en mitad del campo y lo dejó allí abandonado. El
pobre animal casi no se podía valer, pero echó a andar a ver que encontraba por
ahí y en esto dio con un perro, un gato y un gallo que estaban a la sombra de
un árbol. Y cuando se acercó a ellos, vio que todos eran tan viejos como él y
que se habían juntado por necesidad, pues sus amos los habían abandonado.
Y les
dijo:
‑¿Adónde
van a ir ustedes ahora?
Y como
ninguno sabía, dijo el burro:
‑¿Por qué
no vamos a la ciudad a aprender música, que es un buen oficio?
Conque
los cuatro se pusieron en marcha tan animados y olvidando su desgracia. Luego
se les hizo de noche y la noche les pilló en mitad de un bosque.
‑¿Dónde
vamos a dormir? ‑se preguntaron.
Como no
veían bien dónde estaban, el perro se subió sobre el burro, el gato sobre el
perro y el gallo sobre el gato; y miró el gallo en todas direcciones hasta que
vio una luz entre los árboles y dijo:
‑¡Ánimo,
amigos, que allí delante veo una luz!
Se fueron
en esa dirección hasta que encontraron una casa con una ventana iluminada y
pensaron mirar por la ventana por ver qué gente había dentro, pero no
alcanzaban, de manera que el perro se subió sobre el burro, el gato sobre el
perro y el gallo sobre el gato. El gallo estiró la cabeza para ver dentro y vio
que eran ladrones que estaban contando el dinero que habían robado, y se lo
dijo a sus compa-ñeros.
Entonces
el burro empezó a rebuznar, el perro a ladrar, el gato a maullar y el gallo a
cantar y formaron tal algarabía que los ladrones, asustados, echaron a correr
de estampía y dejaron todo el dinero y todo lo que llevaban en la casa.
Los
animales entraron en la casa pensando que ya tenían donde dormir y, además,
mucho dinero. Así que el gato se echó al arrimo de la chimenea, el burro se
buscó un sitio en el jardín, como era su costumbre cuando estaba con su amo, el
perro se puso a la puerta para guardarla y el gallo se subió a una piedra que
asomaba en lo alto de la pared.
Pero los
ladrones, poco a poco, fueron volviendo y uno de ellos, que era más valiente
que los demás, les dijo que iría a ver quién estaba por allí. Y entró por la
ventana sin hacer ruido.
Una vez
dentro, vio brillar algo donde estaba la chimenea y, pensando que serían unas
brasas, se acercó para orientarse, pero eran los ojos del gato, que se le tiró
a la cara y se la arañó toda. Y cuando echó a correr, según salía por la
puerta, el perro le tiró un buen mordisco y, cuando cayó al jardín, el burro le
pegó una coz que lo mandó a donde estaban sus compinches; y entretanto, el
gallo cantaba en lo alto:
‑¡Quiquiriquíííí!
Y les
dijo el ladrón a sus compañeros:
‑Corramos,
amigos, que ahí dentro hay duendes; que uno se me tiró a la cara y casi me deja
ciego, y otro me dio una cuchillada en una pierna y otro me pegó un palo que
casi me mata; y todavía había otro, el más malo, que estaba en lo alto y decía
a los demás:
‑¡Traédmelo
aquíííí!
003. anonimo (españa)
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