Hace mucho tiempo, el Sol era un gran cacique
q tenía su tienda en el cielo. El Sol brillaba todo el día y calentaba el
mundo. De las demás tareas se ocupaba su ayudante grande y corpulento, llamado
Napi. El Sol y Napi trabajaban todo el día. Pero, en una ocasión, Napi acabó
con sus labores un poco antes que de costumbre. Se sentó junto a una fuente,
encendió su pipa y se quedó allí, fumando tranquilamente. Mientras tanto, como
se aburría, cogió arcilla y comenzó a amasarla. Primero hizo un animalito,
después otro, final-mente un tercero, hasta modelar todas las especies de
animales que viven hoy en la Tierra.
Napi colocó a los animales en una piedra lisa,
para que se secasen, se llevó de nuevo la pipa a la boca y se quedó pensando.
Un momento después, cogió el primer animalito
de arcilla, le sopló y le dijo:
-Ve, hijo mío, tú serás el bisonte y vivirás
en los montes.
Cogió cada uno de los animales de barro, uno
tras otro, les dio vida con su aliento y así nacieron el antílope, el ciervo,
la cabra, el zorro. En definitiva, Napi dio un nombre a todos los animales de
la Tierra y a cada uno le asignó el lugar en el que debía vivir.
Sólo había quedado en la piedra un trocito de
arcilla. Napi se quedó mirándola pensativamente, mientras fumaba. La cogió, le
dio vida con su soplo y dijo:
-Ve, hijo mío, tú serás el hombre y vivirás en
medio de los lobos.
Así llegaron los animales a la Tierra y, con
ellos, el hombre.
Después de haber creado a los animales y de
haberles asignado un puesto a cada uno, Napi pensaba que lo había hecho todo
bien y que todos debían estar contentos. Pero no era así. Unos días más tarde,
Napi volvió a sentarse junto a la fuente a descansar, pero no había acabado aún
de encender su pipa cuando comenzaron a llegar de todas partes sus animales.
Estaban descontentos y se lamenta-ban. El primero en hablar fue el bisonte:
-Gran padre, no has hecho las cosas bien:
todos estamos insatisfechos.
-¿Y por qué? Os he dado a cada uno una parte
de la tierra, ¿de qué os quejáis?
-Por ejemplo, me has ordenado que viva entre
los montes, pero yo no puedo vivir allí. Los senderos son tan estrechos que no
puedo caminar a mis anchas. Las rocas son tan duras que me quiebran las pezuñas
y, para colmo, hay tan poca hierba que no tengo lo suficiente para comer. De
verdad, gran padre, que no puedo vivir allí.
La cabra montés dijo:
-Gran padre, no puedo vivir en el desierto.
Allí no encuentro nada que me permita reforzar mis pezuñas, no hay sitio por
donde trepar ni comida suficiente.
Napi escuchó al bisonte, escuchó a la cabra
montés, al antílope, al oso, al puma, al lobo, a todos los demás animales, y
finalmente dijo:
-De acuerdo, hijos míos. Dividiré de nuevo la
tierra entre vosotros. Tú, bisonte, vivirás en el desierto, y el antílope irá
contigo. Tú, cabra montés, vivirás entre los montes, y la oveja de montaña irá
contigo. Tú, oso, irás a los bosques de las colinas, y contigo vivirá el puma.
El lobo de la estepa y el tejón vivirán en los lugares más solitarios. Y
también a los hombres les asignaré una parte de la tierra.
Así dividió Napi la tierra entre los animales,
y ellos se sintieron satisfechos. Sólo los hombres no se quedaron conformes y
por ello se esparcieron por toda la tierra y aún siguen viviendo hoy por todas
partes.
004. anonimo (india)
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