Un ermitaño vivía en soledad en una
ermita perdida en el monte y se alimentaba de lo que buenamente encontraba en
el campo; cuando no se cuidaba de su alimento, se dedicaba a la oración, que le
llevaba la mayor parte de su tiempo. Vivía de esta manera tan sencilla y
escondida porque era hombre que nunca había pecado, ni de obra ni de
pensamiento, y Dios, complacido con él, le envió un ángel para que todos los
días le dejara un pan en la ermita, mientras el buen hombre dormía.
Hasta que un día en que se había
alejado bastante de su ermita, se cruzó en su camino con una pareja de guardias
que conducían a un preso y el ermitaño le dijo al preso:
-Así os veis los que ofendéis a
Dios. La justicia os castiga y luego vuestra alma se la lleva el diablo.
Entonces Dios se ofendió mucho por
el comentario del ermitaño, ya que a aquel hombre lo llevaban preso sin culpa
alguna y, para mostrar su enfado, le dijo al ángel que no volviera a llevarle
más pan.
Cuando a la mañana siguiente el
ermitaño vio que el ángel no le había dejado pan, tal y como le ordenase Dios,
comprendió que había cometido alguna falta y se echó a llorar, apesadumbrado.
Entonces vino el ángel trayendo una
rama de zarza seca y le dijo:
-Dios te castiga por tu
imprudencia, pues el preso al que acusaste ayer era inocente. No te traigo ya
pan sino una rama de zarza seca que habrás de llevar siempre contigo y la
usarás de cabecera cuando duermas; Dios no te perdonará hasta que broten de la
zarza tres ramas verdes. Y desde ahora no vivirás del pan ni de los frutos del
campo, sino que habrás de abandonar esta ermita y comer de lo que obtengas por
limosna.
Apenas el ángel hubo dicho esto, la
ermita desapareció, y con ella el ángel; y entonces el ermitaño sintió la
soledad como un peso horrible, y volvió a llorar con gran amargura.
El ermitaño iba de pueblo en pueblo
pidiendo limosna y, cuando dormía, se ponía la zarza como almohada.
Así vivía hasta que un día se le
empezó a echar la noche encima sin avistar casa, ni pueblo, ni aldea y ya
desesperaba de encontrar un lugar donde dormir cuando alcanzó a ver una luz en
la lejanía y se apresuró hacia ella con el ánimo de cobijarse aquella noche.
Cuando llegó a la luz, vio que
provenía de una cueva y el ermitaño gritó desde la boca:
-¡Ave María!
A sus gritos salió una vieja por
saber qué quería y él le dijo que sólo buscaba un rincón donde echarse a pasar la noche. Pero aquella
cueva era una cueva de ladrones y la vieja le aconsejó que se fuera porque si
venían los ladrones le matarían para que no los denunciase; pero al ver el
cansancio y la soledad del ermitaño, la vieja se compadeció de él, porque
además era una noche muy oscura, y le escondió en el fondo de la cueva, donde
no le vieran los ladrones, que nunca llegaban hasta allí.
En esto llegaron los ladrones
cargados de sacos, talegos y cofres, porque aquel día habían hecho un robo muy
grande y era tanto el botín que decidieron llevarlo al fondo de la cueva. Y allí vieron al
ermitaño y le cogieron y le sacaron afuera y el capitán de los ladrones le
preguntó a la vieja quién era ese hombre y qué hacia escondido en el fondo de
la cueva.
Y la vieja le contestó:
-Es un pobre de pedir limosna, que
andaba perdido y venía buscando cobijo, pero mañana al hacerse el día se irá.
-¡Estúpida vieja! -dijo el
capitán. Mañana cuando se vaya correrá a escape a denunciarnos, pero yo lo he
de matar ahora mismo.
Sacó su puñal para matar al
ermitaño y la vieja, gimiendo y llorando, le pidió que no lo hiciera.
-¡No lo mates, que es un buen
hombre y no dirá nada!
Entonces el ermitaño se adelantó
hacia el capitán y dijo:
-Déjale que haga lo que quiera,
mujer, que será designio de Dios. Porque yo vivía en una ermita solo y apartado
y dedicado a la oración y porque ofendí a un preso que era inocente llamándole
ladrón, Dios me ha castigado a vagar por el mundo viviendo de limosna y no me
perdonará hasta que no broten tres ramas verdes de esta zarza seca que llevo
conmigo.
Al escuchar esto, dijo el capitán:
-Vuélvete a tu rincón y mañana,
apenas amanezca, te vas de aquí sin mirar atrás.
El ermitaño se fue a acostar y los
ladrones se quedaron pensativos. Y la vieja dijo:
-Si Dios le ha castigado nada más
que por un mal pensamiento ¿qué no hará con nosotros, que somos ladrones?
Y los ladrones siguieron pensativos
hasta que el capitán les mandó acostarse a todos.
A la mañana siguiente, apenas
amaneció, fue el capitán a ver si el ermitaño se había ido y lo encontró muerto
en su rincón, con la cabeza apoyada en la zarza seca, a la que le habían
brotado tres ramas verdes.
Llamó a los demás ladrones y les
dijo que allí mismo quedaba deshecha la partida. Los ladrones y la vieja se arrodillaron
y se arrepintió-ron de todo lo malo que habían hecho hasta entonces, luego
hicieron un hoyo a la entrada de la cueva y enterraron en él al ermitaño y la
zarza y, dejando todos sus tesoros en la cueva, se marcharon cada uno por su
lado para llevar otra vida. Y la zarza echó las tres ramas fuera y creció y se
enmarañó tanto que cubrió por completo la entrada de la cueva y nadie volvió a
saber de ella.
003. anonimo (españa)
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