Había
una vez tres muchachitos tan pero tan traviesos y cabezaduras, que todos los
llamaban 'cabezudos'.
Andaban
cazando por el monte cuando se perdieron, ya era tarde casi de noche. Antes de
que les entrara el miedo en los cuerpos, alcanzaron a divisar una lucecita a lo
lejos y hacia allá fueron.
Un
poco nerviosos golpearon la puerta. Salió una mujer grandota, toda arrugada,
fea y narigona, que les dijo:
‑Pasen,
mis hijitos, que hace mucho que no como criatura, pero están muy flaquitos, los
voy a engordar primero.
Y,
sin darles tiempo a nada, los encerró en una jaula con barrotes negros muy
grande.
Cuando
la bruja salió a juntar leña entró un pajarito por el ojo de la llave, les
abrió la jaula y les dio un espejito, una toalla y un peine y les dijo:
‑Escápense
pronto, antes de que vuelva la bruja, y si los alcanza le tiran estas cosas.
Los
chicos salieron corriendo, pero la bruja los vio y los siguió. Cuando los
estaba por alcanzar, echaron el espejo y se hizo una laguna grande. La bruja
nadó y nadó hasta que la cruzó y ya estaba a punto de alcanzarlos. Entonces
echaron la toalla y se formó un pastizal alto. La bruja se rasguñó entera, pero
con toda la rabia encima lo cruzó y ya los estaba por alcanzar. Los chicos
tiraron el peine y se hizo una enredadera muy tupida. Después de mucho
forcejear, la bruja la pudo atravesar y corrió y corrió detrás de los chicos.
Ya los estaba por alcanzar, cuando de un árbol sintieron que un pajarito les
decía:
‑Suban
aquí.
Los
chicos subieron a tiempo. La bruja quedó bajo el árbol con una bolsa mágica.
Abrió la bolsa y dando vueltas alrededor decía:
‑Quiquiriquí,
cáete en la bolsa.
‑Quiquiriquí,
cáete en la bolsa.
Uno
de los cabezudos miró para abajo y como la bolsa era mágica se cayó adentro.
La
bruja siguió diciendo:
‑Quiquiriquí,
cáete en la bolsa.
Otro miró
para abajo y ipatapúm!, ¡a la bolsa!
Quedaba
todavía el más chico y ya estaba por mirar, cuando el pajarito le dijo:
‑No
mires, cuando la bruja se canse de llamar va a subir a buscarte, entonces tú te
bajas.
Y
así pasó, la bruja cansada de repetir 'Quiquiriquí, cáete en la bolsa', salió a
buscarlo. Pero el más chico, que era el más vivo e inteligente, se bajó
rapidito, hizo salir a los otros dos, y agarrando la bolsa repitió:
‑Quiquiriquí,
cáete en la bolsa.
La
bruja miró y ipatapúm!, ¡a la bolsa! Entonces los tres muchachos la ataron bien
y la tiraron en un pozo. Después se fueron a la casa de la bruja y soltaron a
todos los chicos que ella había encerrado en la jaula grande de barrotes
negros.
Fuente: María Luísa Miretti
15. Pescados,
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