Hace mucho pero muchísimo
tiempo, los perros y los gatos eran amigos y vivían en pequeñas comunidades
plenos de paz y armonía.
Si un gato tenía
problemas, lo ayudaban otros gatos o cualquier perro vecino o amigo. Si un gato
caía al agua, apenas lanzaba un miau desesperado cualquier perro que lo
escuchaba iba rapidito, se tiraba al agua y lo salvaba, y, si un perro
perseguía a un ratón y el animal se escondía en algún recoveco, bastaba con que
el cazador ladrara tres guau para que cualquier gato rápidamente fuera en su
ayuda.
En las largas noches de
invierno, gatos y perros se amontonaban en los árboles huecos del monte para
protegerse del frío.
Un día una gata organizó
una fiesta e invitó a todos sus amigos gatos y perros. La reunión se hizo una
noche de luna llena en un claro del monte, pero justo al empezar el baile se
desató una tormenta.
Un perro grande sugirió
continuar la fiesta en una tapera abandonada y allí se fueron. Mientras iban
entrando, los perros se fueron quitando sus colas para estar más cómodos y las
amontonaron en un rincón.
Comenzó la fiesta pero
algo sucedió. La tormenta parecía haber alterado los ánimos. La gata
organizadora del encuentro empezó a refunfuñar. El perro grande la miraba de
reojo y gruñía por lo bajo. Se formó un círculo alrededor de los dos y como por
arte de magia los gatos se pusieron de un lado y los perros del otro.
Insulto va, insulto
viene, entre truenos y relámpagos empezaron a escucharse desde lejos los
gruñidos y los maullidos que iban subiendo de tono. Los gatos encorvaban sus
lomos y los perros mostraban sus colmillos. Se produjo un silencio y, al
segundo, la fila de los gatos se acercó a la de los perros y, cuando los gatos
estaban a punto de mostrar el filo de sus uñas, un perro corrió hacia fuera y
gritó:
‑¡Salgamos todos de aquí!
Los perros, sin pensarlo
dos veces, salieron corriendo tras él perseguidos por los gatos, y en el apuro
cada uno agarró la primera cola que encontró.
Desesperados, huyeron en
busca de un lugar sin gatos.
Cuando estuvieron
tranquilos quisieron acomodarse sus colas pero descubrieron la terrible
confusión. Había perros grandes con colas cortas y perros chicos con enormes
plumeros. Ninguna cola estaba con su verdadero dueño.
Desde ese día los perros
nunca perdonaron a los gatos lo sucedido aquella noche y todavía van por el
mundo en busca de la cola que les pertenece.
Argentina,
Paraguay.
Fuente: María Luísa Miretti
0.081.0 sudamerica
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