Cuenta la historia que
hace muchos años, una pareja de jóvenes, Pitá y Morotí se amaban. Pitá era el
mejor guerrero de la tribu y Morotí, la más hermosa de las doncellas, aunque
era mala y coqueta.
Un día, mientras guerreros
y doncellas caminaban a orillas del río, Morotí dijo:
¿Quieren ver lo que es
capaz de hacer por mí Pitá? ¡Vean!
Luego de decir esto se
sacó uno de sus brazaletes y lo arrojó al agua. Volviéndose hacia Pitá, que
además de ser un buen guerrero guaraní era un excelente nadador, le pidió que
buscara su brazalete. Pitá se zambulló en el río pero nunca apareció en la
superficie.
Morotí y el resto de los
acompañantes comenzaron a gritar, pero fue en vano, ya que Pitá no volvió a
aparecer.
La tristeza y la
desolación corrió por la tribu. Lloraban y se lamentaban las mujeres y los
ancianos hacían conjuros para que Pitá volviese con vida. Morotí, muda de
arrepentimiento, parecía ajena a lo que estaba sucediendo y era la única que no
lloraba.
El hechicero de la tribu
explicó:
‑Pitá es ahora el
prisionero de I Cuñá [1]
Payé, hundido en las aguas. Pitá fue seducido por la hechicera y conducido a su
palacio. Allí Pitá ha olvidado su vida anterior, ha olvidado a Morotí y se ha
dejado amar por la hechicera, por eso no vuelve. Hay que ir a buscarlo. Está en
un palacio de oro, en una habitación fabricada de diamantes y en brazos de la
hechicera. Bebe olvido de los labios de I Cuña Payé, la que tantos guerreros
nos ha robado. Si no vamos a buscarlo, Pitá no volverá.
‑¡Yo lo buscaré! ‑exclamó
Morotí‑. ¡Yo lo buscaré!
El hechicero le contestó:
‑Sí, debes buscarlo.
Serás la única que podrá rescatarlo del amor de la hechicera. La única, si en
verdad lo amas, ya que sólo con amor humano podrá defenderse y vencer el amor
maléfico de ella. ¡Tráelo!
Morotí se ató los pies a
un peñasco y se arrojó a las aguas.
Toda la noche la tribu
estuvo esperando junto al río la aparición de los jóvenes. Las mujeres gemían,
los hombres cantaban y los ancianos hacían conjuros para vencer el mal.
Al alba, con los primeros
rayos de la aurora, vieron flotar sobre las aguas las hojas de una planta
desconocida: el irupé. Era una hermosa flor, grande y perfumada, que nunca
habían visto en la región Tenía pétalos blancos en el centro y rojos afuera. De
inmediato se dieron cuenta: blancos como el nombre de la doncella desaparecida,
Morotí; rojos como el del guerrero: Pitá. La flor exhaló un suspiró y se volvió
a sumergir en las aguas del río.
El hechicero habló,
explicando lo que ocurría:
‑Pitá ha sido rescatado
por Morotí. ¡Alegría! Ellos se aman y con su amor han vencido a la maléfica
hechicera. En esa flor que acaba de aparecer he visto a Morotí en los pétalos
blancos, a los que abrazaban y besaban los pétalos rojos que representan a
Pitá.
Descendientes de Morotí y
de Pitá son los hermosos irupés que decoran las aguas de los ríos. En el
instante del amor aparecen las bellas flores de pétalos blancos y rojos del
irupé, se besan y vuelven a sumergirse. Aparecen para recordar a los hombres el
triunfo del amor, pues el irupé nació del amor y del arrepentimiento.
Argentina,
Paraguay
Fuente: María Luísa Miretti
081. anonimo (sudamerica)
[1] Cuñá: en
guaraní, mujer
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