Una vez
existía en la ciudad de Catamarca, y de esto hace casi dos siglos, una mujer
llamada Candelaria, fea y de ojos pequeños y redondos como los de los tortugas,
a quien nadie en lo población quería por su detestable defecto de la
curiosidad.
Ella
ansiaba saber la vida y milagros de toda la vecindad y no sólo se contentaba
con preguntar lo que no le interesaba, sino que también se atrevía a concurrir
a las casas de visita, para poder así enterarse más fielmente de cuanto
deseaba.
La gente
del lugar la había apodado "La
Curiosa " y ya ninguno la conocía por su verdadero nombre
que era sonoro y agradable.
Nosotros,
siguiendo la costumbre establecida por aquel tiempo en Catamarca, la denominaremos
también "La Curiosa "
al proseguir este verídico relato.
La
curiosidad es un defecto terriblemente feo, que al que lo practica, le ocasiona
siempre muchos enredos y malos momentos, pero para ella no había obstáculos, y
aunque muchas veces había tenido serios disgustos, no podía vencer su manía de
averiguarlo todo.
Claro es,
la gente estaba harta de soportarla en sus permanentes averiguaciones y no
sabía cómo enmendar a esta mujer que era la piedra de escándalo en la apacible
ciudad provinciana.
Como es sabido,
la curiosidad trae aparejada una gran cantidad de males, entre los que
sobresale la murmuración, ya que al comentar lo que se sabe o lo que se cree
saber se llega al chisme y hasta a la difamación.
Así pues,
Catamarca vivía intranquila, ya que había llegado por culpa de "La Curiosa ", una ola de
resquemores que iban separando, cada vez más, a familias enteras, que se
trataban desde hacía infinidad de años.
Era
necesario, para la tranquilidad de todos, dar un escarmiento a la chismosa
mujer, pero... ¿cómo? Se intentaron toda clase de pruebas, desde el desprecio
hasta el incidente personal, pero todo fue inútil, ya que "La Curiosa " proseguía su
vida, sin cambiar en nada sus deplorables costumbres.
-¡Esto es
intolerable! -exclamó una noche el alcalde de la ciudad, hombre entrado en
años, de grave aspecto y larga barba blanca.
-¡Hay que
poner inmediato remedio a este mal que amenaza dividir por completo a la
sociedad!
-¿De qué
manera? -preguntó otro contertulio.
-¡No lo sé!
¡Pero hay que hallar el modo de extinguir esta enfermedad, peor que la viruela!
-¡Encerrémosla!
-gritó un tercero.
-¡Echémosla
de la ciudad! -dijo un cuarto.
-¡Cortémosle
la lengua! -vociferó un quinto, blandiendo sus puños, lleno de ira, ya que
"La Curiosa "
le había hecho separarse de su esposa a causa de sus intrigas.
-Nada de
eso es bueno -respondió el alcalde gravemente, hay que hallar otro medio más
eficaz. Si la encerramos, su voz se seguirá oyendo por entre las rejas; si la
echamos de la ciudad, llevaremos la desgracia a otras poblaciones apacibles
como la nuestra; si le cortamos la lengua, será un castigo inhumano que no es
de hombres civilizados. Hay que procurar otro remedio...
Los
contertulios se quedaron mudos, ensimismados, sin saber qué partido tomar para
resolver tan serio problema, que constituía un flagelo en la soñolienta
población de Catamarca.
Se resolvió
por fin efectuar una reunión de notables y llamar a su seno a "La Curiosa " para
invitarla a cambiar de vida, so pena de severos castigos.
Así se
hizo.
Una noche,
en la Sala del
Cabildo, iluminado con cientos de velas de sebo, se reunió lo más granado de la
sociedad catamarqueña bajo la severa presidencia del alcalde, que nunca dejaba
de acariciarse su larga barba blanca que le cubría el pecho.
"La Curiosa " fue llevada
a duras penas, ya que desde un principio se negó a concurrir, pero al fin fue
introducida en la sala, donde se desencadenó una tempestad de murmullos
desaprobadores ante la presencia de la malhadada mujer.
Ésta miró
con sus ojos de tortuga a la concurrencia y se sonrió después, como desafiando
a sus improvisados jueces.
-Oye,
Candelaria -comenzó el alcalde.
-Nos hemos reunido para invitarte a que des fin
a tu perjudicial defecto de la curiosidad, que arrastra un sin número de males
que nos afectan a todos por igual.
-Pero...
¡si yo no hago mal a nadie! -respondió la mujer con voz áspera.
-Yo sólo
pregunto y la gente me cuenta la verdad... ¡Eso es todo!
-¿Sabes
positivamente si te cuentan la verdad? -preguntó el alcalde mirando
detenidamente a la acusada.
-¡Estoy
segura de ello! -respondió prontamente "La Curiosa ".
-¡Si no lo
hicieran, mentirían, y el mentir es un terrible pecado!
Ante esta
salida, no pudieron menos que reírse todos los oyentes, ya que la mujer se
horrorizaba de otro defecto, sin pensar en el que ella poseía.
El alcalde,
ocultando su risa, contestó haciendo esfuerzos por parecer grave:
-¡Observas
la paja en el ojo ajeno y no ves la viga en el tuyo, Candelaria! ¡Toda esa
gente a quien durante tantos años le has preguntado cosas que no debían interesarte,
quizá te hayan mentido, ya que la mentira en este caso se justifica ante el
deseo malsano de saber! Nosotros te pedimos buenamente que procures dominar tu
grave defecto que tanto mal nos ha hecho y te recibiremos con gusto nuevamente
en nuestros hogares, si es que tu voluntad vence a tu terrible vicio! ¿Aceptas?
"La Curiosa " vaciló unos
instantes y luego repuso muy suelta de lengua:
-¡Está
bien, señor alcalde! ¡Procuraré refrenar mi curiosidad, pero estoy segura que
toda la gente siempre me ha dicho la verdad!
-Ojalá
fuera cierto -repuso el anciano y así terminó aquella reunión, saliendo la
gente poco convencida de que pudiera enmen-darse.
Tal como lo
habían pensado los habitantes de Catamarca, la mujer, a los pocos días,
continuó su terrible manía y las rencillas y murmuraciones adquirieron tal
carácter, que se perdió por completo la paz y el sosiego en la lejana población
colonial.
La noticia
de tan terrible mal, llegó hasta los más apartados lugares de la provincia y lo
supo una viejecita india que vivía en su choza, sobre las laderas de unas
cumbres llamadas de Calingasta.
-Yo sabré
curarla -dijo la anciana aborigen, y marchó camino de la ciudad, y cuando llegó
fue directamente a la casa de "La Curiosa " que la recibió con agrado.
-¡Me han
dicho que tienes un terrible defecto! -comenzó diciendo la anciana, al
entrevistarse con Candelaria.
-¿Es
verdad?
-Así lo
murmuran en el pueblo... -contestó la interpelada.
-¿Quieres
curarte?
-Lo
desearía, pero no puedo...
-Pues bien
-repuso la india.
-Aquí te
entrego un talismán que seguramente te arrancará del cuerpo el mal de la
curiosidad. Cuídalo mucho, porque perteneció a antiguos reyes de América de
épocas muy remotas.
-¿Qué es?
-preguntó "La Curiosa "
con ansiedad.
-Míralo. Es
un anillo con una gruesa piedra roja, que te lo pondrás en el dedo del corazón
de tu mano derecha. Este anillo tiene la virtud de dar a conocer siempre los
verdaderos pensamientos de la gente. Cuando algo preguntes y te respondan, pide
al talismán que obligue a que te digan la verdad y así verás y escucharás cosas
que nunca te has imaginado.
Y, dicho
esto, la india marchó a su choza de la montaña, dejando a "La Curiosa "
completamente intrigada sobre el poder sobrenatural de la preciosa alhaja.
No bien
estuvo sola, pensó en poner en juego el poder del talismán y salió a la calle a
continuar sus acostumbradas correrías averiguando la vida y milagros de todos.
-¡Hola,
vecina! -empezó diciendo, ante una señora que por allí pasaba.
-¿Qué tal?
¿Es verdad que su hija Micaela se ha disgustado con su novio?
-¡Sí, doña
Candelaria, es verdad! -respondió la interpelada.
"La Curiosa " quiso poner
en juego los poderes de su piedra y solicitó su ayuda, tocándola tres veces,
tal como se lo aconsejó la india.
¡Y
aconteció lo inesperado! La vecina, presa de un ataque de sinceridad, empezó a
decir lo que verdaderamente sentía.
-¡Es falso
lo que te he dicho, vieja lechuza! gritó.
-¡Mi hija
se casará y serán felices! ¡Te detesto, curiosa insopor-table! ¡Ojalá se te
pudriera la lengua!
"La Curiosa ", confusa de
estupor y espanto, echó a andar temblo-rosamente.
Un poco más
allá se cruzó con don Damián, el jefe de Correos, quien, al verla, le dijo con
una sonrisa:
-¡Adiós,
hermosura!
La mujer
tocó de nuevo tres veces a su anillo mágico y don Damián comenzó, en forma inesperada,
a hablar como un loco.
-¡Eres más
fea que un escuerzo! ¡No puedo ni verte, curiosa insoportable!
La infeliz
no quiso oír más y siguió su camino, cada vez más sorprendida por lo que estaba
ocurriendo.
Al llegar a
la puerta de su casa, tropezó con su hermano mayor que salía para el trabajo,
el que la saludó con afecto.
Candelaria
volvió a tocar tres veces el anillo para saber lo que pensaba de ella tan
próximo pariente y escuchó:
-¡Eres la
vergüenza de la familia! ¡Por ti vivimos separados de todo el mundo! ¡Quiera,
Dios que te alejes para siempre de nuestro lado!
La pobre
mujer no pudo más, y con espanto y amargura arrojó lejos de sí la alhaja
maravillosa y penetró en su habitación convertida en un mar de lágrimas.
Entonces se
dio cuenta de que la curiosidad sólo conduce al deshonor y al desprecio y que
por su propia culpa era rechazada hasta por sus mismos hermanos.
La prueba
del anillo fue mejor remedio que todos los consejos del alcalde y las amenazas
de la población.
Desde aquel
día se enmendó de manera definitiva, y jamás volvió a abrir su boca para hacer
preguntas indiscretas, con lo que poco a poco ganó la confianza de los vecinos
y el amor de sus parientes. ¡Y ésta es la verídica historia del anillo de la
piedra roja, que con su poder sobrenatural, obligaba a la gente a decir la
verdad!
Cuento de hadas
015. Argentina
No hay comentarios:
Publicar un comentario