En una tribu de indios
araucanos había un guerrero que se llamaba Huaranca. Era el más joven, ágil,
fuerte, valiente y el mejor cazador. Todos lo querían y respetaban.
Huaranca amaba a la única
hija del cacique de la tribu: Chebarén. Ella era linda y graciosa, de ojos
grandes y negros como sus trenzas. Chebarén era la joya de la tribu y el tesoro
de su viejo padre, que hubiera sido capaz de cualquier sacrificio por la
felicidad de su hija.
Huaranca y Chebarén se
querian y ambos habían decidido casarse, para lo cual necesitaban el
consentimiento del cacique.
Para hacer las cosas bien
y como era costumbre, antes de presentarse él mismo, Huaranca envió unos
emisarios para que hablaran con el viejo cacique, ponderaran sus virtudes y
presentaran los obsequios que debía depositar a sus pies.
Cuando los emisarios
llegaron, el cacique estaba durmiendo en su habitación.
‑Mal presagio es éste ‑exclamaron,
pero esperaron para poder cumplir su misión.
Cuando el cacique
despertó, se presentaron y le explicaron el motivo de la visita, haciéndole
entrega de las piedras preciosas, plumas y presentes que enviaba Huaranca.
El padre de Chebarén los
recibió con agrado, elogió las virtudes de su hija y consintió a que se
realizara la boda.
Unos hombres fueron en
busca del novio, mientras las mujeres buscaron a la novia gritando:
‑¡Chebarén! ¡Chebarén! Tu
padre te llama para presentarte a Huaranca como tu futuro esposo.
Chebarén se presentó ante
su padre y, al ver a Huaranca recién llegado, se adelantó hacia él y le entregó
una piedra verde, símbolo de fidelidad, que los araucanos llamaban caru‑curá.
Luego la adivina empezó a
quemar raíces para alejar al diabio, pero vio que el humo ascendía en espirales
y no en línea recta, por lo que interpretó un mal presagio.
Esto no impidió que
Huaranca y Chebarén decidieran su boda después de tres lunas.
Llegó el día de la boda.
Festejaron con grandes comidas, danzas y cantos, que duraron hasta avanzada la
noche.
Cuando Chebarén y
Huaranca quisieron retirarse, toda la tribu danzó y cantó en su honor para
despedirlos.
Todavía no se habían
alejado cuando alcanzaron a escuchar una voz que salía del fondo de la laguna:
‑iHuaranca!... iHuaranca!... iHuaranca!...
Se detuvieron
horrorizados y se quedaron clavados al suelo por un instante, mientras la voz
continuaba llamando:
‑iHuaranca!...
¡Huaranca!... iHuaranca!...
Chebarén palideció de
miedo y Huaranca, mudo y hechizado, como obedeciendo a una fuerza superior,
comenzó a caminar lentamente hacia la laguna.
Un adivino explicó:
‑Esa voz poderosa que
llama a Huaranca es la luna, dueña de las aguas. Ella no ha aprobado la boda,
por eso descendió a la laguna y desde allí lo llama con voz humana, para
separarlo de Chebarén.
Cuando ya Huaranca estaba
por entrar en las aguas, la adivina invocó a los dioses para que viniesen en su
ayuda.
De pronto, Huaranca se
detuvo en la orilla; librado del hechizo, se dio vuelta y corrió hacia los
brazos de Chebarén.
Al día siguiente,
Chebarén se despertó oyendo la voz de Huaranca que le decía:
‑¡Adiós, Chebarén!...
¡Adiós, Chebarén!... Me voy para siempre... ¡Adiós!
Chebarén
salió corriendo y escuchó a la adivina que decía:
Se
ha contrariado el designio de la diosa y Huaranca sufrirá un castigo.
Chebarén
buscó a Huaranca pero no lo encontró. Sólo vio junto a la entrada de la
habitación un animalito verde y feo, que con la voz de Huaranca le volvió a
decir:
‑¡Adiós, Chebarén! ¡Me voy para siempre! ‑y dando saltos, se fue a la
laguna.
Chebarén
corrió al animal que seguía siltando sin detenerse hasta que se metió en la
laguna y desapareció.
Chebarén
comprendió que la dueña de las aguas los había castigado por desobedecer sus
designios y se quedó muy triste, llorando la pérdida de su amado.
Cuenta
la leyenda que así nació el sapo. Que croa de noche porque al ver reflejada en
el agua la imagen de la luna que lo mira desde el cielo, sigue pidiéndole
perdón para volver con su amada.
Argentina, Chile, Paraguay.
Fuente: María Luísa Miretti
15. Pescados,
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