Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 22 de julio de 2012

El girasol

Caía la tarde. La tribu de Guazú‑ti atribuía la belleza de la naturaleza que se contemplaba en ese escenario maravilloso de luz y color a la creencia de que el sol lucía sus mejores galas para recibir el alma de Miní, el último hijo del cacique nacido hacía tres lunas, que acababa de morir.
Lo habían depositado en una urna de barro. Hombres y mujeres, viejos y jóvenes, venían a celebrar la muerte del angelito, cuya alma, por no haberse contaminado con los males y vicios de la tierra, estaba destinada a ocupar un lugar privilegiado en el reinado del sol.
En la tierra dieron comienzo a la fiesta por este acontecimiento. La chicha corrió en abundancia y todos bailaron y cantaron. Toda la noche duró la celebración, alrededor de los fuegos que habían encendido junto a la cabaña donde descansaba el cuerpo del niño.
Guazú‑ti y su tembirecó Caranda‑í habían tenido varios hijos, pero morían antes de llegar al eichú, atacados por la misma dolencia que Miní. Los padres estaban desesperados.
La madre soñaba con tener una hija que la acompañara en sus tareas. Le gustaría llamarla Panambí, porque la imaginaba linda y alegre, yendo como las mariposas de flor en flor; le enseñaría a hilar y tejer el algodón, a labrar la tierra, fabricar esteras y tejer lindas chumbés.
El padre deseaba un hijo fuerte y valiente como sus antepasados, que lo acompañara en sus excursiones de caza, que manejara con destreza el arco y la flecha, que supiera construir una canoa, pescar los mejores peces y defender la tierra con valor.
Pero nada de esto sucedía, por lo que llegaron a pensar que los dioses estaban enojados con ellos.
Decidieron entonces ofrecerles sacrificios y ofrendas para el hijo que anhelaban. Toda la tribu participó del pedido. Y fueron escuchados.
Un eichú después, en un día brillante, nació una hermosa niña a la que llamaron Panambí. Los cuidados fueron abundantes para atender a la niña, que creció hermosa y lozana.
Todos se asombraban al oírla, porque tenía la capacidad de imitar el lenguaje de sus padres y de los niños que jugaban con ella. Una mañana, levantando sus ojos al cielo en dirección al sol, dijo:

‑Cuarajhí...

Se miraron sorprendidos creyendo haber oído mal, pero volvieron a escuchar:

‑Cuarajhí...

Desde ese momento, no dejó de reproducir el lenguaje de cuantos la rodeaban haciéndose entender a medias; sólo una palabra le salía perfecta:

‑Cuarajhí...

Pasó el tiempo y el invierno llegó con sus fríos intensos y vientos continuos, silbando entre las totoras y los juncos, encrespando las aguas del río y agitando las ramas de los zuiñandíes, aguaribais, chañares y piquillines.
Evitaron sacar a la niña y extremaron los cuidados para que no saliera de la choza donde vivía, pasando días y noches encerradas.
Pasó el invierno y llegó la ará‑ivotí con su aire tibio y perfume de flores.
Viendo que la niña crecía sana, siguieron manteniéndola encerrada para que no tuviera problemas. Mientras tanto, a su alrededor los niños correteaban por la pradera cortando frutos de mburucuyá, ñangapirí y chañar o recogiendo miel silvestre.
Así fueron pasando los años. Panambí creció y se convirtió en una indiecita hermosa, alta y delgada, con una vida muy quieta, siempre sentada en un rincón de la cabaña. Nunca tenía deseos de jugar o de reír.
Un día no quiso levantarse del lecho y quedó con la vista fija en la pared. Los padres se desesperaron al ver su decaimiento y temieron que los dioses se la quisieran llevar.
Guazú‑ti mandó llamar al hechicero para conjurar el mal que había atacado a su hija.

‑Tu hija se muere por el encierro. Ella te fue enviada por Cuarajhí, pero la privas de sus rayos, que para ella son vida y salud. Necesita aire, luz y sol. No hay medicina ni cuidados que la curen. Se muere porque le falta sol. Es el único que le puede devolver la salud perdida ‑dijo el hechicero después de varias ceremonias.

Guazú‑ti siguió sus consejos, la sacó afuera y la puso en una hamaca entre dos chañares cubiertos de flores amarillas.
En ese momento un rayo de sol se filtró por las ramas florecidas y llegó hasta el rostro de Panambí, para trasmitirle calor y energía. La felicidad volvió a reinar porque la niña recuperó su lozanía.
Distinto a lo que antes habían hecho, ahora la dejaban salir y andar. Ella siempre buscaba con sus ojos el disco de sol al que miraba sin pestañear, resistiendo como nadie su potencia y brillo enceguecedor. Clavaba en él la vista y en tono dulce y arrobado le decía:

‑Cuarajhí...

Casi no hablaba con el resto de la gente y, cuando el sol se escondía, ella volvía a la cabaña para salir recién al día siguiente cuando los primeros rayos empezaban a iluminar la tierra. Durante los días nublados, nadie conseguía que ella saliera de la choza.
Los jóvenes empezaron a pretenderla pero ella parecía no tener interés por ninguno.
Un día llegó a la cabaña Yasí‑ratá, otra jovencita amiga que había crecido con Panambí. La invitó a dar un paseo al bosque cercano para recoger frutos.
Para llegar a él debieron cruzar el río. Las dos iban con sus cestos bajo un sol esplendoroso, disfrutando su calor y sus rayos de luz.
Al llegar, las dos amigas acercaron la canoa a la costa y con cordeles hechos con fibras de hojas de caraguatá, la amarraron a uno de los árboles que crecían junto a la ribera.
Panambí, como las flores, caminaba buscando la caricia del sol y, al conseguirlo, su rostro resplandecía de felicidad. Cuando llenaron sus cestos regresaron.
Después de un rato de navegar, Yasí‑ratá sintió el ruido de una embarcación que se acercaba veloz.

‑Panambí, ¿conoces a los que vienen en esa canoa? ‑preguntó
Yasí‑ratá sin obtener respuesta.
‑iPanambí! ¡Escucha! ¿Conoces a los que vienen en esa canoa? ‑insistió,
‑No... no los conozco ‑contestó.

Al instante, dos apuestos muchachos estuvieron cerca.

‑¿Quién es el cacique dichoso que gobierna una tribu de mujeres tan hermosas? ‑preguntó uno de ellos.

Panambí, siempre absorta en sus pensamientos, no escuchó la pregunta, así que contestó Yasí‑ratá:

‑Somos de la tribu del cacique Guazú‑ti.
‑¿Quién es tu compañera ‑preguntó el joven, notando la hermosura y la indiferencia de la cuñataí.
‑Panambí es la hija del cacique.
‑¿Panambí es su nombre?
‑Así se llama.

Próximas a su toldería, las muchachas torcieron el rumbo de su canoa bajo la mirada atenta de los muchachos, que no perdieron de vista el lugar.
Varios días después Guazú‑ti se sorprendió por la llegada de dos emisarios del cacique Corocho, acérrimo enemigo de su pueblo. Mayor fue la sorpresa al enterarse de que venían en calidad de amigos con enormes obsequios en nombre de Pirayú, el hijo del cacique Corocho, quien deslumbrado por la belleza de Panambí deseaba hacerla su esposa.
Llamó a Panambí y le hizo conocer los deseos de Pirayú, pero ella contestó:

‑Yo no deseo casarme y menos con un enemigo de nuestro pueblo. No acepto, padre.

Los emisarios se fueron llevando esa respuesta. La ira dominó a Pirayú al conocerla y enceguecido, dejándose llevar por su carácter belicoso, convenció a su padre para que les declarara la guerra.
Una noche, cuando en la aldea todos descansaban, llegaron a la orilla canoas repletas de guerreros que desembarcaban dispuestos a pelear. Querían apoderarse de Panambí.
El oído siempre alerta de los hombres de Guazú‑ti descubrió a los intrusos y de inmediato se dieron a una lucha cruenta y feroz.
Guazú‑ti, conocedor de los fines de los invasores y con la idea de salvar a su pueblo de enemigos tan crueles, buscó a su hija y la convenció para que huyera. Le decía que estaba dispuesto a ayudarla, cuando una flecha penetró en su corazón.
En su último suspiro alcanzó a pronunciar:

‑Panambí... huye...

Panambí se abrazó al cuerpo de su padre con el firme propósito de cumplir con su voluntad. Con honda tristeza por la pérdida de su padre corrió desesperada. Cruzó montes y atravesó grandes llanuras, corrió sin cesar impulsada por una fuerza que le multiplicaba las energías a cada paso. No sentía cansancio ni hambre ni sed. Sólo deseaba alejarse más y más.
Enterado, Pirayú la siguió de cerca. Cuando la noche tocaba a su fin y por oriente un pequeño resplandor de oro anunciaba el amanecer, Panambí levantó los ojos al cielo, miró al astro que nunca la había abandonado y le pidió:

‑¡Socorro!

Un haz de luz deslumbrante envolvió a la joven y la hizo desaparecer. En su lugar quedó una planta de grandes y anchas hojas verdes y fuerte tallo, en cuyo extremo apareció una flor con el rostro vuelto hacia el sol.

Así nació el girasol, que, a pesar del tiempo transcurrido, continúa adorándolo y siguiéndolo en su paso por la tierra.

Argentina, Paraguay.

Guazú‑ti: gamo
Ará‑ivotí: primavera
Miní: chiquito
Cuñataí: doncella
Chicha: bebida fermentada
Yasí‑ratá: lucero
Tembirecó: esposa
Caraguatá: pita
Eichú: año
Mburucuyá: pasionaria
Chumbé: faja
Igá: canoa
Panambí: mariposa
Corocho: áspero
Cuarajhí: sol
Pirayú: pez (dorado)

Fuente: María Luísa Miretti

081. anonimo (sudamerica)




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