Había
una vez un zorro y una perdiz que eran amigos. Un día los dos se juntaron en el
camino y el zorro, que envidiaba el silbido de la perdiz, le pidió que le
enseñara a silbar. La perdiz le contestó:
‑Bueno,
te voy a enseñar a silbar, pero si no me comes.
‑Te
lo prometo, pero quiero silbar tal cual tú lo haces ‑le contestó el zorro.
‑Pero
si no me cazas.
‑¡Cómo
no!
‑Bueno.
Cuando yo era niña mi madre me cerró la boca y por eso puedo silbar. Si quieres
hacemos lo mismo. Te la cierro para que te salga mejor el silbido y te coso
bien los bordes de la boca ‑le dijo la perdiz.
‑Bueno
‑dijo el zorro.
La
perdiz con gran esmero le cosió la boca con un hilo bien fuerte. Le dejó apenas
un chiquito abierto al costado de la boca por donde salía un soplido.
‑Bueno,
puedes irte ‑le dijo el zorro.
‑Vete
tú primero, yo voy a seguir viaje, pero acuérdate de tu promesa de no comerme.
La
perdiz, que no le perdonaba los sustos que le había hecho pasar, se fue
despacito despacito, escondiéndose por un sendero.
El
zorro, entretenido, iba chiflando por el camino, hasta que la perdiz ¡de golpe!
se levantó volando y... ihuac! el zorro la quiso cazar, pero iuh! ¡ay! ¡ay!, se olvidó que tenía
la boca cosida y al abrirla se la rajó de oreja a oreja y se la rompió toda.
Desde
entonces el zorro tiene tan grande la boca.
Argentina, Chile, Uruguay.
Fuente: María Luísa Miretti
15. Pescados,
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