La Princesa Risueña sólo quería casarse con quien fuera capaz de hacerla
reír, así que ante Palacio había una fila de pretendientes para intentarlo,
pero todos se quedaban mudos ante ella y eran despedidos. También llegaron allí
dos hermanos que se tenían por listos, y el pequeño Juan el Bobo.
El primer hermano se sabía de memoria el diccionario, pero al ver a Risueña
no pudo decir nada. El segundo hacía bellas piruetas, pero se le enredaron los
pies y quedó paralizado.
Entonces llegó Juan el Bobo, de quien todos se reían. Entró en el salón
montado en una cabra loca, con una urraca muerta en la mano y los bolsillos
llenos de barro fino.
‑¡Fuera, insolente! ‑dijeron los ministros. ¿No te das cuenta de que esa
urraca huele mal, y que la cabra se come la alfombra? ¡La Princesa se va a
enfadar y con razón!
Pero no fue así. Juan daba vueltas al salón sobre la cabra, para que no
pudieran cojerle, y tiraba pellas de barro a la cara de los ministros. La
Princesa, al oír el jaleo, se asomó, y al ver la escena casi se parte de la
risa. Cuando se calmó, quiso casarse con Juan de inmediato.
‑¡No hay nadie tan divertido! ‑dijo. ¡Será a mi marido!
999. Anonimo,
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