Un hombre muy listo que vivía en la ciudad, estaba ya cansado de que un
tonto le tirase piedras todos los días, y no hacía más que pensar en cómo
evitar que lo hiciese más.
Hasta que una vez decidió escarmentarle y le dijo:
‑Mira amigo; a mí no me importa que me tires piedras, pero sé una cosa que
te conviene. No debes perder el tiempo conmigo. Si le tiras esta monedita al
Gobernador cuando pase, él te dará muchas más monedas, pues le gusta tanto que
le tiren cosas como a mí.
El tonto, que era tonto de remate, tomó la monedita, esperó a que el
Gobernador saliera de su Palacio y cuando le vio, le tiró la monedita a la
cara.
¡Cómo se sulfuró el Gobernador! Mandó que le dieran una buena tanda de
palos al tonto, que recibiéndolos, decía para sí:
‑¿Y éstas son las monedas que iba a recibir? Pues no le volveré a tirar
piedras a mi vecino, no sea que me devuelva piedras como montañas.
Y el tonto, a fuerza de palos, se reformó y dejó tranquilo a su vecino.
999. Anonimo,
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