Pulgarcito no había contado con el
hambre de los pajaritos, que se habían comido las miguitas de pan.
-¿Seré tonto? -se lamentó. ¿Por qué
no arrojaría piedras?
En fin, no tenía remedio y la noche
se echaba encima. Totalmente desorientados, no sabían qué hacer.
-Allí veo un árbol muy alto -dijo
Pulgarcito. Subiré a la copa y podré ver a lo lejos. Quizás haya alguna casa.
En efecto, tras encaramarse, divisó
a lo lejos una luz.
-¡Estamos salvados! -gritó.
Más contentos y menos asustados, se
pusieron en camino hacia el lugar donde Pulgarcito vio la luz. Al llegar a la
casa, llamaron a la puerta. Una mujer de aspecto bondadoso les miró con
estupor.
-¡Pero pequeños! ¿Cómo habéis
venido aquí? ¿No sabéis que ésta es la casa de un ogro que aborrece a los
niños?
-Señora, tenemos hambre y miedo, no
hemos comido en todo el día...
La mujer, apiadada, les dejó pasar.
-Os daré de cenar y os meteré
debajo de una cama. Pero no hagáis ruido, porque pronto volverá el ogro y si os
encontrase lo pasaríais muy mal.
999. Anonimo,
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