Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 23 de agosto de 2012

El traje del emperador


Erase un poderoso emperador bastan­te vanidoso y tan necio que necesitaba de las alabanzas de sus cortesanos y súb­ditos como del pan de cada día. En tal si­tuación, el emperador traía a su sastre por la calle de la amargura.
-Tienes que hacerme algo nuevo y ori­ginal que cause admiración -exigía.
El pobre sastre ya no sabía qué inven­tar. Suerte que los cortesanos alababan mucho todas sus creaciones. Contando con la hipócrita adulación de éstos, un día en el que ya no sabía que hacer, se pre­sentó ante el emperador con las manos vacías y dijo:
-¡Señor! Os traigo un traje de tela ri­quísima y especial que sólo pueden verlas personas realmente inteligentes. Y co­mo vos lo sois, decidme, ¿qué os pare­cen la tela, la hechura y el color?
El emperador, puesto en un aprieto, se mordió los labios. Pero como no quería pasar por falto de inteligencia, lo alabó. El sastre le vistió el inexistente traje en­tre admiraciones y el pobre soberano, al mirarse en el espejo, no vio más que su ropa interior. Aseguró, sin embargo, que el traje era maravilloso. Por fin, se deci­dió a presentarse ante sus súbditos que, fieles a su costumbre, alabaron exagera­damente el rico atavío de Su Majestad Im­perial. Y como era día de fiesta, el sobe­rano tuvo que encabezar el cortejo, ata­viado únicamente con su ropa interior.
Observó, al atravesar las calles, que las gentes reían con disimulo y le entró cier­to temor. Por último, al llegar al estrado donde se alzaba el sillón del trono, un pas­torcillo se rió sin el menor disimulo.
-¡Ven aquí y dime el motivo de tu ri­sa! -exigió el monarca.
El pastorcillo, franco y noble, descono­cedor de la hipocresía y la adulación, respondió:
-Me río, señor, porque estáis en ropa interior.
-Llevo un magnífico traje que sólo pueden apreciar las personas inteligentes -explicó él con dignidad.
Entonces se le ocurrió mirar a su pri­mer ministro y le vio enrojecer. Exigió bajo severo castigo que le dijesen la verdad y el alto cortesano aclaró que, en efecto, Su Majestad se encontraba en ropa interior.
Avergonzado de su vanidad, el monar­ca echó de su lado a los aduladores y du­rante el resto de sus días conservó a su lado, como consejero, al humilde pastor­cillo cuya virtud era decir la verdad, base de toda sabiduría.

999. Anonimo,

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