Con la esperanza de llegar pronto a
una playa y reunirse con su buen padre, Pinocho continuaba, bien que mal, su
travesía.
Y de pronto, lo que en un principio
creyó una ola gigantesca era una colosal ballena, que envió por los aires, tras
un impresionante topetazo, la frágil embarcación de Pinocho.
Pinocho se encontró en el agua, lo
mismo que Pepito Grillo, intentando desesperadamente mantenerse a flote. Pero
ocurrió algo con lo que no había contado: ¡la ballena se lo tragó, así como a
su conciencia!
El chico creía llegada su última
hora pero, para su sorpresa, se halló caminando a oscuras por una especie de
corredor, ya que la enorme ballena semejaba una montaña llena de cuevas y
recovecos. Al rato divisó una lejana luz y se dirigió hacia allí.
Cuando estuvo cerca de la luz,
descubrió a un hombre sentado sobre una tabla, que escribía a la luz de una
lamparilla sobre un barril. Levantó la cabeza y Pinocho gritó:
-¡Padre! ¡Querido padre! ¿A qué se
debe que estés aquí?
-¡Hijo mío! Me dispuse a recorrer
el mundo con idea de encontrarte y el buque en que viajaba naufragó. Me hundí
en el agua y entonces llegó esta enorme ballena y fui a parar a su interior.
Ahora te estaba escribiendo, por si nunca más volvía a verte.
Pinocho descubrió con asombro que,
en aquella cavidad, se encontraban los objetos más heterogéneos, todos los que,
a lo largo del tiempo, la ballena se había ido tragando.
Pero era feliz, como lo era su
padre por el, reencuentro. Los dos se abrazaron estrechamente.
999. Anonimo,
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