Erase un gallito presumido que todo
el día andaba pavoneándose por el corral, pues nadie podía hacerle la
competencia.
-¡Qué magnífica cresta la mía! -se
decía vanidoso, mirándose en el agua de la charca. ¡Qué color tan rojo! ¿Y qué
decir de mi suave plumaje? ¡No hay otro como yo!
Lo malo fue que quiso también
pavonearse ante el perrazo que guardaba la granja y éste, que tenía malas
pulgas, le arrancó de un mordisco más de una docena de plumas.
Entonces las gallinas se rieron de
él y ya no volvieron a hacerle caso. Sólo entonces reparó el presumido en una
pollita coja, la única que seguía siéndole fiel. Y el corazón del gallito
solitario sintió el calor de aquel afecto y lo devolvió con creces.
Y la pollita, sensatamente, solía
decirle:
-iKikiriki...! Vales ahora cien
veces más que antes...
999. Anonimo
No hay comentarios:
Publicar un comentario