Nunca nadie se había atrevido a ir
en busca del Caballo de Fuego que vagaba por las praderas de la Luna , pero el emir, instigado
por el lorito, prometió como recompensa, al que lograra apoderarse de él, la
mano de la primera princesa que llegara a la ciudad.
La recompensa era vaga, pero
atractiva y un joven romántico y apuesto se brindó a ir en su busca. Como
además era prudente, esperó a que la Luna estuviera oculta y apareció en la
pradera. En un descuido del caballo lo montó. Luego, espoleándolo, se lanzó por
los aires. Recorría los más fabulosos países y anunciaba las maravillas de su
ciudad.
Al pasar lentamente sobre un
hermoso palacio real, la princesa asomada a la ventana, dijo:
-Padre, quiero poseer ese caballo.
En realidad, apenas se había fijado
en él, pero sí en el jinete.
El padre, que veía por los ojos de
su hija, ordenó que una poderosa flota siguiera al caballo a través de los
mares. Naturalmente, él y su hija figuraban entre los expedicionarios. Así
llegaron a la ciudad de Hassam y el joven y valiente caballero pudo casarse con
la princesa, y el pueblo entero saciar su apetito con el contenido de las
bodegas de los barcos.
El emir se fió siempre de los
consejos de su lorito, pues, del mundo entero llegaban visitantes que se
maravillaban de lo que veían y llevaban mercancías para cambiarlas por oro y
perlas.
En cuanto a la princesa y a su
caballero debemos contar que fueron felices.
999. Anonimo
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