Los tres amigos vagaron juntos
durante bastantes horas y al anochecer, muy cansados divisaron un castillo.
Llamaron, pero nadie respondió. Y como la puerta estaba abierta decidieron
pasar allí la noche.
Los tres se durmieron como troncos
y no supieron que estaban siendo observados por el gnomo del castillo, que se
reía para sí, diciendo:
-No saben éstos lo que les
aguarda...
A la mañana siguiente, despertaron
con hambre de lobos.
-Iré a ver si encuentro caza -dijo
Juan.
Y se fue en solitario. Pero el
gnomo no le perdía de vista y lanzó dos jabalíes contra él. No sabía de lo que
Juan era capaz; tras darles un par de contundentes golpes, se los echó al
hombro y llegó al castillo tan campante. Sus compañeros se pusieron muy
contentos.
Después de comer, Juan y
Romperrocas se fueron a conocer los alrededores y Tuercepinos se quedó solo.
Entonces apareció el gnomo y dijo:
-Dame parte de tu comida, grandón.
-Vete de aquí y no molestes, enano.
Entonces el duendecillo, que tenía
poderes mágicos, le propinó una descomunal paliza.
Avergonzado, cuando regresaron sus
compañeros, nada dijo.
Al día siguiente, Juan se marchó
con Tuercepinos y Romperrocas se quedó tocando la flauta. Inmediatamente se
apareció el gnomo.
-Déjame tocar tu flauta, grandón.
-Vete de aquí, hombrecillo.
-¿Conque sí?
Y el gnomo, con sus poderes
mágicos, propinó otra descomunal paliza a Romperrocas. Por vergüenza, éste no
dijo nada a sus compañeros cuando regresaron.
999. Anonimo
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