Era un vagabundo tan bueno, de corazón tan blando, que no era capaz de matar ni a las pulgas que le
picaban.
‑¡Te comerán las pulgas! ‑le decían‑.
¡Eres tonto!
‑¡También ellas tienen que vivir! ‑contestaba‑.
¡Pobrecillas!
Hasta que una pulga les dijo a las demás:
‑¿Habéis visto un hombre mejor?
Deberíamos hacer algo por él.
‑¿Para qué? ‑dijo otra‑.
Total, nunca nos molesta.
‑Pues por eso mismo ‑repuso la primera‑.
Un día puede cansarse y echarnos a todas.
Más vale que le ayudemos ahora.
Subieron todas al bigote del vagabundo y le propusieron:
‑Formemos una sociedad.
Nadie sabe lo listas que somos. Sabemos desfilar, cantar y hacer
acrobacias. Si quieres, actuaremos ante la gente. Tú harás como que nos has
enseñado nuestro, papel, y te harás rico como amaestrador de pulgas. A cambio,
nos darás de comer todos los días, como siempre.
El vagabundo aceptó, pero puso una condición:
‑Compraré una piel de oveja y viviréis en ella.
Se hizo rico y famoso, ¡qué listo!, y no le volvió a picar las pulgas.
999. Anonimo
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