Andando andando, la sirena y el
niño llegaron a una preciosa sala, donde, en un trono, descansaba un anciano de
barbas y cabellos blancos.
-¿Quién es este niño y qué hace
aquí? -preguntó, dirigiéndose a su hija Solymar.
La princesa le contó cómo le había
encontrado en la playa, rodeado de juguetes y pensó que a todos les agradaría
tener un niño de la tierra que les hiciera partícipes de su infantil alegría.
El rey sonrió complacido y ordenó
que le diesen al pequeño todo cuanto pudiera necesitar.
El pequeño comió con apetito y
luego, como se había quedado solo, llevado de la curiosidad, se internó por
unos pasadizos. Y llegó a un palacete rosado adornado de conchas y perlas.
Entró sigilosamente y un individuo fornido y amenazador surgió ante él.
-¿Qué haces aquí?
-Soy un niño de la tierra, invitado
por la princesa Solymar.
-¡Insensato! ¡Vete! Otros niños
holgazanes como tú llegaron hasta aquí y ahora tienen que trabajar cuatro años
seguidos, como castigo, antes de ser perdonados.
El niño se apresuró a huir y muy
pronto tropezó con la princesa, que le andaba buscando.
-¿Dónde estabas? -le preguntó.
Para disculparse, el niño no se le
ocurrió más que mentir y dijo:
-He tropezado con un dragón de ojos
enormes, alas de murciélago y muchas patas.
Y entonces, el dragón así descrito,
se hizo realidad.
999. Anonimo
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