Damián, el gaucho, era un buen
hombre cuando estaba tranquilo. Y la gente le apreciaba y sabía que era bueno.
Pero en sus arrebatos de cólera, la pampa entera le temía. Su caballo tan
pronto recibía tiernas caricias como recios palos, según el humor de su
irascible amo.
Una tarde en que el gaucho
cabalgaba hacia una lejana estancia, una perdiz salió volando de entre las
patas de su caballo, espantándolo.
El irascible gaucho, para
dominarlo, le propinó tal paliza que el animal, resoplando de dolor, cayó sobre
la hierba. Entonces, Damián sacó su pistola para rematar al noble animal.
Apretó el gatillo, pero la bala, encasquillada, no salió. En seguida el
colérico arrojó violentamente el arma al suelo y entonces sí, se disparó, alcanzándole en el pecho.
Durante algún tiempo, el colérico
gaucho estuvo en el lecho, entre la vida y la muerte. Sin duda tuvo tiempo de
sobra para meditar sobre su genio, pues, cuando recobró la salud, nadie le
volvió a ver colérico.
999. Anonimo
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