A orillas de un lago vivía un
matrimonio con su hijo pequeño llamado Juan. Era un niño que sorprendía por la
fuerza de sus manitas.
Un día, cuando la madre estaba
lavando en el río, llegaron unos bandidos, cayeron sobre la madre y el pequeño
y se los llevaron a su guarida.
-Os hemos traído -dijo el jefe de
los facinerosos a la mujer-, para que tú nos sirvas de cocinera y tu hijo de
sirviente.
A pesar de vivir encerrados en una
cueva subterránea, Juan crecía robusto y llegó a ser un mocetón de fuerza
extraordinaria. Confiado en sus facultades, el muchacho preguntó al jefe de los
ladrones:
-¿Cuándo podremos volver a nuestra
casa?
-¡Nunca! Tu madre es una buena
cocinera y la necesitamos.
Viendo a su madre, cansada,
envejecida, Juan un día se lanzó contra la pandilla y torta aquí, cabezazo
allá, acabó dejándolos a todos fuera de combate.
Rápidamente tomó a su asustada
madre, recogió parte del botín de los facinerosos y dijo:
-¡Corramos antes de que vuelvan en
sí!
Llegaron a la cabaña del lago y
encontraron que su padre había envejecido mucho a causa de la desaparición de
su mujer y su hijo. Pero, al verles, fue tanta su alegría que pareció
rejuvenecer.
999. Anonimo
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