Carlos y Joaquín eran muy
aficionados al circo pero, muy especialmente, se divertían con los payasos.
Por la ciudad pasaban unos circos y
otros, pero los payasos tenían especial amor por los pequeños. Y los niños
sabían entenderlos.
Había llegado un nuevo e importante
circo. Los dos amigos, Carlos y Joaquín, se acomodaron en sus localidades.
Cuando salió el payaso, comenzaron a aplaudir. Pero muy pronto, algo que no
podían explicar, fue borrando la sonrisa de sus labios.
-No tiene la burlona ternura propia
de un payaso -susurró Carlos.
Poco después, los dos se hallaban
convencidos de que encerraba un misterio. Por eso, se levantaron y salieron de
la carpa, yendo a husmear entre los carromatos. En el que anunciaba a CHOLO,
que era el payaso, no había nadie. Joaquín introdujo sus naricillas y vio unos
pies saliendo bajo la cama. Tiraron de aquellos pies. Salió un payaso
amordazado y atado todo él con cuerdas.
Carlos hizo intención de inclinarse
a desatarlo y Joaquín tiró de él. En una loca carrera, fueron al lugar donde
estaban las taquillas, justo a tiempo de detener al ladrón que, amenazando a la
cajera, aprovechaba para llevarse la recaudación, mientras bajo la carpa
proseguía el espectáculo.
A los gritos de los niños, llegó el
guardián y pudo detenerse al ladrón. No era otro que el falso payaso que no
supo alegrar a los niños.
999. Anonimo
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