Un campesino pensó llegar más
pronto a la ciudad atravesando los montes para acortar camino, pues eran los
tiempos en que había que viajar a pie, a lomos de caballo o en diligencia.
El hombre, que no conocía muy bien
la región, se perdió. Intentó salir del laberinto de montañas rocosas y se
internó aún más en un paraje inhóspito.
Dos días llevaba perdido en una
inmensa soledad, cuando se le ocurrió gritar, aunque sin la menor esperanza de
ser oído.
Pero se equivocaba. Un jinete
lejano le oyó, porque su voz, al chocar contra las paredes lisas de las
montañas, era repelida con fuerza tremenda. Guiándose por el eco, como hubiera
podido guiarse por el tam-tam de un tambor, el jinete pudo llegar hasta el
viajero y conducirlo sano y salvo hasta el camino más corto que le llevó a la
ciudad.
999. Anonimo
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