-También yo he sido niño -dijo el
abuelo al nieto- y tan aficionado cómo tú a los relatos de aventuras
maravillosas. Pero fuí más afortunado que tú: viví una de esas aventuras... ¿Te
asombras? Pues aún ha de ser tu asombro mucho mayor cuando te cuente todo lo
que vi y oí... Escucha: yo vivia con mis padres en las afueras de la ciudad, en
una finca que tenía un gran jardín y un pequeño bosque de pinos. Mi mayor
afición era cazar
mariposas, destruir hormigueros, matar orugas, perseguir abejorros y exterminar toda clase
de animalillos.
Aquel jardín era campo de mis
fechorías; pero, sin saberlo, yo hacía una buena obra, pues el insecto es
peorenemigo de la
planta. Incluso los más hermosos y delicados, como las mariposas,
son una pesadilla para el jardinero -y más aún para el agricultor-, pues de
éllas nacen las viles orugas que desde el primer día de su vida hasta que se
convierten a su vez en mariposas no hacen otra cosa que destruir y devorar.
Y no hablemos de las hormiguitas, tan
simpáticas y laboriosas, pero también tan temibles. Ellas son las que transportan
el mortifero pulgón a los tallos más tiernos para que chupe su juego hasta secarlo;
ellas las que excavan sus redes de galerías en torno a las raices, condenando a
muerte a plantas y árboles.
Pues bien, una noche de verano, tan
calurosa que no me era posible dormir, salté de la cama, salí al balcón en
busca de un poco de fresco y vi el jardín envuelto en sombras. Nunca lo había
visto a aquella hora. Me parecía un mundo nuevo. Todo estaba en calma, pero se
oían ruidos vagos, latidos misteriosos, como si el jardín estuviera animado de
una vida sobrenatural.
Me sentí atraído por el misterio y
bajé al jardín. Fue una excelente idea, porque había allí una frescura
deliciosa. Mis pasos sin rumbo me llevaron a la glorieta, especie de plazuela,
a la que el jardinero dedicaba sus mejores cuidados y que era como una
exposición de flores.
Me senté en un banco y entonces
empezó la incríble aventura. A mis espaldas resonó un vozarrón…
-iQué miedo! -exclamó el niño.
-Ninguno -replicó el abuelo. La
voz era potente y gruesa, pero amable. Me volví y no vi a nadie; pero sí un un
girasol cuyo tallo fué haciéndose más grueso hasta convertirse en cuerpo de
hombre, cuyas hojas fueron cambiando de forma hasta adquirir la de unos brazos,
y cuya flor acabó por ser una cabeza humana.
-¿Y no te asustaste, abuelo?
-No. Tampoco te habrias asustado
tú. El misterioso ser era un mocetón robusto, de aspecto simpático, vestido con
una túnica amarilla como el oro, y con una corona verde, de tallos y hojas, en
la que las gotás de rocio parecian diminutás perlas.
Mirándole estaba, sin temor, pero
con asombro, cuándo oí que me decía:
-Tenía ganas de verte a estas
horas.Todos lo estamos deseando para poder darte las gracias por el bien que
nos haces persiguiendo a nuestros enemigos.
-¿Quiénes sois "todos"? -le
prequnté.
-Todos los seres del mundo de las
flores, un mundo desconocido para el hombre y que tú vas a conocer. A altas
horas de la noche, cuando todo duerme, nuestro reino cobra vida. Vas a verlo.
Y dirigiéndose a un rosal, besó la
rosa más bella y arrogante, y, en un instante se conviertió en una hermosa
joven, espléndidamente vestida y enjoyada,
Era la esposa del girasol, según me
dijo al presentármela, y los dos, reves del jardín.
La real pareja dió la vuelta a la
glorieta, tocando plantas y flores que inmediatamente se convertían en seres
animados. Las campanillas corre-teaban, resonando alegremente como si fueran de
cristal; las margaritas eran también muy juguetonas; los claveles tenian un
aire de presunción; los lirios y azucenas se cogían del brazo; los nardos galanteaban
a las camelias; los pensamientos marchaban graves y taciturnos, y toda aquella
prodigiosa y variada sociedad, obedeciendo una orden del rey-girasol, vino a
saludarme y reverenciarme.
Robustos geranios de la guardia
real formaron una litera con ramas de mimosa y laurel, me acomodaron en ella y me
pasearon por el jardin, seguido por los reyes y por todas las flores de la
glorieta.
A nuestro paso, otros muchos
habitantes del reino de las plantas se iban sumando al cortejo, y cuando
llegamos al pinar, se unieron a la comitiva las rojas amapolas, las flores
amarillas de la retama y toda clase de florecillas silvestres.
No había luna, pero los vestidos de
coloresde aquella alegre y vistosa multitud resplandecían de tal modo que
parecían farolillos de verbena y todo el bosque estaba espléndidamente
iluminado.
Volvimos a la glorieta y cuando se
estaba organizando en mi honor un concierto de campanillas y las parejas de
lirios y azucenas se disponían a danzar, se oyó el canto de un gallo.
Hubo un gran revuelo entre las flores.
Todas volvieron a sus puestos y quedaron inmóviles después de recobrar su aspecto
natural. Sólo el rey-girasol se detuvo un momento para explicarme que aquel canto
anunciaba la aurora y que si la luz del día le sorprendía en actividad,
perderian la virtud de transformarse durante la noche.
-Y entonces despertaste -dijo el
nieto cuando el abuelo hubo llegado a este punto del relato.
-¡Pero si no estaba dormido!
-Entonces, ¿no fué un sueño? -preguntó
el niño, asombrado.
-No lo fué.
-¿Volviste al jardín a la noche siguiente?
-A la noche siguiente no, porque ni
mis padres ni yo estábamos en casa. Fuimos a visitar a mis abuelos, que
vera-neaban a
la orilla del mar. Con ellos pasamos tres o cuatro días y, tan pronto como
regresamos, repetí mi visita nocturna al jardin.
¡Que sorpresa cuando volví a ver al
rey-girasol! Ya no era un mocetón robusto, sino un viejecito encorvado. Y la
reina habia muerto ya de vejez; se había deshojado aquella mañana y el viento había
dispersado sus cenizas.
El rey me recordó que la vida de
las flores dura sólo unos días y me explicó que él había nombrado ya heredero a
un girasol joven, pero que los arrogantes claveles querían que el nuevo rey
fuera elegido entre ellos y se disponían a apoderarse de la corona por la
fuerza.
Y como el atague se esperaba de un
momento a otro, el viejo rey empezó a desplegar sus ejércitos y a tomar
posiciones para la batalla.
Las campanillas, distribuídas por
los arbustos y otros puntos dominantes, vigilaban todos los caminos que conducían
a la glorieta. Las
entradas estaban cubiertas por fuerzas de choque: borrajas y otros hierbajos
espinosos.
Las camelias y las margaritas
formaban el cuerpo sanitario y en sus blancos vestidos de enfermera se veian cruces
rojas hechas con pétalos de amapolas.
Las rosas, tan femeninas y delicadas,
no participarían en el combate; pero afilaban sus espinas y las prestaban a los
soldados.
De pronto, empezaron a sonar las
campanillas. Era la señal de que el enemigo se acercaba. En efecto, vi a las tropas
rebeldes que avanzaban por una de las avenidas. Era un ejército poderoso, con aguerridas
formaciones de cactos.
Seguía a estos batallones de vanguardia
el jefe y aspirante al trono -un magnífico clavel reventón-, que avanzaba
orgullosa-mente al frentede centenares de guerreros de su misma especie y de
otras muchas clases de flores que vivían dispersas por el jardin y envidiaban a
las de la glorieta, tan mimadas por el jardinero y admiradas por todos.
Los dos bandos utilizaban como fuerza
aérea los vilanos que sirven a algunas plantas para que el viento disperse sus
semillas. Veía a los aviones enemigos formando escuadrillas sobre el ejército que
avanzaba, y a los del rey-girasol remontarse desde la glorieta cargados de púas
de plantas silvestres y de duras y gruesas semillas.
El choque no se hizo esperar. Fué
espantoso. En pocos minutos las entradas de la glorieta quedaron cubiertas de flores
heridas y tallos mutilados. Sangraban los geranios, pétalos de todos los colores
y especies alfombraban el campo de batalla, fornidos cactos se arrastraban
heridos o yacian inmóviles. El bombardeo de los vilanos era incesante.
Se vió claramente que la victoria sería
para los atacantes, cuyas fuerzas de asalto habian roto las lineas de los defensores
de la glorieta.
Así lo comprendió el viéjo rey-girasol,
que avanzó hacia el enemigo con el propósito de morir matando. Pero el clavel
reventón abriéndose paso entre sus guerreros, llegó ante su rival y dio la
orden de alto el fuego.
Ceso la lucha y el viejo girasol y
el joven clavel quedaron frente a frente.
-Dame esa corona -dijo el aspirante
al trono- y respetaré tu vida.
-Mi vida -repuso el anciano
monarca- importa muy poco. Si quieres mi corona, me la habrás de quitar.
-Te la quitaré.
Los dos estaban armados de largas
puntas de hojas de pita, afiladas y resistentes como lanzas de acero.
El duelo empezó en seguida. El
anciano peleó con bravura; pero no pudo impedir que el clavel, imponiéndose con
su juventud y su vigor, lo atravesara con su lanza.
Muerto su rey, el ejército de la
glorieta rindió las armas, y cuando todo parecía terminado, el clavel
victorioso, dueño ya de la corona, decidió elegir esposa y reina.
Sus consejeros trataban de
disuadirle.
-Mira esas nubes -le diieron señalando
las cumbres de las montañas. La tormenta puede deslucir la ceremonia. Deja la
boda para mejor ocasión.
En efectó, nubes tempestuosas coronaban
las montañas y avanzaban hacia nosotros.
Pero el nuevo rey se empeñó en elegir
esposa inmediatamente y, dirigiéndosé a una hermosa flor de lis que era el orgullo
de la glorieta, le ofreció su brazo.
Ella vaciló, dando a entender que
su deseo habría sido desdeñar al clavel soberano; pero el respeto y el temor se
lo impedían
En este momento, un apuesto nenúfar
saltó al suelo desde la pequeña fuente que había en el centro de la glorieta, e
interponiéndose entre la flor de lis y el clavel, dijo a éste:
-Es mi prometida.
-¿Cómo te atreves...? Podria
ordenar que te mataran ahora mismo, pero prefiero hacerlo por mi propia mano y
luchando como un caballero. ¡Defién-dete!
Y la glorieta fué escenario de un
segundo duelo, en el que el nenúfar combatió tan fieramente, enardecido por su
amor, que derribó al clavel de una certera estocada en el cáliz.
En el bando del vencido cundió el
desconcierto, lo cual fue aprovechado por el ejército de la glorieta para coronar
al joven girasol, que éra el sucesor legítimo del viejo rey, y caer de nuevo sobre
el enemigo.
Esta segunda batalla fué aún más sangrienta
que la anterior. Sensitivas
y pasionarias se desmayaban a la vista de tanta sangre y algunos narcisos huyeron
temblando como damiselas.
De pronto un relámpago iluminó el
jardín y un trueno hizo temblar la tierra. Empezó a llover y la lluvia se convirtió en
seguida en granizo. Y la granizada completó los efectos de la guerra, pues los
granos de hielo caían con más fuerza que los proyectiles que arrojaban las
escuadrillas de vilanos y destrozaban las flores que habían salido con vida de la
batalla.
Sólo algunas, muy pocas, pudieron
librarse de la matanza refugiándole bajo los árboles y entre las enredaderas.
Esto último lo vi mientras corría
hacia la casa huyendo del granizo y del peligro de que mis padres despertaran y
me sorprendieran.
Al dia siguiente, apenas me levanté,
bajé al jardin.
En la glorieta trabajaba el jardinero.
Vi las flores que se habían salvado de la triple catástrofe -dos batallas y una
granizada- y me alegré al comprobar que el nuevo rey-girasol figuraba entre los
supervivientes
El jardinero estaba muy disgustado.
-¿Has visto los destrozos que ha
hecho el granizo? -me preguntó
-Sí -contesté.
Y mirando los restos de flores que
cubrían la glorieta, pensé:
'' ¡Si supieras que cuando empezó a
granizar ya había caído la mayoría de estos héroes luchando!"
Y volví a casa, escribí el cuento y
lo envié a una revista infantil...; pues todo lo que te he contado es lo que imaginé
sentado en la glorieta aquélla noche en que el calor no me dejaba dormir.
-Tú has dicho que lo viviste -recordó
el nieto.
-Lo viví con la imaginación, y de tal
modo, que conseguí darle vida al escribirlo. Por eso lo publicaron y me
felicitaron.
999. Anonimo
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