11. Cuento popular
Era el día de la fiesta
de San Nicodemos en el convento de monjas de un pueblo. Y la hermana madre les
mandó a las monjas que hicieran la limpieza con mucho cuidao porque era la
fiesta de San Nicodemos y que todo tenía que estar mucho limpio, mucho limpio.
Y las monjitas limpiaron
todo con mucho cuidao. Limpiaron los altares de la capilla, puertas y ventanas,
paredes y todo. Y ya llegaron a la imagen del santo que estaba llena de mojo y
porquería de moscas. Y empezaron a limpiarla. Pero no podían quitarle toda la
porquería. Y ya dijo una de las monjitas:
-Tenemos que meterla en
agua pa que se remoje y después se limpia.
Y así lo hicieron. Fueron
y anduvieron haciendo otras limpiezas. A San Nicodemos lo llevaron y lo
pusieron de cabeza en la pila de agua bendita pa que se remojara un rato.
A poco volvieron por San
Nicodemos pa limpiarlo, pero al levantarlo de la pila de agua bendita, se le
deshizo la cabeza. Lo sacaron sin cabeza. La cabeza del santo se había quedao
despedazada en el agua bendita. Y esclamaron las monjitas:
-¡Ay, Dios mío! ¡Qué
desgracia! ¿Qué vamos a hacer ahora?
Y a las voces y gritos de
las monjitas llegó la madre y les preguntó qué pasaba. Y ellas le dijeron:
-¡Ay, madre, que verá
usté lo que ha pasao! Que pusimos a San Nicodemos en la pila de agua bendita pa
que se remojara un rato y limpiarle la porquería después, y al volver, hemos
encontrao que la cabeza estaba deshecha en el agua. Y ahora San Nicodemos y a
no tiene cabeza. ¡Ay, Dios mío! ¿Qué vamos a hacer?
Y ya la madre lo estuvo
pensando y dijo:
-No hay que apurarnos. Se
le hace otra cabeza a San Nicodemos. Lo llevaremos al carpintero que le haga
una cabeza nueva y que se la ponga pa mañana.
Bueno, conque llevaron a
San Nicodemos al carpintero del pueblo a que le pusiera una cabeza nueva. Y el
carpintero dijo que estaba bien, que estaba muy ocupao, pero que ya que era
otro día la fiesta de San Nicodemos, no había más remedio que hacerle la cabeza
en seguida. Y le dijo a la hermana que pa la tarde lo llevaría él mismo al
convento ya bien compuesto, con una cabeza nueva y mucho bonita.
Conque las monjitas se
fueron muy contentas pa su convento y se quedó el carpintero haciendo la cabeza
del santo. Y la acabó y se la puso al santo y metió la imagen en un cajón
grande y lo cerró. Y se fué entonces a comprar unas cosas que le hacían falta
pa volver a llevar el santo al convento por la tarde.
Y la mujer del carpintero
tenía un enreíllo con un hombre del pueblo. Y luego que vido salir al carpintero,
se metió a ver a la carpintero. Y ai estaban los dos en un cuarto cuando oyeron
que alguien entraba. Y era que a la mujer se le había olvidao cerrar la puerta
y ya el carpintero volvía pa llevar a San Nicodemos al convento. Y dijo el
hombre:
-Pues ése debe ser tu
marido. ¿Qué hago pa que no me mate?
-Ven aquí -le dijo la
carpintera-. Aquí en este cajón te escondes.
Y abrió el cajón y vido
que estaba en él la estatua de San Nicodemos. Y la sacó mucho aprisa y metió al
hombre y cerró el cajón como estaba. Y la estatua de San Nicodemos la metió en
otro cuarto. Y entonces se fué ella para otra habitación a aguardar a su marido.
Pero el carpintero no
entró a las otras habitaciones. Como ya era tarde, se fué derecho ande había
dejao a San Nicodemos y cargó con el cajón y dijo:
-Pobres monjitas; ya
estarán con pena que no voy a llevarles a San Nicodemos. Pero ya llegaré en
unos momentos.
Y aquél iba muy tieso
dentro sin decir palabra.
-Y pesadito que está
Nicodemos -decía el carpintero por el camino.
Y llegó al convento y
salieron las monjitas a recibirle. Y como él tenía mucha prisa, les dijo:
-Aquí tienen ustedes a
San Nicodemos muy bien arreglao. Ustedes perdonen que no lo haya traído antes.
Ya está muy bien. Adiós.
Y las monjitas fueron en
seguida a decirle a la hermana madre que ya había el carpintero venido con San
Nicodemos. Y bajó la madre mucho contenta y dijo:
-Gracias a Dios que nos
lo han arreglao, que no sé qué hubiéra-mos hecho sin San Nicodemos mañana que
es el día de su fiesta.
Y fueron a ver al santo y
quitaron la tapa del cajón. Y al ver al hombre allí tan tieso, decían las
monjitas:
-¡Ay, pero y qué bonito
que está! ¡Si está más bonito que antes! ¡Qué precioso va a estar San Nicodemos
el día de su fiesta! ¡Ay, qué bonito!
Y ya les dijo la madre
que lo llevaran al altar pa sacarlo. Y aquél, que estaba oyendo todo, no sabía
qué hacer. Pero no se movía. Allí estaba tan tieso como antes.
Y cargaron las hermanas
con el cajón pa llevarlo al altar.
-Mucho cuidao, hijas mías
-les decía la madre. Miren ustedes que ya mañana es la fiesta y todo tiene que
estar muy bien.
Y ya cuando lo iban a
sacar, se acercó una monjita a ver al santo y vido que tenía unos bigotes muy
largos y dijo:
-Pero y ese corrico, ¿pa
qué se lo puso el carpintero?
-Es verdá -dijo la madre.
Ese corrico no hacía falta. Pero ya lo arreglaremos.
Y le dijo a una de las
monjitas:
-Vaya, hermana, a traer
un cepillo y agua caliente. Ya verán como le quitamos ese corrico en un
momento y ya está todo arreglao.
Y a poco volvió la
monjita con el agua caliente y un cepillo. Y lo cogió la madre y lo metió en el
agua caliente y fué a cepillarle el corrico a San Nicodemos. Y a la primer
cepillada, dió San Nicodemos un salto y se salió del cajón y echó a correr por
la calle abajo. Y las monjitas todas salieron corriendo tras él, exclamando:
-¡Ay, San Nicodemos! ¡Ay,
San Nicodemos! ¡Que venga usté! ¡Que vuelva usté! ¡Ay, San Nicodemos, que así
con ese corrico también le queremos!
Fuente:
Aurelio M Espinosa
003. España
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