Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 15 de octubre de 2012

Los consejos de un padre

18. Cuento popular

Era un padre y tenía sólo un hijo, y al morir le dió tres consejos:
-Primero, criao gallego, no lo cojas; segundo, desa en mis montes, no la pongas; tercero, secreto a mujer, nunca.
Y murió el padre y el hijo decía:
-Hay que ver los consejos que me dió mi padre. ¿Pa qué me daría esos consejos?
Así pensaba y por fin dijo:
-Yo voy a poner una desa en mis tierras, que pa algo han de servirme.
Y fué y puso una desa en sus tierras. Y luego tuvo necesidá de un criao y lo buscó por todas partes sin poder encontrarlo. Y ya se le presentó un criao ga­llego y dijo:
-Éste es gallego mi padre me aconsejó que no cogiera criao gallego, pero como no encuentro otro, tengo de cogerlo. Y cogió al criao gallego en su casa.
Y a poco tiempo se casó. Y ya que llevaba un año de matrimonio, dijo:
-Voy a hacer una esperimentación en mi mujer. Voy a ver si puede guardar un secreto.
Y había un pobre limosnero en el pueblo y le llamó y le dijo:
-¿Quiere usté meterse en mi bodega por unos días? Chorizo y vino y pan allí no le faltarán. Y el limosnero dijo que estaba mu bien y se metió en la bodega.
Y fué entonces el hombre y llegó a su casa hacién­dose el triste, y salió su mujer a recibirle y le dijo:
-Oye, tú, ¿qué te pasa? ¿Por qué vienes tan triste?
Y ya le dijo él:
-Pues mira, que te lo voy a decir. ¿Sabes aquel mendigo? Pues venía pidiendo por ai cuando yo an­daba cazando, y le tiré un tiro sin saber quién era y le maté. ¡Por Dios, que me guardarás el secreto! No se lo vayas a decir a nadie.
Y ya le preguntó ella:
-¿Dónde está?
-Pues mira, que lo he enterrao allá en los casca­jos de nuestra tierra grande. ¡Por Dios, que no se los vayas decir a nadie! ¡Ay, si lo llega a saber la gente!
Y un día cuando se fué el hombre de la casa, llegó la peinadora a su casa y como vió a la mujer un poco triste, le dice:
-Pero, mujer, ¿qué te pasa? Y le contesta ella:
-Nada.
-Entonces, ¿por qué pones esa cara, mujer?
-No; que no me pasa nada.
-Sí; algo te pasa. Y yo, que soy tu mejor amiga, ¿cómo no me lo d:ces?
Y la mujer le dijo:
-¡Ay, hija mía, sí! No se lo vayas a decir a nadie. Mira, que sólo a ti te lo digo. ¿Te acuerdas del limos­nero aquel que pasaba por aquí pidiendo limosna? 
-Sí.
-Güeno, pues le ha matao mi marido y le ha ente­rrao en nuestra tierra grande, en la desa.
-¡Jesús! Pero, ¿y cómo ha hecho tu marido eso?
-Pues mira, que impensadamente le ha tirao un tiro y le ha matao. ¡Ay, que no se lo vayas a decir a nadie!
Y ya re fué la peinadora, y al llegar a casa de su vecina, le dice:
-Oye, tú, ¿sabes lo que ha pasao?
-¿Qué?
-Que el vecino ha matao a un pobre limosnero y le ha enterrao en la desa. Me lo ha dicho su mujer. Pero yo la prometí no decírselo a nadie. ¡Ay, que no se lo vayas a decir a nadie!
Y esta vecina fué otro día a casa de una vecina suya y le dice:
-¿Sabes lo que ocurre?
-¿Qué?
-Pues anda, que el vecino ha matao a un pobre limosnero y le ha enterrao en su desa.
-¡Jesús! ¿Cuándo ha pasao eso?
-Pues el otro día. Me lo ha dicho la peinadora, que la mujer se lo contó a ella. ¡Ay, que no se lo vayas a decir a nadie!
Y así una se lo decía a otra, hasta que lo llegó a saber todo el pueblo.
Cuando una mañana llegó la justicia a su casa:
-¡Tras! ¡Tras! ¿Está fulano en casa?
-Sí.
-Güeno, pues que salga.
Y llévanse al pobre hombre pa la cárcel. Y ya le llevaron al juez. Y le pregunta el juez:
-¿Conque usté ha matao al limosnero aquel y le ha enterrao en su desa?
Y él va y dice:
-Sí.
Y ai estaba su mujer y lloraba y le pedía perdón a su marido. Y él ya no decía nada por ver qué re­sultao daba.
Y ya dijo el juez que le hicieran un garrote pa matarle. Y hizon el garrote pa matarle, pero no venía el verdugo. Y ya que tardaba mucho el verdugo, llega el criao gallego del amo y dice:
-¿Por qué no matan a mi amo?
Y le dicen:
-Porque no ha llegao el verdugo.
Y va él y dice:
-Pues si no llega el verdugo, le mato yo.
Y ya vido el hombre que le habían salido verdá los tres consejos que le había dao su padre. Y ya le iban a dar garrotada, cuando dice el hombre:
-Señor juez, déjeme usté hablar tres palabras.
Y el juez le dijo que dijiera lo que quisiera. Y ya le dió al juez las llaves de su bodega pa que fueran a buscar al limosnero. Y allí lo hallaron mu contento y comiendo mu bien.
Y entonces el juez le dijo al hombre que esplicara por qué había hecho eso con su mujer. Y les contó el hombre los tres consejos que su padre le había dao. Y dijo:
-La desa ha servido pa que hicieran el patíbulo onde darme garrotada, el secreto pa que mi mujer me descubriera y el criao gallego pa querer matarme.

Fuente: Aurelio M Espinosa

003. España

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